Domingo 6 de agosto de 2017
Fiesta de la Transfiguración del Señor.
San Mateo 17, 1-9: “Este es mi Hijo muy amado”.
Estimados hermanos, deseo que el Señor esté en sus hogares alentando la vida y el amor en su diario caminar. Que la fuerza del Espíritu en estos días les ayude a ir esculpiendo en sus corazones el mensaje de la Buena Noticia de la salvación. Celebramos hoy la Fiesta de la Transfiguración del Señor.
En el Evangelio que se proclama este domingo se nos presenta la narración del episodio de la así llamada “transfiguración”, que recoge aquella experiencia de Pedro, Santiago y Juan que contemplaron, como un anticipo, la gloria de la persona de Jesús, el Hijo amado del Padre. Hasta el momento, los discípulos han visto la fuerza de las palabras y de las obras de Jesús; han visto cómo su maestro ha conmovido a las multitudes y cómo ha generado conversiones. Sin embargo, en sus intenciones más profundas y escondidas no logran asimilar cómo el Mesías de los pobres deba pasar por el rechazo y el sufrimiento por parte de las autoridades (Cf. Mateo 16, 21). No está en sus planes que su maestro deba morir, pero sí, que “cuando entre en su reino”, uno de ellos se siente a su derecha y otro a su izquierda participando así de su poder temporal (Cf. Mateo 20, 21). Sus mentes no asocian el mesianismo de Jesús con el sufrimiento, el fracaso o la muerte cruel.
Por ello, en este pasaje, tres discípulos suben a solas con Él a un monte elevado; lugar de encuentro con Dios por excelencia en el mundo bíblico. Y es que sólo desde los planes de Dios se podrá comprender el alcance de la misión de Jesús. Las apariencias engañan; en Jesús hay algo más que un simple caudillo que desea destronar a Herodes o al César. En Jesús resplandece la gloria de Dios, su bondad, su misericordia, tan refulgentes como el sol. Sus palabras entroncan con la larga tradición de Israel: la Alianza y los profetas; Él habla al pueblo con las palabras de Dios. Los discípulos están absortos, no comprenden… sólo piensan en quedarse allí, en construir sus casas ahí; todo lo contrario de las enseñanzas de su maestro que siempre les desestabiliza y los pone en camino.
La manifestación de la nube luminosa y la voz nos recuerdan las teofanías en el desierto que vivió Moisés. El mensaje central de este pasaje se ubica en este cuadro: el Padre se complace en su Hijo muy amado, Jesús. A Él debemos escuchar, y debemos guardarle obediencia fiel con todas las consecuencias de su mensaje, incluso la cruz no deseada. No habrá resurrección sin cruz.
Después de este momento culmen los discípulos sólo ven a su Maestro. Están llenos de temor. Se levantan a la orden de Jesús, y bajan de nuevo a la realidad, guardando en secreto lo vivido. Hoy estamos llamados a cuestionarnos: ¿Qué pensamientos o actitudes debemos cambiar en nuestra relación con Dios y con nuestro prójimo? ¿Qué es lo que predomina en nuestras decisiones: el mensaje de Jesús, o nuestro egoísmo solapado? ¿Por qué vamos tras de Jesús: sólo para participar de su Reino, sin pasar por el molino de la Pasión?
Este es el tiempo oportuno.
Cordiamente, P. Freddy Ramírez, cmf.