58. Jairo y la Hemorroísa

58. Jairo y la Hemorroísa

Dos milagros de Jesús bellos de veras. Sin un solo día de descanso, Jesús ordena regresar a través del lago a Cafarnaún. Y lo de tantas veces: una verdadera multitud que le esperaba en la orilla. Predica. Y al final, un hombre se abre paso como puede entre el gentío, y le cuesta llegar hasta Jesús a pesar de ser tan importante como Jairo, el archijefe de la sinagoga, que le ruega apuradísimo:

-¡Señor, ven pronto a mi casa, pues mi hijita se está muriendo! Ven, e imponle las manos para que cure.

-Vamos, no temas.

Pero era casi un imposible dar un paso entre aquel gentío y el pobre hombre no se aguantaba:

-¡Pronto, Señor, pronto, que mi niña está muriendo!

 

Y vino lo de aquella mujer, cuyo nombre no dijeron los tres evangelistas, y la hemos llamado siempre la Hemorroisa, la del “flujo de sangre”, por su enfermedad dolorosa y que tanta vergüenza la daba a la pobre. En doce años, dice Marcos sin mucha finura, “había gastado toda su fortuna con numerosos médicos sin ningún provecho, yendo más bien de mal en peor”. Lucas, que era Médico, es más benigno, y dice delicado: “No había podido ser curada por ninguno”.

La enferma no dice nada a nadie, de pena que le da. Pero se lo dice a sí misma:

-¿Y si lograra tocar a Jesús, aunque no fuera sino una de esas borlas que cuelgan de las cuatro esquinas del manto? No puedo porque soy impura según la Ley por mi flujo de sangre y hago impuro a quien yo toque. Pero, pero, ¿y si lo hago?…

Esta manera de pensar no era tan simple, porque cometía un “pecado” contra la Ley. Sin embargo, tuvo que ser atrevida, y lo fue. A empujones logra llegar hasta la espalda de Jesús, se agacha, toca una de las borlas del manto…, ¡un escalofrío, y estaba curada!

 

Jesús se detiene. Mira serio alrededor, y pregunta:

-¿Quién me ha tocado?

No necesitaba mucho talento Pedro para responderle sin faltar al respeto:

-Maestro, ves cómo te estruja toda la gente, ¿y aún preguntas quién te ha tocado?

-No se trata de eso. He notado que de mí ha salido un poder muy fuerte. Repito, ¿quién me ha tocado?

La pobre mujer no puede esconderse ni mentir, y confiesa temblando de miedo: -¡He sido yo!

Qué cara y qué sonrisa ahora la de Jesús, ante el pasmo de todos:

-Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad.

 

¿Y el arquisinagogo, entre tanto? Su paciencia llegó al límite:

-Maestro, ¡aprisa, vamos aprisa a mi casa antes de que muera mi niña, que la he dejado en las últimas!

Llegaba tarde con su petición, pues le viene lo peor:

-No molestes ya al Maestro, que tu hija ha muerto.

Era verdad. Sólo que Jesús no pierde la calma:

-No te preocupes, que tu niña no está muerta.

Y se separa casi violentamente del gentío, marchando sólo con el padre y los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan. Al llegar a la casa, un alboroto fenomenal desde la puerta, entre familiares que lloran de verdad y los flautistas y las plañideras de oficio, que gritan desesperados sin soltar una lágrima, pues saben desempeñar bien su oficio. Jesús, sereno ante aquel griterío:

-Déjenme pasar, que la niña no está muerta, sino que duerme. 

Risas de muchos:

-¡Sí, ya la despertarás tú!…

Y no permite que entren con él en la casa y suban a la habitación del cadáver sino los padres y los tres discípulos. Ya ante la muerta, le agarra de la mano, y le dice textualmente en arameo: “Talitá kum”, “¡Niña, yo te lo digo, levántate!”. Y la muchachita de 12 años que se alza sonriente y feliz. Marcos añade que, al devolverla a sus padres, les dice Jesús con cariño: “¡Denle de comer, denle de comer!”.

 

Sobra comentar la popularidad inmensa que supusieron para Jesús estos hechos en toda Galilea, popularidad que pronto iba a acrecentar aún más con otro milagro muy significativo. Con ello preparaba el ambiente para un discurso en el mismo Cafarnaún por el que le calificarían de loco rematado hasta dejarlo solo con su grupito de los Doce. Lo veremos pronto.

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