96. Zuinglio, Calvino, Enrique VIII

96. Zuinglio, Calvino, Enrique VIII

Cabría y sería oportuna una lección intermediaria, pero vamos a exponer las otras formas del protestantismo que siguieron a la revolución luterana.

 

No hubiera sido tan grave lo de Lutero si hubiera quedado circunscrito a Alemania, pero arrastró en pos de sí a varias naciones europeas y la Iglesia quedó desgarrada para siempre. A la vez que en Alemania, surgían en Suiza Zuinglio y Calvino.

 

Zuinglio, nacido en 1484 ─solo dos meses de diferencia con Lutero─, y, ordenado sacerdote, fue puesto al frente del santuario mariano de Einsiedeln, donde empezó a predicar precisamente contra la Virgen y los santos, y párroco en Zürich, aceptó la doctrina de Lutero metida en Suiza. Se dividieron los cantones suizos, pues unos aceptaron la nueva doctrina mientras otros se mantenían en la fe católica. En la batalla de Kappel en 1531 entre protestantes y católicos, vencieron estos últimos, murió en la batalla el mismo Zuinglio, y los cantones quedaron después divididos, unos protestantes y otros católicos.

 

Calvino, Jean Cauvin, francés de Noyon, nacido en 1509, llega el año 1536 a Ginebra, que ya había aceptado la herejía y entregado por el Consejo las iglesias católicas a los reformados. Calvino establecía el terrible principio de la predestinación: unos nacen predestinados a la salvación y otros a la condenación. A estos últimos, el mismo bautismo no les sirve para nada: se condenarán irremisiblemente. Ginebra, la Roma protestante, ya no conocerá más ley que la Biblia ni otro jefe que Calvino, el cual en 1541 establecía la nueva constitución, y quien se opusiera al severísimo dictador era eliminado sin más, como Miguel Servet ─el español descubridor de la circulación de la sangre─, partidario suyo en un principio, opositor después, que murió en la hoguera bajo el terror de Calvino. Muertos Lutero y Zuinglio, Calvino quedaba dueño del protestantismo, hasta que murió en 1564. 

De los calvinistas nacieron los “Hugonotes”, contra los que la Francia católica emprendió una guerra implacable. A los calvinistas los apoyaba la poderosa casa de los Borbones, pero por los católicos estaba la casa de los “Guisa”, al igual que la Universidad de París y el Gobierno, por más que Francisco I y su hijo Enrique II favorecieron a los calvinistas sin otra causa que por ir contra la política del rey español Carlos V, el católico de siempre.

Hugonotes y católicos emprendieron guerras incesantes cuando Enrique de Navarra, hugonote, se convirtió al catolicismo, y pudo ceñir la corona francesa bajo el nombre de Enrique IV. Es falso que fuese hipócrita, y pura leyenda la conocida frase que se le atribuye: “París bien vale una Misa”. El Papa le perdonó todas las censuras. Siguieron las luchas entre católicos y hugonotes, los cuales desaparecieron todos antes de un siglo.

 

Holanda, aceptó en gran parte la reforma luterana y calvinista. Dependía en gran parte de los eclesiásticos. Los que abandonaban el celibato y se casaban, se llevaban consigo su diócesis o parroquia. Y si no se perdió toda Holanda para la Iglesia fue por el domino español, sobre todo bajo el mandato del Duque de Alba, austero y rígido, que conservó una gran parte muy sana para la Iglesia. Holanda se declaró oficialmente calvinista. No le quedó a la Iglesia más que Utrecht como único Vicariato apostólico ─ni tan siquiera diócesis─, y hasta finales del siglo XVIII los católicos no podían ascender a ningún cargo público.

Bélgica fue más valiente y fiel a Roma, apoyada sobre todo por su espléndida Universidad de Lovaina, católica decidida.

Dinamarca, Suecia, Noruega, países escandinavos, predispuestas contra Roma como Alemania, cayeron presa fácilmente del protestantismo. 

 

Inglaterra será peor. El rey Enrique VIII, sin pretender precisamente la herejía, arrastrará a todo el reino primeramente al cisma y después a la herejía también. Catalina de Aragón, hija de los reyes Católicos Fernando e Isabel, se casó con Arturo, el cual murió;  Enrique heredó entonces el trono y se casó con su cuñada Catalina después de dispensarles el papa Julio II el impedimento de afinidad. Vinieron cinco hijos del matrimonio, aunque solamente sobrevivió María, la futura reina María Tudor. Enrique, gran católico, se declaró enemigo tenaz de Lutero, no toleró a un protestante en Inglaterra, y mereció del Papa el título de Defensor de la Fe. Pero… el rey se enamoró de la cortesana Ana Bolena con la cual mantenía secretamente relaciones adulterinas, hasta que trató de casarse con ella, pero pidiendo la anulación de su matrimonio con Catalina. Llevada la causa a Roma, y estudiada, con expreso deseo de Enrique, por las principales Universidades, el matrimonio con Catalina fue declarado válido, y, por lo tanto, le era imposible casarse con Ana Bolena.

 

Hay que tener presente la historia para entender el cisma y el protestantismo inglés. El cardenal Wolsey, primer ministro, se declaró de parte del rey, mientras que Fischer, obispo de Rochester, se puso de parte de Catalina, igual que Tomás Moro, canciller del reino desde  1530. Empiezan las muertes interminables según los caprichos del rey, por el simple hecho de que se le oponen a sus manías pasionales o políticas y hasta religiosas. En 1532 queda Crammer como Arzobispo Primado, el cual ya se había casado secretamente con una sobrina de Osiander. Crammer declara nulo el matrimonio de Enrique con Catalina, y casa al rey con Ana Bolena en Mayo de 1533, la cual en Septiembre le daba la hija Isabel. El papa Clemente VII declaraba en 1534 nulo el matrimonio de Enrique con Ana Bolena y confirmaba como válido el primero con Catalina de Aragón. Como reacción a la declaración papal, Enrique proclama a Ana Bolena Reina de Inglaterra y hace que el Parlamento apruebe el Acta de supremacía que declaraba al rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra. El que no prestase el juramento de sucesión de la reina Ana Bolena, y el otro juramento peor de la supremacía del rey sobre el Papa, era reo de alta traición.

 

Lo que se va a seguir de aquí, lo sabemos todos: las muertes se van a suceder interminables, una tras otra. Muchos eclesiásticos y monjes pagaron con su sangre la “traición”, empezando por el cardenal San Juan Fisher, igual que laicos valientes como el canciller Santo Tomás Moro. Todos los monasterios fueron incautados y pasaron a ser del rey, excomulgado en 1535 por el papa Paulo III. Las iras de Enrique VIII, de las que no se libraban ni sus mejores amigos, no tienen nombre. De sus esposas, ejecutó a Ana Bolena, a Catalina Howard, y se libró la sexta esposa Catalina Parr por haber muerto Enrique cuando ya iba a ser ejecutada. Thomas Cronwell fue ajusticiado por traidor en 1540. El apóstata y lujurioso rey hizo ejecutar a dos reinas, doce duques, ciento sesenta y cuatro nobles, dos arzobispos, dieciocho obispos, trece abades, unos quinientos religiosos y treinta y ocho doctores universitarios. Esto, aparte de las incontables víctimas de inferior categoría.

 

Es difícil seguir ahora la historia del protestantismo inglés, del que solamente podemos dar alguna noción. Estaba muy dividido por haberse metido en Inglaterra tanto el luteranismo como el calvinismo, de modo que vinieron a ser tres fuerzas juntas que convenían únicamente en su odio a Roma. Eduardo VI, hijo de Enrique con su cuarta esposa Ana Seymour, siguió el protestantismo de su padre. Con la reina María Tudor, la hija de Enrique VIII con Catalina de Aragón, casada con Felipe II de España, el catolicismo volvió a Inglaterra. Isabel I, la hija de Enrique con Ana Bolena, cambió de piel como el camaleón: protestante con Eduardo VI, católica con María Tudor, se hizo coronar en rito católico, pero una vez se vio segura en el trono, se declaró protestante y, al haber ordenado matar a varios centenares de partidarios de su prima María Estuardo, reina de Escocia, fue excomulgada por el papa San Pío V en 1570.

El calvinismo se metió en Escocia, y armó mucha guerra. Víctima primera fue la reina católica Maria Estuardo, que, perseguida, marchó a Inglaterra en 1568 junto a su prima Isabel I, la cual la tuvo encarcelada durante diecinueve años, hasta que en 1587 la mandó ajusticiar. Isabel, la reina “virgen” para los ingleses, murió soltera y sin hijos en 1603.

Aunque los mártires de Escocia fueron muchos, no tienen comparación con las víctimas que el protestantismo causó en Irlanda, ya que Inglaterra se empeñó en meterlo en la Isla Verde. Las muertes, los despojos, los destierros de los irlandeses católicos no tienen nombre. Fue una de las persecuciones más graves que la Iglesia ha sostenido en todos los siglos.

Digamos que en 1559 fue consagrado inválidamente Mateo Parker, arzobispo de Canterbury, y como de él arrancan todas las consagraciones episcopales anglicanas, en 1896 el papa León XIII las declaró inválidas.

 

La Iglesia protestante de Inglaterra se dividió en varias: la anglicana, o episcopaliana en USA, centrada en el obispo como jefe de la comunidad; la presbiteriana, o puritana, por su rigidez, dejado el obispo, se fundamenta en el colegio presbiterial; la bautista, separada de la Iglesia independiente en el 1608, de doctrina calvinista, rebautiza a los cristianos que se pasan a su secta; la metodista, cismática de la Iglesia oficial anglicana fundada por Wesley el año 1729 en Oxford, se separó por el método de observancia más austero que usaban; la quáquera, de los Hijos de la Luz, fundada por el zapatero Fox en 1691. De estas principales iglesias nacen esas incontables sectas de nuestros días.

Mirando sus consecuencias, el protestantismo inglés ha sido una de las desgracias más grandes que ha sufrido la Iglesia a través de toda su historia. La rebelión de Lutero quedó circunscrita a pocos países; la de Enrique VIII está en todos los rincones del mundo.