95. Lutero. El protestantismo

95. Lutero. El protestantismo

Punto el más doloroso de la Historia de la Iglesia: el desgarrón que sufrió con la llamada “Reforma protestante”, a la que seguirá la “Contrarreforma católica”.

 

No fue una reforma lo que trajo Lutero, sino una revolución de efectos terribles e inacabables. ¿Quién fue Lutero? Un héroe nacional para los alemanes, y para los católicos lo peor que ha producido el mundo. Hoy se le mira con más benevolencia que antes al considerar sus antecedentes dolorosos. Alemán sajón, Martín Luther nació en Eisleben el año 1483. “Mis padres me trataron tan duramente, que me hice muy tímido”. Primera observación psicológica que debe tenerse en cuenta. Religioso de la benemérita Orden de San Agustín, parece que fue observante, piadoso, casto. Muy bien formado en letras y ciencias, estaba preparado doctrinalmente y dará prueba de ello durante toda su vida desbordante de predicador y escritor. Durante su juventud, parece que le obsesionaba la idea de un Dios riguroso. Atormentado por escrúpulos y tentaciones de sensualidad, le preocupaba su salvación eterna, para la que no encontraba solución. Hay que tener presente todo esto.

Ya sacerdote, y por asuntos de su Orden, en el año 1510 hizo un viaje a Roma y paseó por Italia. De la Curia romana con el papa Julio II no se llevó buena impresión, como todos, y sin embargo pudo observar en Italia el florecimiento de la virtud cristiana, como lo demuestra este testimonio que años más tarde dará en sus famosas Charlas de sobremesa, sobre la reforma que habían metido los Oratorios del Divino Amor: “Después habló Lutero de la hospitalidad de los italianos, de cómo estaban provistos sus hospitales, con edificios de regia esplendidez, siempre a apunto con ricos alimentos y bebidas; servidores diligentísimos, médicos muy competentes, camas bien pintadas y vestidos limpísimos. Los asisten matronas honestísimas, todas bien cubiertas, las cuales por días sirven calladamente a los pobres antes de regresar a sus casas. Todo esto lo ví por Florencia”. No podía hablar tan mal de la Iglesia Católica, a la cual había que reformar. 

 

Profesor en Erkfurt y en Wittemberg, seguía con sus ideas obsesivas sobre el pecado y la salvación, y encontrará la solución, a su manera y retorciendo la doctrina de San Pablo en Romanos 1,17 y Gálatas 3,11, pues no mira, además de los catálogos de los pecados, los otros de las obras buenas que Pablo exige para la salvación, como en Gálatas 5. 19-24.

Entonces Lutero pone la salvación sólo en la fe sin las obras, porque el hombre es pecador, lleva siempre consigo su pecado, y pecará continuamente aunque no quiera.

La salvación está, según él, en que Dios no mira al hombre por dentro, siempre pecador, sino por fuera: mira en él los méritos de Jesucristo que le ha echado encima como vestido nuevo que lo adorna con la santidad de Dios. Por eso, cuando más tarde traduzca la Biblia al alemán, eliminará la Carta de Santiago, tratándolo de loco o poco menos, pues no tolerará esa palabra crucial: “La fe sin las obras es una fe muerta” (2,17-26).

Estas ideas las exponía al principio con timidez y sin querer salirse de la doctrina de la Iglesia, pero iban calando en bastantes alumnos.

 

Estaba en estas sus ideas y preocupaciones doctrinales, cuando ocurrió lo de las Indulgencias. El Papa León X confirmó lo que había hecho su antecesor Julio II y concedió Indulgencias, hasta la plenaria con las debidas condiciones (lección 94). Era el año 1517 cuando el 31 de Octubre clavó Lutero sus 95 tesis o afirmaciones escritas sobre las Indulgencias en la puerta de la catedral de Wittemberg. No todas eran heréticas, pero muchas, sí. Llevadas sus afirmaciones a Roma, Lutero manifiesta respeto al Papa, pero asegura su resolución de permanecer firme en sus ideas. El Papa procedió con delicadeza. Primero aconsejó al Padre Staupitz, superior de Lutero, que examinara y corrigiera, pero, ¡nada!, porque Staupitz era ya de los adictos a Lutero. En Junio de 1518 se le manda a Lutero presentarse en Roma, pero el elector de Sajonia obtiene que el proceso se celebre en Ausburgo, bajo el delegado pontificio cardenal Cayetano, el teólogo de más nombre que entonces había en la Iglesia. Acorralado, pero con orgullo inconcebible, y a pesar de los plazos que le iba dando el Papa, Lutero se manifestó ya abiertamente contra la Iglesia “cueva de asesinos, madriguera de malvados, peor que todas las guaridas de criminales”, aunque ya antes había escrito a la nación alemana: “Ahorcamos justamente a los ladrones; damos muerte a los bandidos. ¿Por qué, pues, hemos de dejar en libertad al avaro de Roma que es el mayor de los ladrones y bandidos que hayan existido ni existirán jamás sobre la tierra?”. Ante lo inútil de todos los esfuerzos, llegó por fin la excomunión de Lutero el 3 de Enero de 1521.

 

Madurarán aquellas sus ideas de Erfurt y Wittemberg, y la doctrina de Lutero quedará bien clara: La salvación es segura, porque se fundamenta sólo en la bondad de Dios, que nos aplica los merecimientos de Jesucristo sin ninguna obra buena nuestra. Este pensamiento de Lutero no se manifiesta en ninguna parte como en esta carta al más querido de sus discípulos Melanchton, del 1 de Agosto de 1521: “Sé pecador y peca fuertemente, con tal que seas más fuerte en la fe y te goces en Jesús. Hay que pecar, mientras estamos aquí. Porque el pecado no nos apartará de Jesús, aunque forniquemos y matemos miles y miles de veces en un solo día” (G. Villoslada, Martín Lutero, BAC, II, p. 20). 

Estas palabras son célebres. De aquí vendrán todos los demás errores, porque el cristiano ya no hará nada por su salvación, asegurada con la sola fe sin ninguna obra buena. Muchos errores no nacerán de Lutero, que mantenía muchos puntos fieles de la doctrina católica, pero sus amigos y sus propios adversarios le obligarán a sacar las últimas consecuencias: caerá todo el culto; serán destruidas las imágenes; ni Santos, ni tan siquiera María, sobre la que Lutero había escrito bellezas; se acabará la Misa; se irán anulando todos los Sacramentos, de los que no quedarán más que el Bautismo y la Ultima Cena, pero ésta como recuerdo ceremonial, negada la realidad de la Eucaristía, pues, según Lutero, Cristo está en el pan (la impanación), pero no es Cristo, porque el pan no se cambia en el Cuerpo de Cristo, no existe la transubstanciación. Como el Bautismo lo recibieron todos de niños sin fe propia, debían rebautizarse todos los alemanes, como lo exigían los Anabaptistas. Y otros, con Karlstadt a la cabeza, empezaron a establecer el nuevo orden con verdadera revolución, eliminando toda jerarquía y mando de unos sobre otros.

Cabe mencionar aquí la famosa Dieta de Espira en 1529. Los príncipes católicos y el emperador Carlos V se mostraron resueltos a hacer algo serio, aunque ya era tarde. Mantuvieron firmes las disposiciones dictadas anteriormente en la importante Dieta de Worms contra los rebeldes luteranos, en espera sobre todo de un Concilio universal que convocara el Papa, pero varios príncipes, ya pasados a la causa de Lutero, protestaron contra ellas, y de ahí vino la palabra protestantes que quedará para siempre.

 

Obligado Lutero a manifestar claramente su doctrina con aquellas disputas suyas y de los suyos con Eck, Cayetano y demás, al fin se podían resumir en estos dos puntos fundamentales: 1°. La única fuente de revelación es la Biblia, interpretada por cada uno según su libre albedrío o inspiración. 2°. De nada sirve la tradición y enseñanza de los Santos Padres, de los Concilios, de la Iglesia ni, desde luego, la del Papa.

 

Respecto del Papa, es inimaginable lo que de él escribió Lutero, pues le tenía un odio visceral. No hay historiador respetuoso que se atreva a estampar las palabras obscenas y repugnantes que usa en varios de sus escritos, sobre todo en libros expresos sobre el Papa, y en especial las expresiones con que ilustra los dibujos y caricaturas que esparció por todas partes sobre ese asno y ese cerdo que vivía en Roma… Sencillamente, inexplicable. Y hay que tener en cuenta que la literatura alemana se nutre de Lutero como en nuestra lengua lo hacemos con Cervantes o San Juan de la Cruz. De aquí el mal que hizo con tales escritos.

 

Y vino lo que tenía que venir. El atormentado Lutero por sus pasiones, para las que no encontraba solución doctrinal, se declaró contra el celibato, y se dedicó a predicarlo entre los suyos, haciendo toda una campaña entre sacerdotes y monjes para que se casaran, como lo hizo Karlstadt entre los primeros. Sin embargo, Lutero se resistía a buscar mujer, llevado quizá por sus escrúpulos. Hasta que sacó a doce monjas cistercienses de Nimbschen, a las que hizo casar, quedándose él con Catalina Bora en Junio de 1525, de la que tuvo varios hijos y con la que vivió, ¿felizmente?, hasta su muerte. Lo contamos con facilidad, pero no todos los suyos estuvieron conformes con él por esta campaña deshonesta contra el celibato, por ejemplo Melanchton, aunque al fin le hicieron caso y terminaron casándose todos.

 

Es un imposible seguir en pocas páginas toda la trayectoria del protestantismo desde la rebelión de Lutero en 1517 hasta que murió en la noche del 18 de Febrero de 1546, con mente plenamente lúcida, en la misma Eisleben donde había nacido. Le rodeaban los suyos y varios amigos, que quisieron saber sus últimas intenciones. Respondió con un “Sí” seguro a la pregunta del Dr. Jonás y del maestro Coellio: “Reverendo Padre, ¿quiere morir constante en la doctrina y en el Cristo que ha predicado?”. Ese “Sí” fue su última palabra. Expiraba al cabo de un cuarto de hora. Había dicho anteriormente: “Yo muero en odio del malvado que se alzó por encima de Dios”. El “malvado” era el Papa, entonces Paulo III, que hacía dos meses había inaugurado el Concilio de Trento. Y en Esmalcalda, diez años antes, había dictado, dicen que como epitafio para su sepulcro, aquellas célebres palabras en latín: “Pestis eram vivus, moriens ero mors tua, papa”: Papa, en vida fui tu peste, al morir seré tu muerte. (García Villoslada, Martín Lutero, BAC, II, págs. 575 y 479).  El Papa sigue vivo, y Lutero continúa excomulgado de la Iglesia…