73. Curación del joven epiléptico

73. Curación del joven epiléptico

Es un milagro también muy famoso. Al bajar Jesús del Tabor con los tres discípulos se encontró con “una gran muchedumbre” aterrada. Ninguno de los apóstoles, a pesar del poder que les había conferido Jesús, pudo sacar “al demonio” de aquel muchacho.

-¿Qué es lo que le pasa al chico?, pregunta Jesús a su padre.

-Algo que le sucede desde su niñez. Cuando el demonio se apodera de él, lo arroja por tierra, echa espumarajos, le rechinan los dientes y se queda rígido; con frecuencia lo ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. ¡Ayúdame, si puedes!

-Todo es posible para el que cree, le responde Jesús.

Y al pobre hombre le sale entonces esa petición que se ha hecho tan famosa:

-¡Creo, pero ayuda mi falta de fe!

Y Jesús, con imperio:

-Espíritu sordo y mudo, sal y no vuelvas a entrar más en él.

Cae el muchacho en tierra y todos lo dan por muerto. Pero Jesús lo toma de la mano, lo levanta y se lo devuelve sano a su padre.

 

Esto, lo que hizo Jesús al bajar del monte Tabor, cuando se encontró la escena rodeada de mucha gente. Los nueve apóstoles que allí habían quedado sudaron para poder arrojar inútilmente al demonio, y, ya solos en casa, le preguntan al Señor:

-A pesar del poder que tú nos diste, ¿cómo es que no hemos podido echarlo nosotros?

La respuesta de Jesús ha dado mucho que pensar:

-Esta especie de demonios no sale sino con la oración y penitencia.

La Iglesia lo sabe muy bien. Satanás, padre del pecado y de todos los males derivados de él en el mundo, no se vencen sino con mucha oración y sacrificios nuestros, unidos a los de Cristo Crucificado. Hasta la derrota final del último día, el misterio del mal en el mundo, con el demonio a la cabeza, será siempre un misterio.