Un punto precioso e importantísimo en la Vida de Jesús, pero con una dificultad muy grave para el mismo Jesús. Ha venido a anunciar el Reino de Dios, ¿y cómo lo va a hacer? Ha tenido un precedente con su proclama: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. Con el encantador Sermón de la Montaña expuso su doctrina “sin suprimir ni un punto ni una coma”, pero quitándole todo el miedo y colmándola de amor.
Sin embargo, queda una pregunta muy seria: ¿Cómo es el Reino
de Dios al cual va dirigida esa doctrina y para el cual es dictada? Aquí estaba el problema. El pueblo de Israel, por sus dirigentes, había torcido el concepto del Reino de Dios, que iba a ser, según ellos, sociopolítico y triunfador, con Israel dominador y con la hegemonía del mundo en sus manos (¡Cuántas veces lo repetimos y lo seguiremos repitiendo!)
Jesús tenía que enseñar todo lo contrario. Por Israel tenía que venir ciertamente la salvación del mundo, pero una salvación del pecado, de la muerte, de la perdición eterna que sufría Satanás. La salvación que traía el mismo Jesús se iba a centrar en su Cruz redentora. No se lo iban a aceptar de ninguna manera. La profecía de Isaías era bien clara, resumida en esta expresión:
-Háblales, hazles ver, enséñales, pero no querrán ver, ni querrán escuchar, ni querrán entender, porque no se querrán convertir…
Jesús, ante esta realidad, recurre para su enseñanza a la parábola: llena de misericordia, para que entiendan si quieren, y con un sentido velado que, de no entenderlo, no agrave su culpa.
La parábola en labios de Jesús parece una historia, y no es sino la comparación para enseñar una verdad muy superior. Veremos que muchas, si no todas, son geniales, y no son fantasiosas, sino que están tomadas de la realidad de la vida, de lo que todos ven cada día. Escuchada una vez, ya no se olvida nunca.
En adelante va a proponer Jesús muchas parábolas. Pero un día de estos que historiamos lo hace de modo especial, de manera que se le llama “El día de las parábolas”, las típicas del Reino de Dios o de los Cielos, aunque algunas las propusiera en días diferentes. Nosotros no las relatamos aquí completas, sino que nos remitimos al capítulo 13 de Mateo, que es una delicia.
Ante la multitud que le agobia, se sube a una barca, la aleja unos metros de la orilla en el noroeste del lago, y desde ella se dirige a aquel gentío.