53. Aquellas mujeres amigas

53. Aquellas mujeres amigas

Un ejemplo muy hermoso nos trae Lucas en este contexto. Eran varias las mujeres, no siempre las mismas, que acompañaban a veces a Jesús con los Doce, algunas de ellas de sociedad elevada. Cita concretamente a las siguientes: “María la Magdalena, Juana la mujer del intendente de Herodes, Susana y otras muchas, las cuales le asistían con sus bienes”.

 

La Magdalena nos tiene ganado el corazón a todos. Era una mujer formidable, que por lo visto padecía una fuerte enfermedad psicológica, la curó Jesús, y ella ya no dejó nunca al Maestro, de manera que fue la valiente que le acompañó hasta en el Calvario y la primera testigo de la resurrección.

 

Esta nota de Lucas sobre las mujeres parece una simpleza, pero es una nota muy importante y de grandes consecuencias en la Iglesia, para la cual quedó consignada en el Evangelio.

Ante todo, ni Jesús ni los apóstoles vivieron de milagros, sino como todos los demás hombres con el trabajo propio de cada día. Y cuando Jesús mandó a los Doce a predicar la Buena Noticia del Reino les dijo que aceptaran para su sustento lo que les ofrecieran, “porque todo obrero es digno de su salario”.

 

San Pablo repite la misma norma: si se predica de por vida y como misión el Evangelio, se tiene pleno derecho a vivir del Evangelio.

Pero, aparte de la comida que les ofrecieran, ¿aceptó Jesús dinero para Sí y para los Doce? Parece que no. Y la bolsa encomendada a Judas se formó con lo que cada apóstol aportaba de sus propios bienes y con lo que metían también estas mujeres amigas, “las cuales les asistían con sus bienes”.

 

Y se desprende además otra gran lección. El carisma de la mujer dentro de la Iglesia es el del amor en sus más variadas formas, y lo vemos comprobado cada día. El amor de servicio es superior a cualquier otro carisma, incluso al de gobierno que, por muy alto que sea, nunca supera en mérito a la entrega incondicional a los miembros más necesitados de Cristo. Un gran teólogo lo ha expresado muy bien: “El corazón de la Iglesia no es la autoridad, sino el amor”.