Una vez que están ya lejos los emisarios de Juan, Jesús se desató en alabanzas del Bautista:
-¿Se dan cuenta de quién era Juan, recio y firme como un roble? No ha habido jamás alguien mayor que él.
Efectivamente, todos los profetas anteriores decían del Mesías prometido que vendría, mientras que Juan lo señaló ya presente: “En medio de ustedes hay uno a quien no conocen”…, “Miren el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”… Fueron palabras de Juan sobre Jesús, pero a Jesús, a pesar de sus milagros, le resultaba inútil querer convencer a los escribas y fariseos de que Él era el enviado de Dios. Le espiaban hasta en su conducta, y añadió Jesús:
-Vino Juan que ni comía ni bebía, pues todos saben su austeridad de vida, y decían de él: “¡Naturalmente! ¡No come ni bebe porque tiene un demonio dentro!”… Y vengo yo, que como y bebo como otro cualquiera, y aseguran de mí: “¡Qué comilón y qué borracho este amigo de pecadores, y vaya buena vida que se da!”… Haga lo que yo haga, nunca estarán contentos. Son como unos chiquillos jugando en la plaza. Les tocan la flauta para divertirlos, y no quieren bailar; les entonan lamentaciones, y no por eso lloran… Pero la sabiduría de Dios nos da la razón.
-¡Que magnifico este Jesús! Tan como nosotros, “que come y bebe”. Acepta toda la vida social honesta.