44. El Feudalismo

44. El Feudalismo

No entenderemos nunca la Historia de la Iglesia en la Edad Media si no tenemos una idea clara de lo que fue el sistema social en el que se desenvolvía la vida civil de aquellos reinos jóvenes, llamado Feudalismo, el cual a su vez dio origen a nuevas formas de gobierno a lo largo de varios siglos.

 

Empezamos por el principio: ¿qué idea general podemos formarnos sobre el Feudalismo? Digamos que con los Carolingios (lección 41) ya estaba establecido del todo. La palabra “feudo” tiene dos sentidos. Primero, era el contrato que el rey o el señor hacía con los súbditos al entregarles las tierras; y segundo, se llamaba feudo la misma tierra que el rey o el señor entregaban en arriendo.

Esto significa que el rey dejaba de ser absolutista, pues repartía sus bienes y su autoridad: a los que le servían bien en la guerra o en el gobierno, les entregaba posesiones, a veces grandísimas, en arriendo y usufructo; el que las recibía las explotaba como propias, gobernaba a los trabajadores y se constituía prácticamente como verdadero dueño de lo que había recibido, aunque debía entregar al rey la parte convenida en el tratado. Los señores del feudo, a su vez, hacían lo mismo con sus súbditos: les entregaban parte de lo que tenían, y los vasallos se portaban con el señor lo mismo que el señor con el rey. Había, pues, feudos grandes y feudos pequeños. El que recibía las tierras en usufructo, se obligaba con juramento a guardar fidelidad de vasallo al rey o al señor, prestarle el servicio militar y aconsejarle en las asambleas según lo convenido en el feudo.

Ya se ve que, con semejante sistema, la sociedad estaba jerarquizada de manera que las personas no eran todas iguales, sino que existían señores y vasallos, superiores y súbditos. Aunque no era como anteriormente en el Imperio Romano, formado con libres y esclavos: el esclavo no tenía en el Imperio ningún derecho, ni tan siquiera sobre su persona. Comparando también el feudalismo con nuestros tiempos, no cuajaría ni con un reino absolutista, ni con el capitalismo liberal, ni con el comunismo en el que todo es del Estado. El feudalismo fue sistema político muy singular, sobre el que damos algunas notas sueltas.

 

El origen del feudalismo hay que buscarlo en los romanos cuando ya decaía el Imperio. Los grandes señores se instalaban en sus amplias posesiones, a cuya sombra se amparaban los trabajadores para verse más protegidos. Los dueños se independizaban administrativamente de los municipios y del Estado, vivían en la villa o granja como lugar urbano, mientras que los trabajadores o colonos se asentaban en las tierras cercanas al amparo de los señores. El campo empezaba a ser más importante que las ciudades y la tierra a valer mucho más que el dinero.

Al invadir el Imperio los bárbaros, sus jefes se repartieron las tierras conquistadas y daban grandes extensiones a sus guerreros más distinguidos, los cuales se comprometían con juramento a ser fieles a su jefe supremo. Así se llegó hasta los carolingios cuyos reyes dieron las tierras en usufructo a sus hombres de más confianza. Como los reyes necesitaban guerreros, entregaban a los señores grandes extensiones de las tierras reales a cambio de soldados, hasta que ya no quedaban bajo el gobierno del rey más tierras que repartir.

Vino entonces el conceder a los grandes señores el privilegio de la inmunidad, es decir, cobraban para ellos los impuestos y hasta gobernaban a sus gentes con independencia del Estado. Eso sí, la fidelidad del señor al rey debía ser notable, igual que la de los señores más modestos al señor de más categoría, pues los grandes señores repartían también sus tierras a otros inferiores, constituyendo así feudos grandes y feudos pequeños. Dentro de las mismas familias se jerarquizaron las funciones, de manera que el padre era el dueño de todo, el barón, y empezó a ser llamado “mi señor”, monsieur, igual que “mi señora”, madame, la dueña.

 

Las residencias de los señores se rodeaban de grandes muros para verse defendidas de otros señores, pues las guerras entre ellos eran continuas. En tales defensas tuvieron origen los grandes castillos que tanto caracterizaron a la Edad Media, esas imponentes fortalezas esparcidas por toda Europa y que aún hoy nos pasman por su solidez y grandeza.

    Los colonos que rodeaban las villas de los señores vivían de su trabajo; y los negocios, más que con dinero, se desarrollaban con intercambios de los frutos del campo. Los colonos, la gente de inferior categoría en los feudos y que formaban la mayor parte de la población feudal, eran libres, aunque dependían de sus señores, cultivaban la tierra, poseían bienes propios, pero debían entregar al señor parte de los frutos por las tierras que arrendaban.

Mercaderes como tales sólo eran los judíos, que venían a ser como los intermediarios entre los países musulmanes y cristianos. Los señores ejercían el derecho sobre los súbditos, con potestad de juicio, con cárceles propias y hasta con poder de sentencia a muerte, de ahí la expresión de “señor de horca y cuchillo”. El feudalismo llegó a su apogeo cuando fue decayendo el poder de los reyes carolingios.

 

En cuanto a la Iglesia, mantuvo en las ciudades las sedes de los obispos, catedrales, etc., aunque las ciudades tenían cada vez menos importancia, y el pueblo cristiano se extendía más bien por los campos amparado por el poder del señor, dueño de los castillos y de las tierras. Los reyes, los señores y gente particular pudiente fueron dando tierras y posesiones propias a los obispos, catedrales, iglesias y monasterios, tanto de hombres como de monjas, de modo que el clero vivía por sí mismo y estaba metido de hecho plenamente en el sistema feudal que le proporcionó muchas riquezas.

 

Por ventajas que tuviera en algún tiempo, ya se ve que un sistema social semejante no podía durar muchos tiempos. En el siglo décimo empezaron las insurrecciones de los vasallos y pequeños feudatarios contra los grandes señores, y bajo el emperador Otón I, coronado en el 962, comenzó el feudalismo a debilitarse muy seriamente. Los emperadores germánicos independizaron a los feudatarios más pequeños de los feudatarios más poderosos y fortalecieron más y más los feudos eclesiásticos, concediendo a los obispos títulos civiles y haciéndolos verdaderos príncipes, de modo que el emperador los tenía a su favor en contra de los grandes señores laicos. Igualmente, los reyes, que aspiraban al absolutismo regio, aprovecharon esas normas de los Emperadores para conseguir la independencia de los grandes señores feudales que los atenazaban.

Pero el gran debilitamiento del feudalismo vino por los colonos que abandonaban el campo y se establecían en las ciudades, antes del todo abandonadas. Se desarrollaban las pequeñas y grandes industrias, el comercio adquiría importancia, corría el dinero que casi había desaparecido…, y los señores, al necesitar trabajadores para sus campos, pactaban con los colonos, que, sintiéndose libres del todo, adquirían categoría social elevada y mejoraban grandemente sus condiciones de vida. De este modo, las ciudades volvieron a ser ciudades, es decir, a tener la importancia de que antes gozaban, con numerosos habitantes, con murallas para las guerras, con iglesias muy dignas, aunque todavía faltasen años para las imponderables catedrales góticas. 

 

La Iglesia siguió el ritmo que le imponía la sociedad civil. Con el feudalismo se hizo muy rica, pues los reyes, los grandes señores y los particulares pudientes, preferían entregar sus bienes a Dios en la catedral o en monasterios, con obispos, abades y curas, que dejarlos a merced de quienes los repartían entre sus múltiples hijos. Los obispos y abades recibían aquellos bienes en nombre de Dios o del Santo Patrono con juramento de custodiarlos para la Iglesia y también de mantenerse fieles al generoso donante. Pero, ¿qué podía esperarse de esto? Lo que por fuerza había de venir. Los eclesiásticos se convertían en unos esclavos de reyes y señores; éstos, a su vez, imponían su voluntad en la elección de obispos y abades, muchas veces sujetos indignos, que llevaban una vida totalmente aseglarada, con clérigos inferiores sobre los que no tenían ninguna autoridad moral y que, entre las gentes de los campos, llevaban una vida vulgar e igualmente indigna.

 

¿Era todo malo en estos tiempos? Naturalmente que no. Junto a esos males, el pueblo fiel seguía el buen camino del Señor. Los mismos reyes y señores obraban con la mejor buena voluntad y piedad según las costumbres de los tiempos, aunque bajo un sistema que hoy nos resulta del todo inaceptable. Los reyes y los señores veían en los obispos y monasterios a los grandes bienhechores del pueblo, los mejores educadores y también los mayores defensores de la gente humilde. El Papa, sobre todo, recibía más encomiendas que nadie, y sabemos lo que llegaron a ser los Estados Pontificios y el bien grande que hicieron (lección 42). Aparte de lo que el Papa desarrollara en sus Estados, los obispos y cabildos fundaban iglesias, parroquias y catedrales que mantenían como algo totalmente propio de la Iglesia e independiente de la potestad civil.

Los reyes, condes o señores, solían fundar también en sus territorios iglesias o capillas, monasterios y hasta catedrales, que eran propiedad de ellos, y para su cuidado escogían como rectores de entre sus siervos a algún clérigo que atendiera debidamente el culto. Como dato curioso, consta que en el año 961 el conde Raimundo de Champagne, Francia, poseía en su condado más de sesenta iglesias y capillas. No podría decirse que el pueblo no estaba bien atendido espiritualmente…

Aunque hayamos mirado el feudalismo tan brevemente, nos formamos una idea que nos va a ayudar mucho para entender tantas lecciones de la Edad Media, formada por unos pueblos hasta entonces bárbaros, que nacían a la civilización, y, recién convertidos al Cristianismo, no podían de momento dar más de sí, por más que, desde un principio, se ve cómo Dios lo llenaba todo. ¡Y esto sí que era positivo de verdad!