43. La elección de los Doce

43. La elección de los Doce

Estamos en un momento cumbre de la vida de Jesús el cual va a realizar un acto de importancia trascendental. Pronto veremos que a estas horas contaba por lo menos con setenta y dos discípulos. Pero no se trata de ellos. Sabe Jesús que ha traído en su Persona el Reino de Dios, lo predica y, cuando él se vaya, lo va a dejar instituido en la tierra encomendado a la Iglesia que le bulle en la cabeza:

-Esa mi Iglesia tendrá una cabeza visible, y, como edificio multimilenario, estará cimentada sobre una Roca indestructible y que nadie podrá confundir: ya le dije a Simón que se llamaría Cefas, Roca, Piedra, Pedro… Pero no basta él solo; mejor que sean doce, unidos con él, de manera que todos los distingan como el nuevo Israel de Dios, el Pueblo y Familia de Dios. Serán las doce tribus con hijos tan incontables como las estrellas del cielo y numerosos como las arenas del mar.

 

Jesús no es un soñador, sino un organizador de primera y va a dar muestras de ello ahora mismo. El asunto es tan grave, que quiere ante todo pasar la noche entera en oración con su Padre, consultando y barajando nombres. Sube con un grupo de discípulos a una pequeña montaña que da al lago en la parte noroccidental, los deja en la ladera descansando y él se sube solo bastante más arriba.

-Padre, ya tengo desde hace un año conmigo a los seis primeros: Juan, Andrés, Simón, Felipe, Natanael, Santiago…

-No te preocupes por esos. Son magníficos. Piensa en otros más.

-¿Qué te parece, Padre, ese Mateo que así me ha seguido hace unos días? Parece que vale de veras… ¿Y ese Judas de Queriot, otro que maneja bien el dinero? -Sí, vale, pero, ¡piénsatelo!…  -¿Qué te parecen mis primos Santiago el de Alfeo, tan riguroso siempre con la Ley, y su hermano Judas Tadeo, tan diferente del otro Judas?… ¿Y qué me dices del simpático Tomás, que no da su brazo a torcer cuando se empeña en algo?… ¿Y Simón el cananeo, con su carga de guerrillero?…

 

¿Fue este lenguaje el de Jesús con su Padre aquella noche? No lo dudemos que sí. Aparte de su ciencia sobrenatural, Jesús actuaba con prudencia humana, y, para aquellas horas, ya conocía a muchos de sus discípulos y ahora tenía que escoger.

Porque fue así. Baja donde estaba el grupo de los discípulos, y va llamando uno por uno a los doce escogidos:

-Quédense ustedes doce aquí conmigo. Los demás, vayan y esperen con esa multitud que se va congregando ahí abajo.

 

Todo ocurría, según Marcos y Lucas, en una montaña cerca de Cafarnaún y, con los Doce ya solos, les dice:

-Ustedes, conmigo siempre. Algo que Marcos señala de manera gráfica: “Llamó a los que él quiso. Escogió a doce para que fuesen sus compañeros y para enviarlos a predicar”.

Esto era y sigue siendo la esencia de todo apostolado: un ser llamado libremente por Jesús, nadie se escoge a sí mismo; un estar y vivir con Jesús para dejarse formar por él; y un ser enviado, como añade Lucas: “Los llamó apóstoles”, esto es, enviados.

 

A  partir  de  este  momento,  los  DOCE se distinguen de todos los

seguidores de Jesús. Y en la Iglesia que Él dejará fundada, sus sucesores los Obispos -unidos en Pedro, al que un día veremos cómo le confiere el poder supremo-, tendrán el mando, el gobierno, la enseñanza, que ejercerán no en nombre propio, sino en el del mismo Jesús, que les dirá al marcharse al Cielo: “Con ustedes estoy hasta el final de los siglos”. Seguridad total en la Iglesia, que permanecerá firme hasta el fin.

 

Después de este hecho grandioso, Jesús con los Doce baja hacia el lago, y en dos o tres días contados se encuentra con un espectáculo inusitado. Nunca hasta ahora había llegado semejante gentío de todas partes: de Galilea, Judea, Jerusalén, Perea, Decápolis, Tiro, Sidón…, “que habían venido a escucharle y a hacerse curar de sus enfermedades…, y toda la gente quería tocarle, porque salía de él una virtud que curaba a todos”.

 

Se van conglomerando en una de aquellas pequeñas montañas del lado occidental del lago, quizá la misma de la elección de los Doce, porque en ella se han encontrado las ruinas de una antiquísima iglesia, citada ya por la peregrina española Eteria del siglo IV, y que debía recordar un hecho importantísimo de la Vida de Jesús. Elección de los Doce y discurso de la montaña parecen estar unidos localmente.

 

Mateo llama “monte” al lugar del discurso, y Lucas lo califica de “llanura”, o sea, que Jesús habló a la multitud sentado sobre un rellano de la ladera que daba hacia el lago azul. Lugar pintoresco, con  abundante vegetación en plena primavera, estampa opuesta a más no poder al Monte Sinaí donde se promulgó la Ley antigua entre tanto pavor. Ahora es alegría, paz, amor, confianza lo que nos trae Jesús con su palabra y su ley.