Ya tenemos una noción de ellos por lecciones anteriores: eran las donaciones de tierras o bienes inmuebles que, desde Constantino, se hacían al Papa y que constituían el llamado “Patrimonio de San Pedro”. En el siglo octavo se convirtieron en los Estados Pontificios, de manera que el Papa vino a ser un monarca temporal o Jefe de un Estado Cristiano.
Empecemos por decir que no hay que hacer caso de ese Documento de Constantino que en las Historias extensas de la Iglesia llena páginas y páginas. Por él se creyó durante muchos siglos que los Estados Pontificios empezaron oficialmente y con derecho civil por las donaciones del primer Emperador cristiano, seguidas por tantas otras que les siguieron después. Hoy está demostrado que dicho Documento es falso. Sí que son ciertas las donaciones que Constantino hizo al Papa San Silvestre: Letrán, Basílicas de San Pedro y San Pablo, y otras. Pero del Documento, nada de nada, y nosotros ya no lo nombraremos más.
El origen de los Estados Pontificios está en el Patrimonio de San Pedro, que ya sabemos lo que era y cómo había nacido. A partir de la paz dada a la Iglesia, e igual que hiciera Constantino con algunas donaciones suyas, había ricos que daban en vida parte de sus bienes al Papa o se los dejaban en testamento para los pobres y las obras de la Iglesia.
Aparte de ese espíritu sobrenatural, mucho se debió a las invasiones de los bárbaros: preferían los ricos haber dado todo a la Iglesia antes que verlo arrebatado por los invasores, los cuales respetaban los bienes de la Iglesia.
Las donaciones crecieron con los siglos y constituyeron a los Papas en grandes terratenientes, de modo que poco a poco vinieron a convertirse en autoridad no sólo religiosa sino también en social y civil con muchos súbditos. Tanto es así que, cuando llegue San Gregorio Magno, dirá de sí mismo: “Se puede dudar si el Papa desempeña el oficio de pastor o de príncipe temporal”.
Ya en tiempos del papa San Gelasio (492-496) se llevaba en Letrán una lista minuciosa tanto de los haberes del Papa como de los pobres y obras que habían de atenderse. Cien años después, con el papa San Gregorio a finales del siglo sexto, aquellas listas se habían convertido en un verdadero registro estatal, dadas las grandes donaciones que poseía el Pontificado de tierras, casas, empresas…, que constituían los llamados “fondos”, agrupados a veces en 5, 15 o más “masías”, tan grandes que llegaron algunas a constituir una diócesis. Se extendían por Italia y fuera de ella, especialmente en Sicilia, verdadero granero de Roma. Cada año llegaban de la isla dos flotas de barcos cargadas de grano. Los Papas hacían ahora con el pueblo lo mismo que antes los emperadores con el pueblo necesitado. Roma era un granero abierto a todos y el Papa era llamado “Padre de la familia de Cristo”.
¿Cómo se empleaba la enorme cantidad de dinero que llegó a producir el Patrimonio de San Pedro? Exigía una gran organización y los Papas, todos, fueron escrupulosos en llevarla con gran delicadeza. Pero esa organización llegó a ser extraordinaria con el papa San Gregorio Magno, el cual puso al frente de aquellas grandes posesiones a clérigos de toda confianza, que juraban su cargo ante la Confesión o sepulcro del propietario y dueño, San Pedro, el cual lo daba todo a los pobres, o lo empleaba en construir iglesias, hospitales para los peregrinos, atención a los monasterios necesitados, construir iglesias y defender Roma contra las incursiones de los lombardos y otros enemigos. Todo se hacía con el dinero que era “una bendición de San Pedro”.
Los presbíteros encargados de los fondos o masías se servían de colonos y arrendatarios, que vivían de su trabajo, y los frutos y el dinero lo entregaban al Papa. Según San Gregorio, lo habían de hacer de manera “que la bolsa de la Iglesia no debía mancharse con sucias ganancias”. El Papa daba ejemplo más que nadie: “Mi intención no es hacer granjería torpemente, sino aliviar a los pobres”.
Con esa esplendidez de los Papas y su cuidado en administrar bien el Patrimonio de San Pedro, el Papa era en aquellos siglos el personaje más popular y querido en Italia, como dice un gran historiador: “Nunca fueron los Papas tan populares en Italia como en el periodo de las invasiones de los bárbaros, del quinto al octavo siglo”. Todos los Papa igual. Pero, si se cita especialmente a San Gregorio, es porque él fue el gran organizador de aquella riqueza y, además, él mismo, de rica y noble familia, antes de hacerse monje y ser elegido Papa, había dado a San Pedro toda su gran fortuna.
En los años del papa Gregorio III, 731-741, se le llamaba a Roma “Ducado Romano” y a las otras posesiones “República Santa de la Iglesia de Dios”. El Papa era el soberano de la “Santa República”. Y se le llamaba “Santa” porque más que al Papa le pertenecía a San Pedro, al cual se le habían hecho las donaciones y se le daban las herencias.
En estas grandes posesiones del Papa con el Patrimonio de San Pedro hemos de ver el principio de los Estados Pontificios. Los lombardos, últimos bárbaros que asolaron Italia, fueron malos de verdad. Los Papas pedían ayuda al emperador de Oriente, que residía en Constantinopla y tenía su exarca o representante en Ravena, noreste de Italia. Pero ni el emperador ni el exarca hacían nada. El Papa tenía que defender Roma gastando grandes cantidades de dinero tomado del Patrimonio de San Pedro. Pues la gente no tenía más amparo que el Papa, el cual actuaba de hecho como autoridad civil. El papa San Zacarías, 741-751, firmaba por su cuenta y riesgo un tratado de paz por veinte años con el rey lombardo, lo cual significaba considerarse soberano de un Estado civil como los demás.
El siguiente Papa, Esteban II, ante la amenaza de Astulfo, nuevo rey lombardo, llama en su auxilio al rey Pipino, que llegó a Roma, ya sitiada, la liberó en el 756 y confirmó los terrenos propios del Papa. El emperador de Constantinopla se quejó y reclamó aquellas tierras, pero respondió Pipino: “Yo no he luchado contra los lombardos a favor de los bizantinos sino por amor a San Pedro, para remisión de mis pecados, y jamás retractaré la oferta hecha a San Pedro”.
Quedaba reconocido, de hecho y de derecho, el Estado Pontificio, que se había ido formando con tantas donaciones a San Pedro, como reconocía en el 778 el papa Adriano al escribir a Carlomagno:
“Los ricos, los patricios romanos, y todo género de fieles dejaban en testamento muchas de sus posesiones, campos, selvas y minas etc., o renunciaban a ellas incluso en vida, mirando por el bien de sus almas y por el perdón de sus pecados, en las cercanías de Roma…; y hasta en lugares muy lejanos, daban “nuevas posesiones al bienaventurado San Pedro y a la santa Iglesia apostólica de Roma”.
Por todo esto se ve que los fundadores de los Estados Pontificios no fueron Pipino o Carlomagno. Legalizaron lo que ya existía. “Restituían a San Pedro” lo que le habían arrebatado los lombardos. A partir del año 781, el papa Adriano acuñaba monedas con su nombre y fechaba los documentos a partir de su pontificado, como hacía otro rey cualquiera.
Ante la actitud de Carlomagno y los reyes y emperadores siguientes que reconocieron plenamente y apoyaron del todo los Estados Pontificios, como vimos por la lección anterior, ¿cayó la Iglesia de Roma en el fatal cesaropapismo que dominaba al Patriarca de Constantinopla? No. Hubo una diferencia grande entre Oriente y Occidente. Mientras que en Constantinopla el emperador era el último que mandaba sobre el Patriarca, en Roma existía la tutela o protección, pero no el dominio del Emperador sobre el Papa.
Al revés. Si bien cuando era elegido un Papa por el clero romano debía el emperador aprobarlo, en modo alguno interfería nada ni en la elección ni en el reconocimiento posterior. Más: aceptaba siempre la superioridad del Papa como Soberano espiritual supremo, al que competía otorgar la corona imperial ─ya que ésta no era hereditaria─ al rey que conviniera más a la Iglesia. Si se encontraban Emperador y Papa, era el Emperador quien, como un vasallaje, tributaba el honor de llevar las riendas del caballo del Papa. El primero que hizo este gesto de honor fue el rey Pipino con el Papa Esteban II y después lo repetirán por varios siglos todos los emperadores.
El Papa, con los Estados Pontificios, adquiría una independencia que le era necesaria para el ejercicio de su misión universal sobre toda la Iglesia. En la formación de aquellos Estados a partir de sus principios con el Patrimonio de San Pedro, hay que ver una providencia especial de Dios sobre su Iglesia. Hubiera sido fatal a lo largo de los siglos para el Papa el estar sujeto a una autoridad civil. La misión universal que le confirió Jesucristo necesitaba una independencia total de cualquier potestad humana.
Es cierto que, como veremos a lo largo de muchas lecciones, el gobierno temporal de los Papas trajo grandes disgustos a la Iglesia. Hubo que jugar continuamente con una política humana que no siempre resultó lo acertada que debía ser.
Casi desde el principio ─aunque el pueblo de Roma estaba por el Papa, el cual tanto le había ayudado siempre contra los bárbaros y remediado su mucha pobreza─, los patricios y la aristocracia de Roma, llevados de la ambición y afán de riqueza, se pusieron mil veces contra los Papas causando a la Iglesia males sin cuento. Y sabemos a dónde se llegará en el siglo XIX cuando los Saboya y la masonería acaben con los Estados Pontificios. Pero al final se impondrá el derecho y el mismo sentido común y se formará en 1929 el Estado de la Ciudad del Vaticano, territorio minúsculo pero que hará del Papa un Soberano del todo independiente en el gobierno de la Iglesia universal y reconocido por todas las Naciones.