Este milagro ya fue más serio. Sábado también, y en una sinagoga antes de llegar a Cafarnaún. Entre el público devoto, un hombre con la mano seca, paralizada. A Jesús le da lástima, y le ordena:
-¡A ponerse en medio! Que lo vean todos bien.
Y pregunta en la asamblea:
-¿Qué les parece? ¿Se puede hacer en sábado el bien o el mal, salvar una vida o matarla?
Silencio total. Jesús “pasea su mirada con ira sobre los fariseos, apenado por la dureza de sus corazones”, y dice al hombre:
-¡Extiende tu mano!
Quedó curada, y fariseos y herodianos, aunque se odiaban entre sí, se pusieron en seguida de acuerdo para matar a Jesús.
“Jesús lo supo”, dice Mateo, y se marchó de allí hacia el lago, en cuyas orillas se había congregado mucha gente que le esperaba. Curó a los enfermos, pero con el grupo de los discípulos se dirigió hacia la montaña que tenía en frente.