Al día siguiente mismo los fariseos y los discípulos del Bautista, unidos, le plantean a Jesús una cuestión para ellos importante y a la cual Jesús le va a quitar mucho de su valor, que ciertamente lo tenía. El ayuno era muy apreciado en la espiritualidad judía. El prescrito por la Ley, como el del gran Kippur, día de la Expiación, Jesús y sus discípulos lo guardaban escrupulosamente.
Pero los escribas habían impuesto otros ayunos, como el del lunes y jueves cada semana, en memoria, decían ellos, de la subida de Moisés al Sinaí el lunes y de la bajada en el jueves. Además, muchos judíos ayunaban libremente con frecuencia por propia devoción. Y ahora, fariseos y discípulos del Bautista le cuestionan a Jesús:
-¿Cómo es que nosotros ayunamos, y tus discípulos no?…
Cuestión baladí, decimos nosotros, pero Jesús la aprovechó para dejar en su Iglesia una norma perpetua. Contestó simplemente con unas sencillas comparaciones.
-¿Pueden en una boda ayunar los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? No, hombres. En la fiesta, ¡a gozar! Ya ayunarán cuando el esposo no esté más con ellos.
Si el Dios Yahvé era el esposo de Israel, Jesús lo va a ser de su Iglesia, y si está Jesús con su Iglesia, como lo está ahora con los discípulos, no hay razón de ser para ayunar. Además, sigue Jesús:
-¿Por qué se empeñan en echar como remiendo una pieza de tela nueva a un manto viejo? La ley antigua pasó, dejen que actúe el Evangelio, el cual, como vino nuevo, debe envasarse en odres nuevos.
Con este hecho y esta enseñanza Jesús no quitaba la penitencia en su futura Iglesia, por más que el Esposo estaría siempre con ella, aunque glorificado en el Cielo. La Iglesia se sabe esposa del Jesús que murió en la cruz y con la penitencia de sus hijos se asocia al sacrificio redentor de Cristo. También en la Iglesia, y mucho más que en el judaísmo, se practicará siempre la penitencia, pero sin las estrecheces ridículas de aquellos fariseos, sino con la libertad de los hijos de Dios.