MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 542
Uno de los aspectos que más se critica de quienes ejercen una responsabilidad pastoral en la Iglesia es la lejanía de la gente. Cuando el Pastor es sobre todo “Señor Obispo” y cuando el sacerdote es principalmente “Señor Cura”, es difícil que entre en un verdadero diálogo con la gente. Las palabras se hacen lejanas y son incapaces de comunicar un mensaje que llegue al corazón. En cambio, cuando se crea cercanía y el pastor se acerca con cordialidad, nace un diálogo que recoge inquietudes, comparte alegrías y hace que cada uno se sienta parte de la vida de los demás. La Iglesia se llena de vida y se asumen conjuntamente los problemas, los desafíos y los logros. Nace la experiencia de comunión.
San Antonio Mª Claret fue un obispo “popular”. Había sido siempre un misionero “popular”, atento a las necesidades del pueblo y a recoger sus inquietudes y sus preguntas. Por ello, su lenguaje era comprendido y su persona buscada y amada.
En muchos lugares nuestra sociedad está fuertemente marcada por el proceso de secularización; es una característica del mundo occidental en los últimos decenios. Nuestro lenguaje resulta, con frecuencia, lejano e incomprensible. Es un gran desafío anunciar un mensaje religioso a una sociedad que se define como post-religiosa. Nunca han sido tan importantes la escucha y el diálogo. Sólo quien se inmerja entre las gentes podrá captar sus preguntas y darles una respuesta inteligible. Por eso es tan importante crear ámbitos de empatía y cordialidad.
Lo mismo ocurre en lugares donde la pobreza suscita unas preguntas peculiares, quizá lejanas a un pastor que llega lleno de títulos académicos o al voluntario de una ONG condicionado por su procedencia de un mundo opulento. Es preciso “bajarse” del propio pedestal y vivir esas situaciones desde cerca, desde dentro. La cercanía al pueblo es una clave fundamental para un anuncio eficaz y creíble del Evangelio.