113. El pontificado moderno

113. El pontificado moderno

Nos conviene conocerlo. Muy digno, aunque con sus inevitables fallos humanos: Papas ejemplares todos, muy fuertes algunos, y otros algo débiles en la política europea.

 

Empecemos por conocer la Curia Romana y los cardenales, porque van a sufrir una gran transformación. Desde Trento, Curia y cardenales son muy diferentes a los del Renacimiento. Desaparece de Roma aquella mundanidad humanista tan perniciosa para la Iglesia; el nepotismo, aunque durará algo hasta ser erradicado totalmente, ya no tendrá el mismo carácter; y la política no se regirá por las conveniencias de los Estados Pontificios ─aunque los Papas mirarán siempre por el bien de ellos─, sino por las relaciones más aptas con las naciones europeas existentes y las que nacerán después.

 

La característica más notable de las naciones modernas es el centralismo, pues los reyes y príncipes se rigen por el regalismo más exigente. Cada uno de ellos tiene por norma, a su modo, lo expresado de manera tan altisonante por Luis XIV de Francia: “El Estado soy yo”. Al Pontificado le va a pasar lo mismo, aunque en este caso con toda razón: el Papa ─como Vicario de Jesucristo al que se le dio toda potestad en la Iglesia─, gobernará por sí mismo con un centralismo desconocido anteriormente, pero justo. Para entenderlo, nos fijamos en algunos puntos particulares.

 

El nepotismo, tan odiado anteriormente, aunque desaparecido al parecer con Trento, subsistirá por más de cien años en algunos Papas. De los de este primer período de la Edad Moderna, Alejandro VII (1655-1667) cedió a los requerimientos de los florentinos y confirió varios cargos a un su hermano, a un sobrino lo creó cardenal, a otro lo casó con una noble Borghese… Alejandro VIII (1689-1691) cargó de bienes a los miembros de su familia: un sobrino, cardenal en el día siguiente a la elección; otro sobrino, también cardenal, a pesar de ser un derrochador; otro, ya era obispo, creado igualmente cardenal… 

Pero el Papa siguiente, Inocencio XII, acabó definitivamente con esta plaga. Después de él, ya no se dará ni un solo caso. Porque, fuera de estos ahora citados, el nepotismo de este siglo seguirá vigente, pero ya no será un llenar de beneficios y de dinero a los familiares, sino mantener al “nepote”, al sobrino elegido, en el cargo más importante de la Curia, una especie de Ministro de Relaciones omnipotente, hasta que será sustituido de modo definitivo por el Secretario de Estado.

Como una curiosidad o como ejemplo hermoso. En 1903 era elegido Papa San Pío X. De familia muy humilde, siempre tuvo consigo a tres de sus hermanas que cuidaron de él cuando párroco, obispo y cardenal. Ya Papa, le preguntan seriamente a ver qué título de nobleza (!) quería para sus hermanas. -¿Título? Hermanas del Papa. Con él tienen bastante… Y en su testamento, sin nada de dinero, anotaba: -Dejo a mi sucesor 100.000 liras que me entregaron para mis hermanas, a fin de que disponga de ellas según su parecer… Del nepotismo no quedaba más que un recuerdo desagradable y muy lejano.

 

Los Cardenales merecen una atención especial. Sabemos que el papa Sixto V los fijó en setenta miembros a lo más. Ya no son tampoco, fuera de casos aislados, aquellos de antes de Trento: familiares del Papa que resultaban muchas veces una auténtica calamidad, nombrados jóvenes imberbes unos, y creados también otros aunque fueran de conducta malsana. Ahora son elegidos hombres probos, pero que se van a dividir ─de manera natural, no legislada─ en una triple facción. Primera, la de los “nacionales”, es decir, los de una nación determinada con los otros adictos políticamente a esa nación. Esto ocurría aunque la mayoría de los cardenales fueran italianos. Segunda, los que podríamos llamar “nepotistas”, o sea, los que capitaneaba aquel familiar del Papa ya difunto y que solían ser los creados por ese mismo Papa. Tercera, los “independientes”, serios que no se dejaban llevar por nadie, sino que buscaban sólo el bien de la Iglesia. Esta división del Colegio Cardenalicio en tres grupos resultará muy poco beneficiosa cuando habrán de elegir nuevo Papa. Cada grupo tirando hacia su partido, muchas veces no se pondrán de acuerdo y alargarán por días y semanas y hasta meses algunos cónclaves.

 

Los Nuncios. Otra institución de mucha importancia. Desde siglos atrás, los Papas enviaban a los reyes, a los congresos, a los sínodos algún legado que llamaban “a latere”, de su lado, un embajador que hiciera las veces del mismo Papa, porque llevaba fielmente su representación, sus encargos, sus disposiciones. A partir de los siglos XV y XVI, esos legados se hicieron permanentes, y, es cierto, fueron causa de muchos conflictos entre los obispos y los gobiernos civiles con los Papas. Ahora, corregidos muchos errores, se convierten en instrumentos eficaces del gobierno pontificio, cada vez más concentrado en sí mismo.

 

Los obispos, desde Trento, cambian grandemente en la Iglesia. Antes del Concilio había también muchos buenos pastores, pero recordamos muy bien cómo durante siglos abundaron los obispos vividores, cortesanos, grandes señores…, y ahora, obligados todos a la residencia, constituían un episcopado ejemplar. La dificultad estaba en la elección de los candidatos, pues los reyes de las naciones católicas se arrogaban todos el derecho de la elección. Poco a poco, y con mucha vigilancia sobre la conducta y capacidad entre los presentados, se escogían siempre sujetos dignos, a pesar de los reyes que se amparaban en las ideas galicanas y similares, falsas y hasta heréticas, como veremos pronto.

 

Las Congregaciones Romanas van a ser los grandes instrumentos del gobierno de los Papas. Por “Congregaciones Romanas” entendemos los diversos organismos de la Curia pontificia, lo que civilmente llamamos “Ministerios”. Durante varios siglos permaneció activa la Inquisición (lección 58), que vigilaba en las diversas naciones la pureza de la fe contra las herejías. Ahora, fue sustituida por el Santo Oficio, y fue la primera Congregación instituida en Roma, ya bajo Paulo III en 1542. Vinieron después la de la Propagación de la Fe, la del Concilio, la de los Obispos, la de los Religiosos, la de Ritos o del Culto, la de los Estudios y otras, además de la principal que es la Secretaría de Estado, hasta llegar a ser quince. Los Papas añaden unas, suprimen otras, fusionan algunas, según las necesidades de la Iglesia o conveniencias de los tiempos. Cada una tiene su residencia, y al frente de la misma está un Cardenal llamado “Prefecto”. Como se ve, todo el gobierno de la Iglesia se centralizó en el Papa, que lo ejercitaba por medio de las Congregaciones.

Así quedó en este período primero de la Edad Moderna. Y aunque sea dando un salto de tres siglos, pero dentro del segundo período de nuestra Edad Moderna, hoy la Santa Sede, aparte de la Secretaría de Estado, consta de nueve Congregaciones. Tiene también algunos Tribunales importantes con otros organismos. Además, modernamente, se han creado los “Consejos Pontificios”, que desempeñan un gran papel. Para conocimiento de todos, pues a todos los hijos de la Iglesia nos interesa, al final de las lecciones ponemos un Apéndice sobre la actual constitución de la Curia Romana.

 

Los Cónclaves. Desde hacía ya muchos siglos, al morir el Papa eran los cardenales quienes debían elegir al sucesor. La palabra “cónclave” viene de muy lejos: cónclave = con llave. Los cardenales se encierran sin contacto con el exterior para evitar injerencias extrañas. Parece que el primer cónclave se debe al pueblo romano, que encerró a los cardenales en el monasterio Septizonio del que salió elegido el papa Celestino IV en Octubre de 1241.

Pero quien determinó cómo debía ser el cónclave fue el papa Gregorio X en el Concilio de Lyón en 1274, ya que cuando fue elegido él en la ciudad de Viterbo duró el proceso nada menos que tres años. El pueblo, furioso de tanto esperar, cerró con llaves el palacio episcopal y les dejaba entrar muy poca comida para que acabaran de una vez con la elección. Esa reunión de los cardenales electores quedó consagrada con la palabra cónclave.

En el período que historiamos, los cónclaves se celebraban normalmente bien; pero se metió en ellos un mal muy grave: los reyes de las naciones europeas se arrogaron el derecho del “veto”. Aunque los cardenales no tenían ninguna obligación de atenerse a él, pues  podía ir contra su misma conciencia, no tenían más remedio que aceptarlo, ya que de salir elegido el vetado, le imposibilitarían el gobierno de la Iglesia en esa nación determinada. Y más de una vez se vieron obligados a esta práctica injusta y del todo reprobable.

Lo hizo España cuando la elección de Inocencio X en 1644; Francia en 1670 cuando Clemente X; Austria en 1721 cuando Inocencio XIII; Austria en 1823 cuando León XII; y España en 1831 cuando Gregorio XVI. Y ya muy en nuestros días, Austria-Hungría en 1903 cuando la elección de San Pío X. Pero en este cónclave se acabó para siempre esta cuestión tan enojosa. Hoy nadie puede imaginarse tal injerencia civil en un cónclave.

Lo malo para los cónclaves de los siglos XVII al XIX estaba en los diversos grupos de los cardenales. Por sus tendencias políticas, cada facción tiraba para su partido, y varios cónclaves resultaron problemáticos por esas simpatías o antipatías injustificadas.

 

A partir de ahora, la mejor manera de conocer la Historia de la Iglesia en la Edad Moderna sería seguir los Papas uno por uno hasta nuestros días, intercaladas, naturalmente, las lecciones sobre puntos concretos que se realizan en medio de esos Pontificados. Es probable que sigamos este sistema, al menos ocasionalmente. Abrimos el primer período de la Edad Moderna conociendo algo la Curia Romana. En el segundo período, finales del siglo XVIII hasta nuestros días, variarán mucho las cosas al sucederse acontecimientos en gran manera extraordinarios.

 

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