92.  Los Papas del Renacimiento (II)

92. Los Papas del Renacimiento (II)

Seguimos con esas historias que nos interesan a la vez que nos deleitan, aunque a ratos nos duelan. No dejan de ser muy instructivas.

 

Sixto IV. Difícil retratar a esta Papa en pocas líneas. Fue él, mucho más que el Papa anterior, quien metió en Roma la mundanización renacentista y llevará el nepotismo a límites intolerables, aunque realizará también cosas muy notables, sobre todo en la lucha contra los turcos, que lograron poner pie en Italia y atemorizaron a toda Europa. Sixto, fraile franciscano, había sido General de la Orden. Buen teólogo, y con una conducta moral limpia, pero ya Papa se convirtió más bien en un verdadero príncipe político que se vio muy seriamente comprometido en las luchas de las ciudades de Italia, sobre todo con Florencia en la revuelta sangrienta de los Pazzi con los Médici, por culpa de Juliano Riario, uno de sus sobrinos a quien el Papa había nombrado gobernador de Ímola y que se puso de parte de los Pazzi.

Éstos asesinaron a Juliano de Médici, pero su hermano Lorenzo el Magnífico logró escapar. Los Médici se vengaron ahorcando a los Pazzi y con ellos al arzobispo Salvati de Pisa que estaba de su parte. Los Pazzi, con los que estaba Riario, lograron reorganizarse e hicieron correr la sangre de los Médici en Florencia. Sixto IV se portó ambiguamente, pues castigó con el entredicho a Florencia por el asesinato de Salvati y exigió el destierro de Lorenzo el Magnífico a quien excomulgó. Total: las ciudades de Italia se enzarzaron en guerra: Venecia y Milán, partidarios de Lorenzo, contra el Papa y sus aliadas Nápoles y Siena.

Ya hemos dicho que el nepotismo de Sixto IV fue escandaloso sin más. De buenas a primeras creó cardenales a sus dos sobrinos Juliano de la Rovere, el futuro Papa Julio II, y Pedro Riario, de los que hablaremos luego. Y después siguió nombrando cardenales a otros cuatro sobrinos, indignos los cuatro por su conducta.

Pedro Riario, el sobrino mimadísimo del Papa, fue todo un caso de descaro. El tío le confió el arzobispado de Florencia, el patriarcado de Constantinopla, los arzobispados de Sevilla, Valencia y Spoleto además de otros obispados y abadías. Con estos cargos, administrados por encargados suyos naturalmente, se hizo riquísimo, y con su enorme cantidad de dinero mantenía una familia de varios centenares de personas, a quienes vestía de seda y púrpura; su palacio, adornado todo de tapices, con oro y plata hasta el derroche, y con una caballeriza de los más escogidos corceles. Inmoral descarado, vestía en casa trajes recamados de oro, y adornaba a su amiga de perlas finas desde la cabeza hasta los pies. A causa de sus excesos, murió tempranamente a sus veintiocho años. Junto a su tío Riario hay que poner al sobrino Sansoni Riario, a quien el Papa elevó al cardenalato mientras le concedía diez (!) obispados, varias abadías y otros beneficios eclesiásticos. El otro gran sobrino, Juliano della Róvere, también elevado cardenal de buenas a primeras, nos dará que hablar muy pronto como Papa Julio II.

Mal juicio merece en su conjunto el pontificado de Sixto IV, convertido por su proceder más en rey temporal que Papa religioso. Sin embargo, y como estaba muy bien formado en teología, se mostró también defensor, hasta riguroso, de la fe católica. Además, piadoso sincero; muy amante de la Virgen María; instituyó la fiesta y oficio de San José; y promovió el culto en santuarios famosos. Papa bueno por una parte, pero por otra…

 

Inocencio VIII (1484-1492). Muy problemática su elección, inficionada de simonía. Antes de ser Papa llevó una vida de todo menos inocente. En su juventud había tenido dos hijos ilegítimos,  Franceschetto y Teodorina. Ya Papa, fue buena persona y de modales corteses. “Nadie de los que a él acudían se apartaba de su presencia desconsolado; a todos acogía con bondad y dulzura verdaderamente paternal; era amigo de nobles y plebeyos, de ricos y de pobres”. En cuanto a su conducta, a uno de sus hijos, Franceschetto, lo casó con Magdalena de Médici, hija de Lorenzo el Magnífico, de Florencia. La boda se celebró en el Vaticano con lujo y derroches tipo oriental, y a los nuevos esposos les regaló joyas por valor de 10.000 ducados de oro. Fue el primer Papa que presidía la boda de un hijo suyo, como presidió la de su nieta Peretta, hija de Teodorina, y en el banquete tomó asiento el Pontífice, contra la buena costumbre que prohibía a las mujeres sentarse a la mesa con el Papa. 

En la Curia se descubrió un tráfico ilegal de documentos papales y las finanzas pontificias llegaron a tal extremo que se hubo de empeñar la tiara del Papa y una buena parte del tesoro de San Pedro. Inocencio se puso fuerte y castigó ejemplarmente a los culpables.

En su Pontificado tuvo la alegría de celebrar la conquista de Granada por Fernando e Isabel el 2 de Enero de 1492, noticia que llenó de gozo a toda la Cristiandad. El Papa fue el primero en celebrar en Roma aquel acontecimiento con festejos populares inusitados que duraron muchos días y en los que se gastaron cantidades enormes de dinero, dicen que hasta 30.000 ducados de oro. Igualmente, pocos meses después supo que Cristóbal Colón, almirante de los Reyes Católicos, se lanzaba al mar para el descubrimiento de América, que abriría campos inmensos a la Iglesia para la evangelización, aunque ya no tuvo la satisfacción de saber que las tres naves habían conseguido coronar felizmente su aventura el 12 de Octubre, pues el Papa había muerto el 25 de Julio.

Un hecho que siempre se ha destacado con Lorenzo de Médici: como recompensa por la mano de su hija para Franceschetto, elevó al cardenalato al hijo de Lorenzo, niño de trece años, el que será después Papa León X. Lorenzo escribió a su hijo una extensa carta que ni de un Santo Padre: “Lleva una vida ejemplar y honesta en una ciudad que se ha convertido en sentina de todos los vicios”. “Comprende cuán importante es el ejemplo en la persona de un cardenal, pues todo el mundo iría bien si todos los cardenales fuesen lo que deberían ser, ya que de este modo harían siempre un buen Papa, de donde nace la tranquilidad y descanso de todos los cristianos. Esfuérzate, pues, en ser tal, de modo que los demás puedan imitarte y se pueda esperar este bien universal”.

 

 Alejandro VI (1492-1503). Hemos llegado al Papa más discutido y calumniado de todos los tiempos, el español Rodrigo Borja, sobrino de Calixto III. Desde el principio hay que decir que se le debe juzgar con serenidad, pues en medio de sus graves errores morales antes de ser Papa, en su pontificado hizo grandes cosas por la Iglesia, quizá más que los otros Papas renacentistas. Pero se formó una leyenda negra en torno a su persona, y una leyenda negra ya no se quita de encima jamás. Los historiadores modernos están colocando las cosas más en su punto. Su inmoralidad antes de ser Papa, fue como la de Pío II, Inocencio VIII, la de Julio II que le seguirá, y otros. Alejandro no fue una excepción, aunque sobrepasara a los demás: tuvo nada menos que siete hijos hasta siendo cardenal, cuatro de ellos adulterinos, habidos de la célebre Vanozza.

Sin seguir la historia de cada uno de sus hijos, hay que citar a Lucrecia, de la que se han contado mil aventuras amorosas, todas inventadas para la novela. Su primer esposo, impotente, y el matrimonio fue declarado nulo. Se casó de nuevo, y el marido fue asesinado. El tercer esposo le resultó muy bueno y con él vivió feliz hasta su muerte. De los otros hijos, debemos recordar al célebre César Borja, que dejó el cardenalato y se secularizó, fácil de arreglar porque no se había ordenado sino de subdiácono. Fue un líder militar de primer orden en la política de Italia, Francia y los Estados Pontificios. Acabó mal por la vil traición de que fue objeto por parte del siguiente papa Julio II.

Alejandro VI, antes de ser Papa, se había enriquecido sobre manera: “Es opinión que supera a todos los cardenales, exceptuado el de Rouen, en dinero y riquezas de todo género”. Sus cualidades naturales, empezando por su físico, eran sobresalientes. Y en todos los cargos que había ejercido se demostró un hombre de gran prudencia y valer. Si lo eligieron Papa, y la mayoría de los cardenales eran italianos que no querían a un extranjero, fue por sus grandes dotes, y su elección fue muy bien acogida en Italia sobre todo. Nápoles quería a Juliano della Rovere, el futuro Julio II, igual que Francia y Génova, que, para promoverla, depositaron entre las dos en un banco 300.000 ducados. Esto no fue simonía de Rodrigo Borja, sino a lo más de Juliano, que, desde entonces, le tuvo un odio mortal. Muchos historiadores siguen a ciegas al historiador Pastor, enemigo por sistema de todo lo español. Aquella su inmoralidad ya no existía desde hacía unos doce años antes, aunque cayó, como todos los Papas de entonces, en el fatal nepotismo. Sobre su leyenda negra, había escrito a su hijo César Borja: “Roma es una ciudad libre, en la que cada cual puede escribir y decir lo que le dé la gana. Ya se habla incluso mal de mí, pero yo dejo correr el agua”. Este su proceder, tranquilo y benigno, favoreció después mucho tanta falsedad como se escribió de él. Como Papa, fue bueno y grande.

Las obras que Alejandro VI realizó fueron muy notables. Se planteó la reforma, aunque después no se llevara a cabo, y favoreció mucho a las Órdenes religiosas que ya la habían emprendido. Promovió una cruzada contra los turcos, que conquistaron Bosnia en 1496 e invadieron Polonia en 1498. Pero las naciones cristianas, fuera de España, no respondieron al Pontífice, el cual contaba como estratega excepcional a Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán, que arrebató a los musulmanes la isla de Cefalonia, pero Venecia le traicionó pactando con los turcos un tratado de no agresión, y todo se echó a perder.

La decisión más célebre de Alejandro fue la línea divisoria que trazó sobre el Atlántico repartiendo las tierras descubiertas o por descubrir entre España y Portugal, cuando encargó además a los respectivos reyes la evangelización de sus nuevos territorios. Porque Alejandro fue también un insigne promotor de las misiones que entonces empezaban tan pujantes en Oriente como en Occidente.

Devotísimo de la Virgen María, y gran promotor de su culto, tuvo una muerte natural, después de confesarse con el obispo de Ceriñola y recibir Viático y Extremaunción. Fuera de leyendas nefastas, la Historia debe ser más justa con un Papa semejante.