Entramos en un momento difícil de la Historia de la Iglesia, la cual necesitaba reforma, y, sin embargo, cada vez se problematizaba más. Exponemos algunas ideas que nos centren para entender lo que abarcan unos sesenta años.
Con características muy diferentes, pero nos vamos a encontrar con un nuevo “siglo de hierro” (lección 46), por culpa de algunos Papas que sacaron del Renacimiento una verdadera paganización del pontificado. Ahora lo miramos de una manera panorámica, desde 1455 cuando muere Nicolás V al 1523 cuando muera también León X, y prolongado hasta el Concilio de Trento (1546-1563), del que saldrá un pontificado totalmente restablecido.
La caída de Constantinopla en poder de los turcos otomanos el año 1453 fue una desgracia grande. En cuanto a la Iglesia Oriental, el Patriarca de Kiev separaba a Rusia del patriarcado de Constantinopla ─“Estambul”, desde ahora─ y Moscú empezó a llamarse “la tercera Roma”. Fuera de la batalla de Belgrado en 1456 y la de Lepanto en 1571, ambas victoriosas para los cristianos, fracasarán todos los intentos de los Papas por formar nuevas cruzadas contra el Islam. La victoria de Belgrado fue conmemorada a perpetuidad por el papa Calixto III, que instituyó como recuerdo de la misma la fiesta de la Transfiguración el 6 de Agosto. Y San Pío V quiso rememorar la de Lepanto con la fiesta del Rosario de la Virgen el 7 de Octubre. Cada Papa tendrá metida en la cabeza una cruzada, pero resultaron todas inútiles porque ni reyes ni príncipes las apoyaron.
Como acontecimiento político de la Iglesia en estos años, conviene señalar los intentos de Porcaro por acabar con el poder del Papa sobre los Estados Pontificios para implantar la República Romana, pero, descubierta la conspiración, fueron juzgados los conspiradores y algunos de ellos condenados a muerte.
Dejado ese panorama externo, miramos la vida interna de la Iglesia en estos años, caracterizada por el ansia y la necesidad de una reforma que nunca llegaba. Calixto III (1455-1458) la va a intentar, pero muere pronto, y Sixto IV (1471-1484) agrava los males con la relajación que se introdujo en la Curia romana.
Afortunadamente, se acabó con el conciliarismo y en gran parte también con el galicanismo (lección 83). Aquella herejía de que el Concilio estaba sobre el Papa, la erradicaron San Antonino, arzobispo de Florencia, y los cardenales Torquemada, Sánchez de Arévalo, Nicolás de Cusa y Eneas Silvio Piccolomini, futuro papa Pío II. En 1516 se acabará con la fatal Pragmática Sanción de Bourges de 1438, sostén del galicanismo, aunque en Francia seguirá siempre latente hasta el Concilio Vaticano I en 1870, como veremos en su día.
La decadencia interna del pontificado, y con ella de amplios sectores en toda la Iglesia, venía desde el destierro de Aviñon y del Cisma de Occidente, ya que la Curia no acababa de asentarse debidamente en Roma. Pero con algunos Papas renacentistas la relajación creció de modo alarmante y llegó a términos inverosímiles. Por su esplendor, aparecía ante todo el mundo como una maravilla. Pero internamente se corrompía cada vez más, debido a tres factores especialmente.
1°. El nepotismo de los Papas llegó a ser una plaga intolerable. Se complacían en llenar de honores y de riqueza a sus parientes (“nepotismo” viene de nepos, sobrino), y para ello despilfarraban el tesoro papal y, lo peor de todo, conferían cargos importantes a sujetos incapaces para desempeñarlos o a quienes llevaban una conducta indigna del todo.
2°. La corrupción moral de algunos Papas fue muy notable en este período. Varios de ellos habían tenido hijos antes de ser elegidos para el pontificado, y después llevaron una vida aseglarada, no siempre sin algunas sospechas de falta de moralidad.
3°. La mundanización del papado fue la nota peor que se le puede achacar a estos años renacentistas. ¿Qué fueron algunos Papas con una vida de ostentación, de fiestas bacanales y de derroches absurdos? ¿Eran jefes religiosos o príncipes seculares? Los mismos Estados Pontificios los poseían como si fueran patrimonio propio y no como la fuente de la cual podían socorrer a los necesitados, como vimos en sus orígenes tan cristianos (lección 42).
Basten estas indicaciones sobre lo que significó el Renacimiento en la vida normal de muchos prelados. Las artes brillaron a una altura insospechada. Pero lo malo fue que se empeñaron también los humanistas renacentistas en imitar la vida pagana de los antiguos griegos y romanos anteriores al cristianismo.
Sería un error imaginarse que todo era malo para la Iglesia en estos días. Veremos en alguna lección sucesiva cómo la anhelada reforma la iban tomando algunos muy en serio, sobre todo los religiosos. Y es en esta época cuando empiezan a florecer en la Iglesia, como la mejor réplica de Dios, Santos y Santas muy numerosos y, diríamos, de categoría excepcional, extendidos después a lo largo de todo el siglo XVI. Asimismo, se producen hechos muy significativos que vale la pena recordar para gran satisfacción nuestra.
No habían pasado veinticinco años de la muerte de Juana de Arco, quemada viva en la hoguera, cuando el rey de Francia Carlos VII pidió al Papa se revisara el proceso de Rouen. Calixto III en 1456 la declaró inocente, invalidando aquel proceso inicuo que la condenó por hereje, hechicera y bruja. Se ha dicho que es la Santa con más procesos: uno la condenó, otro la declara inocente, y el tercero a principios del siglo XX la elevará a los altares como una Santa tan querida, beatificada por San Pío X y canonizada por Benedicto XV.
Hay que contar la gloria del tan discutido dominico Savonarola, el predicador implacable de Florencia contra tantos vicios como se cometían. Juzgado y condenado a muerte, fue ejecutado en 1498, y hoy se confía en su beatificación como de un santo extraordinario.
Como acontecimiento cumbre hay que señalar el año 1492 con el doble hecho del final de la Reconquista española, que acabó con la morisma al tomar los Reyes Católicos a Granada, último reducto del Islam en la Península, y con el descubrimiento de América, que abría a la Iglesia un campo inmenso de evangelización.
El Papa Paulo II, ante los deseos de toda la Iglesia de ganar el Jubileo al menos una vez en la vida, estableció el Año Santo cada veinticinco años, aunque a él, muerto el 1471, no le tocó celebrar el de 1475. Para el de 1500, Alejandro VI instituirá el ceremonial tan simbólico de abrir la Puerta Santa del Jubileo, costumbre conservada hasta nuestros días.
Aunque circunscrita a una nación, cabe decir algo sobre la Inquisición española sobre la que tanto hablan calumniosamente muchas historias. La verdad es que fue muy providencial para la Iglesia, por más que tuvo sus defectos y extralimitaciones. Los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, no sólo fueron grandes en el plano civil por haber unificado a España en un solo reino y echado fuera de una vez a los moros, y por haber apoyado decididamente la empresa de Colón para el descubrimiento de América; sino que se hicieron muy beneméritos de la Iglesia en todos sus aspectos, especialmente al realizar en sus reinos la tan suspirada reforma, que aseguró a la Iglesia la fe cristiana y católica más pura.
Desde los tiempos del rey Alfonso el Sabio (+1284), hijo de San Fernando, una de las célebres Partidas ordenaba que los herejes, si no se querían convertir ─su conversión era lo primero que se buscaba─, fueran entregados por los jueces eclesiásticos a los jueces seglares, los cuales se encargaban de condenarlos, normalmente a la hoguera como en todas partes. Los dos elementos, el eclesiástico y el seglar, constituían el tribunal mixto de la Inquisición española. Fernando e Isabel avanzaron esa costumbre solicitando al Papa Sixto IV implantar la Inquisición en toda España. Fue Inquisidor General el cardenal dominico Torquemada (+1498), tan benemérito como calumniado por la leyenda negra. El caso es que en España se evitaron muchas falsas conversiones de musulmanes y judíos y, sobre todo, no pudieron infiltrarse las ideas protestantes que pronto iban a aparecer en Europa.
Al hablar sobre la situación de la Iglesia en este tiempo nos encontramos continuamente con dos palabras casi mágicas: los turcos y la reforma. No hay Papa que no tenga en la mente una cruzada definitiva contra la Media Luna que pretendía apoderarse de toda Europa y fracasan todos los intentos, salvo alguno que otro. La “reforma” en la cabeza y en los miembros, es decir, de la Iglesia entera, está igualmente en labios de todos, y ninguno la toma en serio. Hasta que llega el Concilio de Trento en 1545-1563, hace eficaz la reforma que dura hasta hoy después de cinco siglos, se emprende entonces, 1571, la cruzada contra los turcos en la batalla de Lepanto, y Europa se verá libre de ellos para siempre.
El brillante Renacimiento enorgulleció a toda Europa, especialmente a Italia y a su corazón, que es Roma; pero inficionó mucho a la Iglesia, aunque durante él se estaba incubando también la reforma tan ansiada por todos. Nunca habían anidado juntos el mal y el bien en la Cristiandad igual que en este tiempo, y con los Papas como las primeras víctimas del neopaganismo. Lo veremos mejor en las siguientes lecciones con la historia particular de cada uno de los Pontífices renacentistas. Nos conviene conocerlos.