89. Ante el Humanismo y el Renacimiento

89. Ante el Humanismo y el Renacimiento

Lección ilustrativa en orden a la Iglesia, la cual se va a ver afectada profundamente por los grandes movimientos del Humanismo y del Renacimiento, que arrancan del siglo XV y van a configurar a la Iglesia en los siglos por venir. 

 

Hay que adelantar algo el Humanismo al siglo XIV, aunque tenga su apogeo en el siglo XV, el “cuatrocientos”, y se extienda plenamente al XVI. ¿Y qué entendemos por Humanismo? La palabra viene de humanitas, y en Petrarca (+1374), el primer gran humanista, significaba lo mismo que nuestra “filantropía”, respeto a los demás, amor hacia nuestros semejantes; pero en él estaba la palabra humanitas rigurosamente unida a las litterae o estudio de las letras clásicas. De este modo, pasó el concepto a significar la cultura de las letras antiguas, el latín y el griego, que dignifican al hombre sobre la cultura medieval, bárbara, a la que llamaron por eso gótica, de los bárbaros godos.

Es decir, que por Humanismo se va a entender el cultivo de las lenguas clásicas y también de la cultura griega y latina, patrimonio del desaparecido Imperio Romano.

Había que dejar el pobre latín del bajo Imperio, de los Santos Padres y Edad Antigua de la Iglesia, para volver al de Cicerón, Julio César, Virgilio, Horacio, Ovidio y los grandes de los tiempos de César Augusto. Como un detalle, la misma escritura adoptó con el humanismo un tipo de letra redonda, imitación de la letra latina antigua, la uncial, en oposición a la letra gótica medieval. Lo mismo que se dice del latín, hay que decir del griego: había que volver al de los clásicos, tan superior al “koiné” que se hablaba en todo el Imperio cuando los principios de la Iglesia. De ahí vino el contar con el árabe Averroes, portador y traductor de aquellos escritos, y el buscar con afán los manuscritos de los clásicos que se conservaban en los monasterios de monjes benedictinos y los escritos griegos entre los monjes orientales cuando la caída de Constantinopla en 1453 en manos de los turcos otomanos.

 

El Humanismo nació en Italia, con sus primeros cultivadores, Dante (+1321), Petrarca, Boccaccio (+1375), Pico della Mirándola (+1494), Lorenzo Valla (+1457), el holandés Erasmo de Rótterdam (+1536), el inglés Santo Tomás Moro (+1535), los españoles Luis Vives (+1540) y Nebrija (+1522), por no citar más que algunos.

Los estudios de las humanidades prescindían de la teología de la Escolástica, y así se introdujeron la gramática, la literatura, la historia, las biografías, la mitología …, las cuales sustituían a las leyendas piadosas de muchos santos antiguos y medievales. 

Lo que ocurría con las lenguas ─había que tornar a las clásicas─, se tenía que aplicar a las costumbres: el hombre debía ser elevado a la cultura antigua, lo cual daría paso al Renacimiento. Aunque hubiera humanistas peligrosos, como Machiavelo con su libro El Príncipe, el Humanismo tuvo grandes valores positivos, pues de suyo nunca se puso contra Dios, aunque Dios dejó de ser el centro de todas las ciencias y las artes. Se elevó el concepto de la dignidad del hombre; se apreciaron sumamente las virtudes naturales; ya no se aspiraba a la guerra como un ideal; la razón adquiría una categoría superior; en fin, se apreciaban y ensalzaban todos los valores humanos, antes subestimados.

El “teocentrismo”, o Dios como centro único de todo, daba paso a un cierto “antropocentrismo”, al hombre como alguien muy importante en la tierra, además de Dios, porque el hombre en la sociedad tiene valores propios, auténticos y muy dignos de ser cultivados. Y hubo Universidades, como la de Alcalá de Henares o la de Lovaina, y muchas escuelas del siglo XV, que se encargaron de difundir las ideas humanistas por toda Europa.

 

La invención de la Imprenta por Guttemberg, con su primera obra en 1453: la Biblia, fue la gran revolución. Aquellos “incunables”, los primeros libros en papel o pergaminos en lo que va de 1450 a 1500, abarataron y difundieron por toda Europa las obras de los humanistas, a la vez que a la Iglesia le facilitaba la difusión de todos los libros del culto y los escritos de los Santos Padres y maestros eclesiásticos. Los números que nos proporcionan sobre los inicios de la imprenta en estos años son se verdad sorprendentes. En esos cincuenta primeros años de los incunables, se tiraron en Europa unas 35.000 ediciones con unos veinte millones de libros. Los humanistas y tantos como escribían ya en las lenguas romances o del pueblo, contaban con grandes empresarios de la imprenta, de modo que a lo largo del siglo XVI se lanzaron en Europa unas 200.000 ediciones de libros con varios millones de ejemplares. Ya se ve que la imprenta fue el invento más revolucionario que transformó la vida de la sociedad y el medio utilitario que encontró a su favor el Humanismo.

 

El Renacimiento es un fruto natural del Humanismo. Las ideas del Humanismo sobre el hombre y sobre el mundo, con el retorno a la cultura clásica griega y latina, había de repercutir necesariamente en el arte. No moría el gótico en sus formas tardías por toda Europa, pero el arte italiano que nacía se iba a imponer de todas maneras. Aunque el Renacimiento abarca también las ideas en las ciencias y costumbres humanas, de hecho se reserva la palabra para expresar la revolución realizada en el arte, la pintura y la escultura sobre todo. Con él “renacía” la cultura antigua, dejando atrás la semibárbara medieval.

El Renacimiento se colocaba a las puertas de la Edad Moderna, cuando se iban a formar los Estados europeos, con la caída definitiva del feudalismo (lecciones 44-45) y el desarrollo de la burguesía; con los viajes descubridores de nuevos mundos, muchos hacia el Este y especialmente hacia el Occidente con América. El Renacimiento nacía en Italia dentro de este nuevo ambiente creado en el siglo XIV ─el Quattrocento, como le llaman los italianos─, con un empuje extraordinario, porque los reyes de Hungría, Francia, España y otros países importaron de Italia a grandes artistas que llenaron de obras maestras a toda Europa.

 

Como un primer ejemplar del Renacimiento, podríamos citar a Leonardo da Vinci (1452-1519), florentino, un genio único, que era de todo: científico, escritor, arquitecto, filósofo, escultor, ingeniero, poeta, músico…, aunque ha sido siempre conocido sobre todo como pintor, debido a un cuadro suyo, la Gioconda, y al fresco de la Última Cena en Milán.

A Leonardo le seguirán las figuras cimeras del Renacimiento en las primeras décadas del siglo XVI ─el Cinquecento italiano─, con los genios de Miguel Ángel, Rafael de Urbino, Bramante…, todos tan conocidos. Y aunque podemos considerar a toda Italia como la tierra fértil del Renacimiento, hay que decir que la ciudad que más respeto merece como renacentista es Florencia, sobre todo por la protección de los Médicis.

 

Y a todo esto, ¿qué hizo la Iglesia al aparecer el Humanismo y el Renacimiento en la Historia? Cualquiera diría que les iba a hacer frente levantando ante ellos un muro insalvable e inexpugnable. Y fue todo lo contrario. Los Papas se convirtieron en los principales mecenas o protectores de los grandes humanistas. Un mecenazgo que más de una vez resultará perjudicial a la Iglesia por sus excesos. Los mecenas eran personas que por su aprecio de la cultura clásica griega y latina, por su afán de coleccionar códices ─y, desde la imprenta, libros─, por su gusto en el arte nuevo que se introducía, se convirtieron en los favorecedores natos de todos los escritores, poetas y artistas que aparecían en la sociedad. Y los mayores mecenas fueron precisamente Papas como Nicolás V (+1455); Sixto IV (+1484); Julio II el más audaz (+1513); León X (+1521), fiel a su tradición familiar de los Médici de Florencia. El Renacimiento en el arte seguirá esplendoroso hasta mitades del siglo XVI, cuando empezará a decaer para dar lugar al Barroco.

 

Al hablar de la aparición del Humanismo es necesario hacer mención especialísima del magnífico papa Nicolás V. Durante sólo ocho años, hizo cosas grandes de veras. Pero aquí lo miramos como el primer gran mecenas de los humanistas y lo que hizo por dotar de códices ─comprados en todos los rincones de Europa─, a la Biblioteca Vaticana por él fundada y que llegó a ser con mucho la más rica de todas las bibliotecas existentes. No sabe uno lo que hubiera hecho con los libros de haberlos conocido, pues murió apenas dos años después de que apareciera la primera Biblia de la imprenta de Guttemberg. Es imposible en solo unas líneas narrar todo lo que le corresponde a este Papa humanista, cómo se rodeó de los mejores escritores, cuántas traducciones mandó hacer del griego al latín, y cuántos copistas, calígrafos y miniadores mantenía bien pagados a servicio del Vaticano. Avaro hasta lo último por adquirir códices griegos, tuvo una ocasión magnífica, aunque dolorosa, con la caída de Constantinopla, y trajo tantos que se dijo atinadamente: “Grecia no ha sido destruida sino trasladada a Italia”.

Comenzaba el Renacimiento, y fue también Nicolás V el gran iniciador de la reconstrucción de Roma dotándola de edificios grandiosos que rememorasen los del Imperio. En tan poco tiempo que duró su pontificado, parece mentira lo que llegó a hacer, y se quedó, esta es la verdad, en el principio de sus proyectos. El papa Pío II dirá después de este su antecesor: “Este Papa engrandeció de modo tan admirable a la Urbe Roma con tantos y tan bellos edificios que, de haber podido completar sus planes, no se hubiera quedado en grandiosidad debajo de los antiguos emperadores”. Gloria suya fue el haber traído a Roma desde su Florencia al pintor más sencillo y encantador que existía, el dominico Beato Fray Angélico, para decorar la capilla papal. Por otra parte, Nicolás V era un hombre “sabio, justo, benévolo, gracioso, pacífico, caritativo, limosnero, humilde, afable, y dotado de todas las virtudes”. Su muerte, tan temprana, fue llorada sentidamente por toda Roma. ¡Si todos los Papas renacentistas hubieran sido como él!… Pero, como veremos en otras lecciones, el Renacimiento mundanizó la curia papal a la vez que la engrandecía a la vista de todo el mundo.