85. Concilio de Basilea-Ferrara-Florencia-Roma

85. Concilio de Basilea-Ferrara-Florencia-Roma

¿Extraño este título? Pues, así debe ser. El Concilio empezó en una ciudad y, después de mil peripecias, acabó en la Roma del Papa. Enredado, pero zanjó el estado de aquellos Concilios anteriores que no nos dejaron ninguna buena impresión.

 

Convocado por Martín V para 1431 tal como lo había determinado el Concilio de Constanza, le tocó al recién elegido Papa Eugenio IV la celebración de uno de los Concilios más problemáticos de la Historia de la Iglesia y que estuvo a punto de parar en otro cisma. Para entendernos, un simple esquema del mismo:

  1. Se inaugura en Julio de 1431 en la ciudad alemana de Basilea. Y por una mala información al Papa Eugenio IV, éste lo manda clausurar en Enero de 1432. Furiosos los asistentes, no obedecen y siguen adelante en rebeldía contra el Papa.
  2. En Diciembre de 1434 el Papa cede y aprueba el Concilio, que se suspende de nuevo ante la petición de los Orientales que pedían una ciudad italiana, y en 1438 se inaugura de nuevo en la ciudad de Ferrara, noreste de Italia.
  3. Basilea estaba suprimido, pero allí seguían los rebeldes celebrando su conciliábulo, que condenó y excomulgó al Papa Eugenio y eligieron por papa a un laico viudo, Amadeo, duque de Saboya, que tomó en nombre de Félix V.
  4. Ante lo mucho que estaba costando todo, en 1439 el Concilio se trasladaba a Florencia porque esta ciudad se comprometía a pagar los gastos del Concilio.
  5. Tratado prácticamente todo, el Papa trasladaba el Concilio para su conclusión a Roma a fines de 1442. Aprobado lo aprobable de Basilea, se considera un solo Concilio, el XVII ecuménico, Basilea-Ferrara-Florencia-Roma.

Y con el Concilio, el Papa regresaba a Roma después de casi diez años de exilio, pues tuvo que salir de la Ciudad en 1444 perseguido a muerte por la revolución organizada contra él por los Colonna. Con este cuadro delante, entenderemos muchas cosas del Concilio.

 

En cuanto al Papa Eugenio IV, se vio desde el principio en peligro de muerte. Los Colonna no le perdonaban el que les quitase lo que su tío y pariente el Papa Martín V les había dado sin ser de ellos. Descubierto el complot por los venecianos, los florentinos y los napolitanos de la reina Juana, sofocaron la rebelión que tramaban en Roma, mataron a muchos conspiradotes, en especial a Fray Tomás, prior cluniacense, al que ahorcaron y después lo descuartizaron en pedazos. Pero los Colonna supieron esperar y revolver a los ciudadanos. Cuando el duque de Milán, unos tres años después, se sublevó contra el Papa y utilizó en la guerra al terrible jefe Nicolás Fortebraccio, se le unieron los Colonna en el sitio de Roma, y el Papa, disfrazado de monje benedictino, hubo de huir en una barca Tíber abajo, perseguido furiosamente por los romanos, hasta que llegó a Ostia donde le esperaba una barca que lo llevó a Pisa de donde partió para Florencia. Decimos esto lo primero para detenernos ya en el Concilio de Basilea.

 

Igual que el de Constanza, quería el actual la reforma de la Iglesia “en la cabeza y en los miembros”, y por “cabeza” entendían lo que querían imponer al Papa considerado siempre como inferir al Concilio, algo que el Papa no podría aceptar jamás. Porque la mayoría de los asistentes eran “conciliaristas” y según ellos era superior al Papa, el cual en tanto podía gobernar la Iglesia en cuanto se lo permitiera el Concilio. Para mayor de males, en este de Basilea había pocos obispos (que son los que tienen el don del Magisterio) y muchos eclesiásticos inferiores, con derecho a voto como todos los asistentes. Iniciado en Julio de 1431, era un Concilio con un aire totalmente democrático en vez de jerárquico. Como legado del Pontífice lo presidía un gran cardenal, Cesarini, muy respetuoso del Papa, pero también conciliarista. El legado Cesarini mandó a Roma para informar al Papa al canónigo Beaupere, el cual le presentó a Eugenio IV la situación conciliar tan negra que el Papa autorizaba al legado a suspender el Concilio; más, le mandaba una carta fechada en Noviembre suspendiendo el Concilio sin más. Leída el 13 de Enero del 1432, estalló toda la sala en gritos incontenibles de modo que no se pudiera oír; pero el Concilio quedaba disuelto. Rebelión de la mayoría, que proclamaba: el Concilio general recibe su poder directamente de Cristo, y todos, incluso el Papa, le deben obedecer en lo concerniente a la fe, a la unión y a la reforma de la Iglesia en la cabeza y en los miembros; por lo mismo, el Concilio de Basilea no puede ser disuelto, trasladado o aplazado por nadie, ni por el mismo Papa, sin el consentimiento del propio Concilio.

Ciertamente, que Eugenio IV había procedido precipitadamente. Debería haberse informado mejor. Pero se mantuvo firme. Aunque a instancias del emperador Segismundo, de bastantes Padres conciliares y después de repetida negativa, al fin lo aprobó, aunque para llevarlo a Ferrara en atención a los Orientales.

 

Los participantes que no aceptaron la resolución del Papa siguieron obstinados en Basilea, e hicieron un conciliábulo en el que definieron olímpicamente: 1°. El Concilio es superior al Papa. 2°. El Concilio no puede ser disuelto, ni prorrogado, ni trasladado sin el consentimiento de sus componentes. 3°. El que niega estas verdades es un hereje… Por eso, aunque quedaron en pequeña minoría, tuvieron que llegar a lo irremediable: deponer al Papa, y, como el Concilio quedaba sin cabeza, eligieron Papa al laico, viudo y con dos hijos, el riquísimo Amadeo conde de Saboya, que tomó el nombre  de Félix V, el cual sería, gracias a Dios, el último antipapa de la Historia. Amadeo había fundado la Orden de los Caballeros de San Mauricio, que vivían sobre el lago de Ginebra y de los cuales era prior. Con la elección de Félix V se promovía otro cisma que provocó mucho miedo en todos, pero el cardenal Cesarini, el legado de Eugenio IV, tranquilizó a todos: “No teman, que la victoria es nuestra. Yo temería la elección de un hombre pobre, sabio y virtuoso, pues su lucha contra nosotros sería terrible. Pero de este esclavo de su dinero no hay que temer”. Y no se equivocaba el gran cardenal. Al frente de los rebeldes de Basilea estaban el cardenal D’Aleman y Eneas Silvio Piccolomini ─que mucho después sería Papa Pío II, arrepentido de aquel pecado de su “juventud”─, a los cuales Félix V les propuso: “Si han suprimido las anatas y los demás impuestos que se daban al Papa, ¿de qué voy a vivir en adelante? ¿Quieren que consuma yo mis bienes propios, privando a mis hijos de la herencia?”… No podía parar bien semejante “papa”. Echados fuera los conciliares de Basilea por el emperador Federico III, se refugiaron en Lausana, y Félix V, arrepentido, obtuvo en 1449 la absolución y el cardenalato que le dio el Papa Nicolás V. El último antipapa moría en 1451.

 

El Concilio, trasladado a Ferrara, y de Ferrara a Florencia, tenía como objetivo primario la unión de la Iglesia Oriental de Constantinopla con la latina de Roma. Era el sueño de todos. Asistió a las sesiones el emperador bizantino Juan VIII Paleólogo junto con los Patriarcas y obispos orientales, algunos de ellos con muy sincera voluntad de llegar a la tan ansiada unión, entre ellos Besarión el arzobispo de Nicea, Isidoro de Kiev, metropolitano de Rusia y otros; pero algunos, capitaneados por Marcos Eugénicos el arzobispo de Éfeso, se mostraron irreductibles. Los puntos doctrinales que en que se diferenciaban las dos Iglesias Oriental y Latina eran teóricamente sencillos: el Espíritu Santo que “procede del Padre y del Hijo”, según los latinos, y según los orientales sólo del Padre; para la Eucaristía, los latinos usan el pan ázimo o sin levadura, y los orientales lo quieren fermentado; las penas del Purgatorio, con “fuego” según los latinos y sólo con tinieblas etc., para los orientales; y cuarto ─¡esto era lo decisivo!─ el primado del Papa, absoluto para la Iglesia de Roma, y para la Oriental sólo de honor y de primacía. Disputas interminables para la procedencia del Espíritu Santo y sobre el primado del Papa. Pero al fin, se llegó a la unión deseada. El Patriarca de Constantinopla escribió el preludio de lo que iba a suceder. Se sintió enfermo el 10 de Junio de 1939 y expiraba al anochecer. Pero encontraron escrito en un papel: “José, por la divina misericordia arzobispo de Constantinopla, nueva Roma, y patriarca ecuménico. Todo lo que confiesa y enseña la Iglesia Católica y apostólica de Nuestro Señor Jesucristo, que está en la antigua Roma, yo también lo confieso y acepto plenamente. Reconozco también al Santísimo Padre de los Padres pontífice máximo y Vicario de Nuestro Señor Jesucristo”. No es para decir el gozo del Papa Eugenio IV, que el 5 de Julio firmaba con los Orientales el decreto de unión, aceptado por todos los Orientales menos por el empedernido Marcos de Éfeso y sus seguidores. Era un triunfo enorme de toda la Iglesia…., pero que iba a durar muy poco. Regresados los Orientales a Constantinopla, como lo que buscaban era defenderse de los turcos que los asediaban y para ello querían la asistencia del Papa y de los reyes católicos latinos, pronto cedieron ante el clero inferior y los monjes que no querían saber nada con las decisiones conciliares, además de que los obispos adictos a Marcos de Éfeso hicieron gran campaña en contra de la unión, mientras que Besarion e Isidoro se refugiaron con el Papa, que los creó cardenales, y murieron bajo su custodia. La unión real fue un espejismo, y una ocasión perdida para siempre.

 

El Concilio acabó en Roma con la aprobación del Papa Eugenio IV, que moría en Febrero de 1447, con estas palabras humildes, llamándose con su nombre de pila: “¡Ah Gabriel, Gabriel, cuánto mejor hubiera sido para la salvación de tu alma el no haber sido papa ni cardenal, sino que hubieses terminado tu vida en el convento!”. La verdad es que fue un Papa muy bueno, al que le faltó moderación y prudencia con Basilea, y hubo de sufrir mucho por la Iglesia. Acabó con el cisma producido con la elección del antipapa Félix V, y, aunque tan efímera por la terquedad de los Orientales, a su tesón se debió la unión con la Iglesia Ortodoxa. Restauró la desolada Roma después de sus diez años de ausencia y dejó un gran recuerdo de su gestión pastoral en unas circunstancias tan difíciles.

 

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