71. Arte y literatura

71. Arte y literatura

Desde los humanistas del Renacimiento (siglos XV y XVI) se le viene llamando a la Edad Media “oscurantista” y “retrógrada”. Error garrafal. Ignorancia maliciosa. Mentira descarada. Hablan así porque era Dios quien llenaba todo lo que significase manifestación artística y literaria, rayanas con la teología en su mayor apogeo.

 

Ya sabemos lo que fue en el siglo XIII la “Suma Teológica” de Santo Tomás de Aquino: el Everest sobre todas las demás montañas. Y eso mismo hay que decir de la poesía con la “Divina Comedia” de Dante; de las miniaturas finísimas e inspiradoras; o de la arquitectura con la catedral de Chartres por ejemplo. Costará un poco superarlas, aunque en esto de la arquitectura vendrán después nuevas formas como la genial cúpula de Miguel Ángel, pero no restará nada de esplendor a las maravillas que contemplamos con las catedrales góticas. Asombra cómo unos pueblos, hacía pocos siglos bárbaros, llegaron a tales alturas en ciencias y en artes que “nacieron” de ellos mismos, mientras que el “Renacimiento” será un volver los ojos a lo que fueron en otro tiempo anterior las letras, las artes, la pintura, las construcciones griegas y romanas… Al artista italiano Giorgio Vasari (1511-1575) parece hay que atribuir la expresión despectiva de “gótico”, el arte de aquellos godos bárbaros…

 

Nos resulta bastante difícil en nuestra América hablar del gótico porque nunca hemos visto una catedral gótica, de las que está sembrada toda Europa. Para entendernos bien habríamos de tener a mano ilustraciones gráficas, de las que carecemos para un cuaderno como éste. Podemos, y resulta fácil, acudir a Internet buscando palabras como “El gótico”, “Catedrales góticas”, “Ojivas”, “Vidrieras”, “Esmaltes”, “Miniaturas”, etc. Asimismo, podrá verse en Internet cada catedral en particular llamando simplemente a “Catedral de Chartres”, de Colonia, de Toledo o de Canterbury, Notre Dame, Orvieto…

De la Alta Edad Media se conservan como lo mejor en la arquitectura los monasterios e iglesias de los monjes, que desembocan en el arte románico, macizo, sobrio, aplomado, como lo podemos ver también por Internet en palabras como “El románico”, etc. En el siglo XII empieza el gótico, que en el XIII se cubrirá de esplendor. Hay que buscar su origen en Francia, a las que siguen inmediatamente Inglaterra, Alemania, España…, y aunque Italia fue algo recalcitrante al gótico por reminiscencias todavía de su antigua cultura romana, contará después con esa maravilla gótica grandiosa que es el Duomo de Milán.

 

La catedral gótica es esbelta, espiritual, se eleva a las alturas, mira uno sus torres y sube con ellas al cielo. Diríamos que las otras iglesias “contienen” a Dios dentro; las góticas no lo esconden, sino que lo “señalan” en las alturas. Sus ventanales o rosetones llenan de luz policromada el interior de todo el templo, y los vitrales, cuando se introdujeron en ellos las imágenes, vinieron a ser una catequesis espectacular del pueblo, como lo son también las innumerables estatuas, grandes o diminutas, que abundan en todos los rincones.

El templo interiormente pareciera estar plasmado en la Comunión de los Santos: el pavimento, con sepulturas de obispos y gentes insignes; todo el cuerpo en bloque, por el Pueblo de Dios que lo llena; y tendiendo la mirada hacia arriba, con los ángeles y santos en el seno de Dios que espera a toda la Iglesia.

El tan poco sospechoso Víctor Hugo dice: “La catedral es un libro. Donde mejor quedó marcado el carácter enciclopédico de la Edad Media es en Chartres. Sus diez mil personajes pintados o esculpidos forman un conjunto único en Europa”. Y lo que él dice de Chartres nosotros lo decimos de la de León, con tres rosetones y 134 ventanales cargados de doctrina bíblica y cristiana.

La catedral gótica indica a todas luces que el hombre había descubierto una espiritualidad nueva. Las imágenes de Jesucristo y de la Virgen son también con el gótico más “humanas”. Jesucristo ya no es el “Pantocrátor”, el Rey majestuoso, vestido con ropajes amplios y triunfales hasta en la cruz, sino el paciente y “Varón de dolores”. La Virgen deja de ser matrona, “Señora” siempre, para ser más “Madre”. Es una consecuencia de la devoción a la sagrada “Humanidad” de Cristo que se ha introducido en la Iglesia, y que desembocará después en la “Devoción Moderna”, de la que nos habremos de ocupar un día.

 

Los vitrales son el ornamento más llamativo de las catedrales góticas. Las paredes admitían grandes ventanales y dieron ocasión para que los artistas inventaran esa policromía fascinante de luz y color que nos embelesa. Podemos mirar en “Vitrales góticos” de Internet modelos muy variados. Aparte de la luz policromada ornamental, sirvieron para la catequesis del pueblo, pues reproducían normalmente escenas bíblicas coordinadas o los simbolismos más expresivos de la doctrina cristiana.

Los esmaltes juegan un gran papel, pero no son invento cristiano de la Edad Media, pues vienen de civilizaciones muy antiguas. Aplicados especialmente al metal, el cobre sobre todo, e iniciados en Limoges, llegaron a una perfección maravillosa en los detalles de la arquitectura medieval. Igual que el vidrio de los ventanales, solían ser especialidades de familias, que de padres a hijos se transmitían unas técnicas celosamente conservadas.

Las Miniaturas, finalmente, son el gran ornamento de los libros de la Edad Media. Aquí se lucieron los monjes en sus escritos, de la Biblia sobre todo y del culto. Las miniaturas vienen a ser en el libro lo que las vidrieras en las catedrales, intercaladas muchas en los textos, pero lucidísimas en los títulos y en los comienzos de la página, aparte de las que son Biblias pasadas todas a imágenes finísimas. Las guardan como sus mayores tesoros las principales bibliotecas y museos de Europa. La de Oxford consta de 1.780 cuadritos o medallones en 220 hojas; la de la Biblioteca Nacional de París contiene 1.000 pinturas; la del Museo Británico 1.424 cuadros en 178 hojas; y la Biblia de Viena contiene 1.964 medallones historiados. Cada nación conserva ávidamente sus tesoros miniados, como España la Biblia y las Cantigas de Alfonso X el Sabio y los Usatges de Alfonso II de Aragón.

Para la confección de las miniaturas empleaban el oro igual que otras pinturas muy variadas. Aunque trabajadas durante toda la Edad Media, los siglos XIII y XIV superaron a todos los anteriores, cuando ya estaba casi encima Guttemberg con la imprenta.

 

¿Y qué decimos de la literatura? Ciertamente que no podemos compararla con la de los Santos Padres de los siglos IV y V, pero no fue despreciable. Como no podía ser menos en aquellos siglos, toda se centró en la religión, hasta la caballeresca, que con los mismos romances profanos de la francesa Canción de Roland, la española del Cantar del Mio Cid, o los Nibelungos de Alemania, no se sustraen al pensamiento cristiano. Llegó época en que los “trovadores”, cantores ambulantes y cortesanos, se esparcieron por doquier y enaltecieron la naturaleza; cantaron amores dignificando a la mujer, la de los sueños del caballero; o descendieron a vulgaridades que no les honraban mucho.

Pero mirando ya a la literatura de la Iglesia, en estos siglos aparecieron esos himnos que, cantados en gregoriano, han llegado hasta nuestros días, cargados de poesía y de teología profunda, los de la Eucaristía como los de la Virgen. Son del siglo XIII los eucarísticos de Santo Tomás, que nos sabemos de memoria, como el “Pange lingua…, Tantum ergo”, “Sacris sollemniis”, “Lauda Sion” o el “Adoro te devote”; y, entre todos los de María, el incomparable “Stabat Mater”, atribuido a Giacopone di Todi como lo más probable.

El himno al “Hermano Sol”, de San Francisco de Asís, es lo más alto a que subió la lírica medieval, la cual tuvo a otro cantor sublime, aunque no tan conocido, como el Beato Raimundo Lull, que escribía en el catalán de su Mallorca.

 

Pero las letras del siglo XIII alcanzaron su altura máxima con la “Divina Comedia” de Dante Alighieri, el poema religioso más grandioso de toda la literatura mundial, escrito en un italiano ya muy avanzado. Nacido en Florencia el año 1265, Dante estudió largamente y su cultura fue muy vasta. Casado desde muy joven, tuvo varios hijos, y, dedicado a la política, su vida resultó muy agitada, hasta sufrir el destierro forzado de su Florencia natal.

Al leer la Divina Comedia, y por sus primeros versos, muchos piensan que Dante se hallaba en el año 1300, al iniciarse el primer Año Santo de la Historia, profundamente abatido y que esa primera estrofa es autobiográfica: “En medio del camino de la vida, perdida la senda verdadera, me encontré en una selva oscura…, que me llena de miedo con solo pensar en ella”. Nada de eso. Pura ficción poética. La obra ─dividica en tres partes: Infierno, Purgatorio y Cielo─, la comenzó quizá el año 1304, y la acabó poco antes de morir en Ravena en el 1321, donde sigue su tumba.

Con esa disposición de ánimo ficticia, y hallada la paz interior, empezó su viaje místico hundiéndose en el Infierno y visitando el Purgatorio acompañado de Virgilio, que simboliza la razón, y finalmente penetró en el Cielo acompañado por Beatriz, la fe, la teología. En el largo poema se mezcla todo: Biblia, teología, política italiana y europea, historia de la Iglesia, con los personajes que guiaron el mundo, juzgados según el criterio del poeta, no siempre benigno con los que no le caían bien o eran contrarios a sus ideas religiosas o políticas.

Con todo, campea en toda la obra una doctrina teológica segura, bella, terrible a veces, como la de la leyenda que encontró encima de la puerta del Infierno: “Los que aquí entráis, dejad afuera toda esperanza”; o bellísima al cantar a María, que es el “término fijo del consejo eterno”.

 

Vale la pena estudiar la Iglesia de la Edad Media, especialmente la del siglo XIII. Cuando se la conoce, cómo se admira su ciencia, su arte, su literatura, encarnadas en Santos como Francisco y Domingo, Tomás de Aquino o Gertrudis la Grande.