Seis días nada más, como concretizan Mateo y Marcos, para el gran acontecimiento que viene del Tabor, pero que Jesús aprovecha para algo demasiado importante, y que era inevitable que llegara un momento u otro. Ya saben los Doce que Jesús es el Cristo. Y entonces, ¿qué se espera? Eso del Reino de Dios en parábolas lo expresaba Jesús para ir quitando a todos de la cabeza lo de un rey con ejército triunfador. Al revés. Había que hacerles entrever una CRUZ en la lejanía, y esto no lo iban a entender nunca.
La primera prueba viene apenas Pedro ha hecho su gran confesión y Jesús le ha respondido con la gran promesa del Primado. En este momento, Jesús cambia de tono:
-Miren lo que les digo: Tengo que subir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas. Me entregarán a la muerte, pero resucitaré al tercer día.
Más claro, imposible. Y Pedro, “asiéndole” y todo, le replica sintiéndose con autoridad:
-¡Dios te libre, Señor! Eso no debe suceder.
Jesús se impone con toda energía:
-¡Apártate de mí, Satanás! Eres para mí un escándalo. Porque no miras a las cosas de Dios, sino a las de los hombres.
Los demás tampoco entienden. ¿Qué tiene que ver eso con el Cristo que Jesús acaba de declararse?
Y viene algo más extraño, un poco difícil de entender. Jesús está de camino, pero se encuentra por lo visto con bastante gente, los llama a todos, así dicen Marcos y Lucas, y les lanza esta perorata inquietante:
-Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Quien quiera salvar su vida, la perderá; y quien pierda su vida por mi causa y por el Evangelio, la salvará. Pues, ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida? ¿qué dará el hombre a cambio de su alma?
Esto ocurrió, sin que los evangelistas precisen lugar, en el viaje entre Cesarea y el Tabor, adonde Jesús se dirigía.
La profesión de Pedro y la promesa de Jesús, que parecían iban a iniciar una vida triunfal, son el principio de un fracaso humano doloroso pero explicable. No había manera de quitar al pueblo, y ni a los mismos discípulos, la idea de un mesianismo triunfal. Aunque sea adelantando mucho -pero es necesario tener la idea bien clara-, digamos que ni la Resurrección será suficiente. Cuando iba Jesús con el grupo al Monte de los Olivos para subirse al Cielo, uno de ellos le salió con este despropósito: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”… Había que esperar la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.