61. Más órdenes religiosas

61. Más órdenes religiosas

No hay que detenerse solamente en Dominicos y Franciscanos al estudiar la reforma interna de la Iglesia en la Edad Media. Hubo otros muchos religiosos.

 

Conocemos ya las primeras Órdenes monacales desde los Benedictinos que tanto influyeron en la Iglesia medieval. Y fueron otras nuevas familias religiosas, de hombres como de mujeres, las que se abrieron con diferentes formas de vida ascética y espiritual a partir sobre todo de los siglos XI y XII. Además de los Franciscanos y Dominicos, que ya conocemos, hay que recordar a varios otros, aunque nos limitamos a los más notables.

 

Empezamos por los Cartujos, notables de verdad. Bruno, aquel joven alemán nacido en Colonia, llegó a ser Director de la escuela y después Canciller de la diócesis francesa de Reims, con dos arzobispos simoníacos. Ante lo que veían sus ojos, Bruno decidió dejar sus brillantes cargos y alejarse de todo peligro para su salvación. Se cuenta muchas veces, como causa de su vocación, pero es pura leyenda, que asistió en París a los funerales de un gran profesor, el cual, desde el ataúd, dejó oír por tres veces su voz trágica: “Por justo juicio de Dios, estoy condenado en el infierno”. La verdad es que en el año 1084 se retiró con seis compañeros a Grenoble, cuyo obispo San Hugo, que había sido discípulo suyo, les señaló un valle solitario llamado Chartreuse, en el que construyeron sus cabañas individuales, aunque agrupadas, y dieron origen a la famosa Cartuja. Nunca los cartujos han tenido una Regla, sino las llamadas por ellos “Costumbres”. Vida austerísima, de oración incesante, de penitencia continua, de ayuno como cosa normal, de silencio prácticamente perpetuo salvo la prescrita recreación semanal. El alejamiento del mundo es total. Al morir, el cartujo es sepultado en tierra envuelto en su propio hábito, con una cruz de madera encima y sin nombre alguno. El papa Urbano II llamó junto a sí a su antiguo maestro Bruno, el cual murió el año 1101 en Italia donde dejó fundados varios monasterios. El papa León X lo canonizó en el año 1514. Es el único cartujo del que hay memoria. La muerte del cartujo al mundo es total, pues sólo vive para Dios. Modernamente se ha puesto en Internet un magnífico Web para los que quieran tener noticia fidedigna de la Cartuja: www.chartreux.org

 

Los Premonstratenses o Canónigos Regulares tuvieron una importancia enorme. Norberto, también alemán, canónigo de vida disipada, mientras iba a caballo, se desata una tempestad furiosa, le cae un rayo delante y no muere de milagro. Y se realizó el milagro de la gracia. Convertido, cambia de vida, se ordena de sacerdote, pues aún no lo era, y pretende dedicarse a la reforma de tantos canónigos que llevaban la misma vida que él antes… Inútil del todo. Deja Alemania y se dirige a Francia. Igual. Nada de reformas, sino persecuciones a montón. En 1118 hace confesión general de su vida con el papa Gelasio II, el cual le da autorización para predicar en todas partes. Se hallaba en el valle de Laon al norte de Francia junto a una capilla en ruinas, y tiene un sueño misterioso: un grupo de monjes vestidos de blanco y con cruces y cirios en las manos, cantan entorno a la capilla ruinosa. ¿Qué entendió Norberto?… Dios quería allí un monasterio, que, por habérselo pre-mostrado primero en sueños, se llamó “Premostratense”. Con trece compañeros se iniciaba la nueva Orden el año 1120. ¿Y la soñada reforma de los canónigos? Iba a venir por su propio peso. Orador vehemente, y amigo de San Bernardo, predicaba en Francia, Bélgica y Alemania, y al cabo de un año regresaba a aquel su naciente monasterio trayendo cuarenta clérigos dispuestos a emprender una vida santa. La reforma de los canónigos estaba en marcha. No eran monjes propiamente dichos, sino sacerdotes (y también hermanos) que llevaban vida en común como los religiosos más observantes, regentaban parroquias y ejercían otros apostolados. Nombrado obispo de Magdeburgo, Norberto transformó su colegiata en monasterio premonstratense en medio de una persecución terrible. Pero no se doblegó. Murió en 1134, y los canónigos reformados se extendieron de manera increíble por todas las naciones de Europa: en 1137 formaban 120 monasterios; en 1230 eran alrededor de 1000, y alcanzaban unos 1700 a mitades del siglo XIV. San Norberto, ¡qué caballero de Cristo!

 

La Orden de los Trinitarios nació de una visión muy hermosa. San Juan de Mata, un francés provenzal, contempló a un ángel con una cruz azul y roja sobre su vestido blanco y que ponía su mano derecha sobre unos esclavos encadenados. Empezó la idea a convertirse en realidad. ¿Por qué no consagrar la vida a rescatar a los esclavos de los sarracenos musulmanes? Encontró a un compañero dispuesto a la misma aventura, el anciano sacerdote San Félix de Valois, y entre los dos fundaban la familia religiosa a la que el papa Inocencio III, al aprobarla en 1198, le dio el nombre de “Orden de la Santísima Trinidad para la redención de los cautivos”. Su trabajo en el norte de África, en la España sarracena, y hasta en lejanos países de Asia es de leyenda heroica. Se contaron por miles y miles los cautivos rescatados, entre ellos, en 1580, nada menos que nuestro inmortal Miguel de Cervantes.

 

La Orden de la Merced, muy parecida a los Trinitarios, no nació como Orden religiosa sino como una de las Órdenes Militares. Su fundador, San Pedro Nolasco (+1250), de origen francés pero rico comerciante de Barcelona, se dio a la salvación de tanto esclavo de los sarracenos que infestaban el Mediterráneo. Ha sido siempre tradición que se debió el nacimiento de la Orden a la visión de la Virgen, llamada después de La Merced y hoy Patrona de Barcelona, para empezar la grandiosa empresa de la liberación de los cristianos cautivos de la morisma. Uno de sus miembros más ilustres fue el catalán San Ramón Nonato, que, como tantos otros mercedarios, rivalizaron con los Trinitarios en aventuras heroicas para cumplir su misión. La Orden de Nuestra Señora de la Merced cambió su carácter de Orden Militar por la de verdadera Orden religiosa en el año 1318.

 

La Orden de los Carmelitas tiene una historia que se pierde en la leyenda de los monjes del Carmelo, venidos del monte sagrado de Palestina. Desde su iniciador el cruzado San Bertoldo en el año 1156, los monjes del Carmelo llevaban una vida de oración y penitencia muy edificante, hasta que se vieron obligados a establecerse en Europa, donde desde el siglo XIII constituyeron una Orden mendicante, sobre todo bajo su General el inglés San Simón Stock (+1265). Orden meritísima, y tan querida en la Iglesia, se llamó desde el principio “Frailes de la Orden de la Bienaventurada Virgen María”; se extendió mucho y rápidamente, dedicada como las otras Órdenes al estudio y al apostolado, aunque en el Carmelo prevaleció siempre la vida contemplativa sobre la activa. Sin meternos en detalles históricos, la gran popularidad que siempre han tenido los Carmelitas se debe al bendito Escapulario, que tanto ha fomentado la piedad de los fieles. Llegará día en que la Orden se desdoblará en dos: los Carmelitas Calzados y los Carmelitas Descalzos, y así seguirán hasta hoy, ambas Órdenes muy beneméritas y las dos con grandes Santos en la Iglesia.

 

Los Agustinos tienen un origen muy especial. Ante tantas Órdenes que vivían bajo la supuesta Regla de San Agustín, inspirada en los escritos y consejos del gran Doctor y Obispo de Hipona, el papa Bonifacio VIII, siguiendo las orientaciones del Concilio de Letrán en 1215, las unificó a todas el año 1303 bajo la Orden de los Ermitaños de San Agustín, según habían empezado a unirse a mitades del siglo XIII, aunque en medio de grandes dificultades, como es de suponer. Ni que decir tiene que se multiplicó mucho, ya que a mitades del siglo XIV se contaban unos 15.000 miembros repartidos en más de 300 conventos.

 

Los Servitas, o “Siervos de la Bienaventurada Virgen María”, tuvieron un origen muy bello en Florencia cuando ésta era escenario de luchas intestinas que la desgarraban por doquier. El día de la Asunción de 1233 se juntaron siete florentinos ricos y nobles para dedicarse a la oración bajo la protección especial de la Virgen, la cual, dicen, se les apareció y les animó a renunciar al mundo. Pronto la gente notó su vida y acudían todos a ellos como a hombres de Dios. Y se cuenta algo encantador. En brazos de su madre, un bebé de cinco meses, comenzó a gritar: “¡Denles limosna, que son servidores de la Virgen!”. Ya mayor, el chiquillo entrará en la Orden de la que será General, San Felipe Benicio.

Huyendo de tantos que venían a verlos, los siete se retiraron al monte Senario para vivir en soledad dedicados en exclusiva a la oración y penitencia. Llama poderosamente la atención que todo lo que les ocurre ─hasta las apariciones de la Virgen─, les sucede a los siete a la vez, y nunca a uno solo. Unidos siempre en todo y para todo. Por orden del obispo y el delegado del Papa, se ordenan de sacerdotes para entregarse con más eficacia al ministerio apostólico. Sólo uno se niega, el más joven, Alejo Falconieri: “Yo no soy digno de ser sacerdote. Quiero permanecer lego toda mi vida y ser el servidor de todos”. Pero Dios lo guardó hasta sus ciento diez años de edad para ser el testigo de todas las primeras tradiciones de la Orden y el instrumento de la vocación de su sobrina Santa Juliana de Falconieri (+1341), fundadora de la Tercera Orden de los Servitas, llamadas en Italia las Mantelatas.

Sacerdotes, se dispersaron hacia los destinos que les señalaba la obediencia. Y cada uno fue muriendo en su día. Aparte de Alejo, los dos últimos acuden a Florencia para el Capítulo General. Se encuentran, se abrazan emocionados, y, agotados como estaban del viaje, se van a descansar y los dos mueren a la misma hora. Aunque se conocen bien los nombres uno por uno de los siete, nunca se nombra a nadie por separado, y el Papa, al canonizarlos, tampoco lo quiso hacer, y se llamaron, se llaman y serán llamados siempre “Los Siete Fundadores de los Siervos de María”. Ejemplo bellísimo de fraternidad irrompible.

 

Hacia el final de la Edad Media, cuando ya se presentaba en el horizonte el siglo XIV tan enigmático, ¡hay que ver cómo a la par de la ciencia en los Estudios y Universidades florecía en este tiempo también la santidad cristiana!