61. La visita de Jesús a Nazaret

61. La visita de Jesús a Nazaret

Esta visita, tan discutida y problemática, debió coincidir con estos días. Lucas pone como una sola visita la que narramos anteriormente y la que coincidió con estos días últimos. Hoy se admite por todos los comentaristas que fueron dos visitas diferentes. La primera se resolvió en alabanzas y alegría grande de sus paisanos; esta segunda parará casi en una tragedia.

 

“Partió de allí y vino a su patria acompañado de sus discípulos”, dice Marcos. Por lo visto, algunos al menos de los Doce habían regresado ya de su misión. No tiene fácil explicación lo que pasó en Nazaret. Jesús habló en la sinagoga, y todos estaban pasmados de su doctrina, según expresiones de los evangelios, pues todos decían que Jesús no era sino “el hijo del carpintero”, “el hijo de María”, “el hermano de José, Santiago, Judas, Simón, y sus hermanas están aquí”. ¡Si no ha estudiado nada, esto no puede ser! Y lo decían “llenos de admiración”.

 

Sin embargo, algo ocurría en el pueblo. Jesús había llegado algunos días antes del sábado, pues dice Marcos: “No podía hacer allí milagro alguno, sino que impuso la mano a algunos enfermos y los curó. Y se maravillaba de su incredulidad”.

 

Vimos, por otra parte, cómo no mucho tiempo antes algunos de sus parientes fueron a buscarlo porque se corría que se había vuelto loco y hasta obligaron a su madre a ir con ellos para forzarlo. Entre el entusiasmo de unos y el desprecio de otros, Jesús daba la razón de aquella división y de aquel rechazo:

-Me dirán ustedes el conocido refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”. Haz aquí los milagros que has hecho en Cafarnaún. Pero, ustedes saben que sólo en su tierra y entre los de su casa es menospreciado el profeta. Me pasa a mí como a los profetas antiguos. Elías resucitó al niño de la viuda de Sarepta, y Eliseo curó de la lepra a Naamán, una y otro eran paganos y no judíos. Los curaron porque tenían fe.

 

La gente se dividió. Los más fanáticos agarraron a Jesús y lo sacaron al montículo donde se asentaba el pueblo para despeñarlo. Pero él se revistió de su majestad, y, sereno, se les soltó de las manos y se marchó sin que nadie le pudiera hacer nada.

Parece que todo se reducía a envidias contra Jesús porque había escogido  como  centro  de  sus  actividades a Cafarnaún, dejando la ocasión magnífica de hacer célebre a Nazaret.

 

Este hecho es una figura de lo que va a pasar con Jesús a lo largo de los siglos. Basta que a algunos no les guste ni él ni su Iglesia para que se empeñen en despeñarlo de una manera u otra. Saben que no lo van a conseguir, pero no cejarán en sus intentos inútiles. Serían más sensatos si aceptaran convencidos esas palabras de la Carta a los Hebreos: “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos”. 

 

 

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