59. Las órdenes militares

59. Las órdenes militares

Una institución sorprendente. Religiosos verdaderos, hombres consagrados, dedicados a las armas y, a pesar de sus fallos, grandes bienhechores de la sociedad. 

 

Hay que tomar la lección de un poco arriba. En los estados feudalistas, se dieron unos hombres libres que habían de ser diestros en el manejo de las armas y dominar bien a ese animal tan bello como es el caballo. Las guerras contra los sarracenos exigían soldados como ellos, y pronto llegaron a formar una especie de entidad social muy característica de soldados caballeros, dedicados a la aventura, a la violencia, al pillaje, si no estaban en guerra, la cual era su elemento natural. Entre el Estado y la Iglesia unidos consiguieron meter en aquellos guerreros salvajes la ilusión de hacer el bien, evitando la violencia y empleando su mucha fuerza en defender a los pobres, a las mujeres desamparadas, a los sacerdotes desprotegidos en sus parroquias. Para ello era necesario practicar las virtudes humanas que más les podían enorgullecer como la honradez, la lealtad, la generosidad, la castidad, la humildad, la valentía, la fe y la piedad… El caso es que poco a poco se creó la Caballería, una institución en la cual entraban ante todo los nobles y además los plebeyos que podían presentarse con esas virtudes tan humanas y tan cristianas. Se llegó a “armar” a los caballeros con ceremonias litúrgicas especiales, y escuchaban al recibir la espada:

“Te rogamos, Señor, te dignes bendecir con la diestra de tu majestad esta espada, con la que este tu siervo desea ceñirse, para que sea defensa de las iglesias, de las viudas, de los huérfanos y de todos los servidores de Dios, luchando contra la crueldad de los paganos, prestándole tú la virtud y poder en el moderado ataque y en la justa defensa”.

El padrino le daba con la mano una “pescozada”, que fue sustituida después por el “espaldarazo”, un golpe en la espalda con el lado plano de la espada. El Beato Raimundo Lull, pedía: el nuevo caballero “debe montar a caballo y mostrarse así a la gente…, y en ese día se debe hacer gran festín, con convites, bohordos y torneos”.

El armado debía ser el ejemplar de lo que hemos llamado siempre la “Caballerosidad”, sobre todo con la mujer, y no había caballero que no tuviera en la cabeza la Dama de sus sueños, aunque no pasara de un amorío romántico e imposible. La Caballería, con ese conjunto de virtudes como la dignidad, el decoro, la nobleza, la cortesía…, pasará a los auténticos Caballeros cristianos de las Órdenes Militares, los que nos ocupan en esta lección.

 

Por sorprendente que parezca, los miembros de las Órdenes Militares eran todos monjes, con los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, algunos de ellos sacerdotes, dedicados exclusivamente al rezo del coro; otros, hermanos legos ayudantes; y los más, casi todos, Caballeros dedicados a las armas. Añadían un cuarto voto de dedicarse completamente a la guerra contra los infieles, de modo que formaban un ejército permanente. Era una vida tan plenamente militar como religiosa, austera y espiritual. Nacieron en el siglo XI, animados más que nadie por San Bernardo, y vivían bajo una Regla monacal aprobada por el Papa. Sólo en aquellos siglos de fe y generosidad se les pudo ocurrir algo semejante.

El jefe supremo de cada Orden se llamaba “Maestre”, elegido por todos, y tenía carácter vitalicio. Todos los miembros de la Orden tenían el tratamiento de “frey”, distinto del “fray” de las otras órdenes religiosas.

 

Antes de enumerar las principales Órdenes Militares hay que observar el hecho de que éstas no nacieron primeramente para la guerra, algo que vino después, sino para la caridad y la beneficencia. Unos mercaderes habían fundado en Jerusalén el hospital de San Juan para los peregrinos, grandemente ampliado después, cuando llegaron los conquistadores de la Primera Cruzada con Godofredo de Bouillon, para atender a los enfermos. Muchos Caballeros Hospitalarios se adhirieron a él y multiplicaron el Hospital ampliamente por toda Europa, aprobada por el papa Pascual II en 1113 bajo la Regla de San Agustín, y grandemente favorecida por todos los reyes europeos. Años después, en 1137, aquellos Caballeros Sanjuanistas se dieron a las armas a ejemplo de los Templarios, fundados anteriormente. Digamos así que los Sanjuanistas fueron la primera Orden Militar, y que, como Institución benemérita, aún sigue en nuestros días, porque el rey de España Carlos V les dio en 1530 la isla de Malta y hoy constituyen, por eso, la “Soberana Orden de Malta”.

 

Los Templarios tuvieron desde el principio una importancia muy grande, fundados en Jerusalén el año 1119 como asociación religiosa parecida a los Canónigos Regulares; llevaban una vida perfectamente consagrada, que quisieron armonizar con la entrega a las armas en defensa de la Cristiandad, y se llamaron “Templarios” por ser los caballeros del “templo” de Jerusalén. El cuarto voto de luchar contra los sarracenos, perseguidores de los cristianos, les exigía aceptar el combate aunque fuera uno contra tres y no rendirse jamás. Su historia en la Edad Media es sencillamente gloriosa. Su primer gran Maestre Hugo de Payens se presentó en el concilio de Troyes el año 1128 y poco después los aprobaba el papa Eugenio III. San Bernardo los amaba y los elogió grandemente. El famoso “Parsifal” de Wolfram de Eschenbach, el gran cantor medieval de principios del siglo XIII, inspirador del moderno Wagner, idealiza sus personajes caballerescos los cuales no son otros que los Templarios. Y si esto es cierto, del templario hay que decir lo que Wolfram dice de su héroe Parsifal: “De todos los hombres que yo haya visto, él es ciertamente el más bello y mejor hecho”, “todos pudieron convencerse que no había en el mundo criatura más bella”, “Dios había trabajado con amor el día que creó a Parsifal, el héroe sin miedo”. Con el favor de todos los reyes, los Templarios se hicieron riquísimos en tierras y castillos, aunque aquí radicaría su tremenda desgracia bajo el ambicioso rey de Francia Felipe el Hermoso, el cual arrancó al papa Clemente V el año 1312 la supresión de la Orden, como veremos a su tiempo, nada más empecemos el estudio de la Edad Nueva.

 

Los Teutónicos tienen también una historia muy gloriosa. Igual que los Sanjuanistas nacieron de un hospital militar en el campamento que sitiaba la Ciudad de San Juan de Acre en la Tercera Cruzada. Ese hospital se convirtió ya en Jerusalén en el Hospital de “Nuestra Señora de los Alemanes”, y de ahí su nombre de “Teutónicos”, aprobados en 1191 por el papa Clemente III. Entre sus glorias mayores está el haber sido los vencedores de los prusianos, los únicos que quedaban en Alemania sin reducirse a la civilización y paganos hasta que fueron así conquistados. Por desgracia, la Orden Teutónica tuvo un fin lamentable. En 1525, el gran Maestre Alberto de Brandeburgo se pasó al rebelde Lutero y todo su  extenso territorio quedó convertido en protestante, salvo una selecta minoría.

 

Las Órdenes Militares se desarrollaron también muy pujantes en España, y salieron incluso de sus fronteras, aunque, por la Reconquista, se limitaban generalmente al territorio español, pues harto trabajo tenían con expulsar de la Península a los musulmanes. Pero su razón de ser en España fue la misma: la lucha contra los sarracenos, y nacieron las Órdenes españolas precisamente por el ejemplo que vieron en los Caballeros Sanjuanistas, los Templarios y otros que vinieron a ayudarles y lucharon tan heroicamente.

 

La Orden de Calatrava fue sin duda la más importante, nacida en esa ciudad andaluza, cuando los sarracenos almohades se lanzaron sobre ella con tal contingente de tropas que los mismos Templarios creyeron sería imposible defenderla. Ante el peligro que suponía su rendición, el rey Alfonso VII la entregó a los monjes del Cister en el 1158, y con dos valientes monjes templarios que aceptaron el reto dieron principio a la Orden de Calatrava bajo la dirección de San Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, que les entregó la misma Regla del Cister. Vivían pobremente, como monjes verdaderos y penitentes; ayunaban con frecuencia y comían carne sólo tres días a la semana, los martes, jueves y domingos. Fue aprobada la Orden Militar por el papa Alejandro III en el año 1164 y la tomó después bajo su protección el gran Inocencio III. que tanto se interesó por la Reconquista española, en la cual jugó papel tan importante desde entonces la nueva Orden.

Igual que la otra de los Caballeros de Alcántara, ciudad extremeña, y la de los Caballeros de Santiago, nacida especialmente para cuidar de tantos y tantos peregrinos, enfermos o necesitados de auxilio, en su camino de Santiago de Compostela. Estos Caballeros de Santiago constituían la única Orden Militar cuyos miembros podían casarse, y tenían por eso unas reglas muy peculiares aprobadas el año 1175 por el papa Alejandro III.

La Orden Militar de San Benito de Avis nació en Portugal, aprobada también por Alejandro III, que les señalaba tarea: “El oficio de esta milicia de caballeros será el de defender la religión en la guerra, ejercitar la caridad en la paz, guardar la castidad matrimonial y devastar en continuas algaradas las tierras de los moros”.

 

Hecha esta reseña de las Órdenes Militares más célebres, cabe preguntar: ¿Y cuánto duraron, cómo conservaron el espíritu caballeresco, y cuál fue la causa de su progresiva desaparición? Los siglos más gloriosos de las Órdenes Militares fueron del XI al XIV, en España hasta el XV mientras duró la Reconquista. Pero un día u otro iban a fallar. Y las causas principales fueron: ante todo, el ocio cuando no estaban en guerra, pues ¿qué iban a hacer? Una vida cómoda disfrutando de las enormes riquezas que habían acumulado, y que sólo pudieron darse en un régimen feudal; además, las rivalidades que se originaron entre ellas; y también, la guerra que les hicieron los reyes, cuya autoridad y poderío les discutían con tantas propiedades. Los Reyes Católicos de España, acabada la Reconquista, fueron sensatos e incorporaron las Órdenes al Reino ya unido de Castilla y Aragón. Con todo, hay que confesar que las Órdenes Militares fueron una gran gloria de la Edad Media. Sólo en aquellos tiempos de fe pudo nacer y prosperar una Institución religiosa y militar semejante.