La del sembrador es la más famosa por ser la primera que propuso Jesús. Para entenderla, pensemos cómo se sembraba hasta nuestros días de las máquinas. El sembrador llevaba su saquito con el grano colgado al hombro izquierdo, y con la mano derecha cogía el puñado que echaba a boleo en tierra, marchita y húmeda. Cuando pasaba por las orillas del campo, necesariamente se perdía parte del grano. Algo caía en el camino duro, los pájaros estaban al tanto, y aquellos granos desaparecían al instante. Algunos granos caían entres las piedras del borde, y sí, germinaban, pero como no tenían tierra, apenas brotaban los tallitos se secaban. Otros granos caían entre la maleza del mismo borde, espinas, cardos, y germinaban, pero no podían contra la maleza, más fuerte que las tiernas espigas, y éstas se echaban a perder. El resto del trigo caía en la tierra buena, y al llegar la cosecha al cabo de unos seis meses, cada grano se había convertido en espiga dorada y rendía hasta el sesenta y el ciento y más por uno. ¡Qué riqueza en el granero para todo el año!…
Jesús mismo dio la explicación de semejante belleza. La simiente del Reino es su palabra.
Granos que caen en corazones duros son los del camino: el demonio está al tanto y los hace desaparecer tal como caen…
Los de las piedras germinan al instante: son los que se entusiasman con la palabra, pero son inconstantes, y al cabo de poco ni se acuerdan que la han oído…
Los de las espinas y cardos -¡qué atinado Jesús!-, son los esclavos de tantos afanes de la vida, el dinero, el placer…, ¡y adiós palabra del Reino!…
Los de la tierra buena son los corazones que rinden según su generosidad. ¡Qué cosecha para el Cielo!…
Como lo hizo Jesús, nos hemos entretenido con esta primera parábola. ¿Qué tiene que ver esto con las armas victoriosas en las que soñaba Israel? ¡Nada! Con lo que tiene que ver, y mucho, es con la conciencia de cada uno según la doctrina del Sermón de la Montaña… Y así van a ser todas las parábolas.
La de la cizaña es formidable, es la de la política de Dios en el Reino. Los buenos criados habían sembrado excelente trigo en el campo de su amo, pero por la noche fue un enemigo suyo y mezcló con el trigo la maldita cizaña. Al crecer los tallos al cabo de unos tres meses, los trabajadores caen en la cuenta del destrozo en el sembrado, y corren al amo:
-Señor, ¿quieres que vayamos al campo y arranquemos la cizaña?
-¡No! Tranquilos. Ese enemigo mío lo ha hecho. Si arrancan la cizaña, arrancarán también las espigas del trigo. Déjenlas que crezcan juntas, y, al llegar la cosecha, separaremos el trigo para los graneros, y a la cizaña, atada en fajos, la echaremos al fuego para que arda.
¡Cómo nos retrata esta parábola a los impacientes que nos creemos buenos! Tenemos que aguantar ladrones, asesinos, opresores, sembradores de inmoralidad, y le decimos a Dios:
-Señor, ¿por qué no acabas con ellos para que vivamos en paz?
Pero Él nos responde con prudencia, aunque no nos convence:
-¿Y si usamos una bomba de hidrógeno? ¿No ven que se llevaría a los buenos junto con los malos? ¡Déjenlos que crezcan juntos! Esperen la resurrección final, en la que ellos no creen, y veremos a ver lo que pasa entonces.
La mostaza nos dice que Dios no tiene ninguna prisa. ¿Cuándo se consumará el Reino de Dios? Cuando Jesús lo predicaba era pequeñito, limitado a las estrechas fronteras de Palestina. Y Jesús tranquilizaba a todos:
-¿Se dan cuenta de lo pequeñito que es un granito de mostaza? Si se nos escapa de los dedos. Pero siémbrenlo en la tierra, surge una planta pequeña, que se va desarrollando, crece y crece, se hace un árbol, y miren cómo bajan los pájaros del cielo para anidar en sus ramas… Así va a ser el Reino de Dios. Ahora es muy chiquitín, pero crecerá y crecerá hasta ser un árbol que cubra el mundo entero y bajo el que se cobijen todos los hombres.
Con el fermento pasa igual.
-¿Ya han observado lo que hacen las amas de casa cada noche? Llenan la artesa con treinta y nueve kilos de masa, meten en ella un poco de fermento, se van a dormir tranquilas, se levantan por la mañana y se ponen a cocer el rico pan, porque la levadura ha transformado absolutamente todo el montón de la masa.
Con eso de tres “satos” de masa Jesús ha exagerado mucho, para significar lo grande del mundo, del que no quedará un rincón sin que el Evangelio le haya dado sabor a todo. No vendrá el fin hasta que el Evangelio haya llegado a todas las gentes.
La parábola de la red parece que a Jesús le diera pena el dictarla, porque el Reino de Dios y la Iglesia a la que se lo iba a encomendar iban a ser en apariencia un gran fracaso. ¡Tan santa su Iglesia con el Reino que encarnaba, y tanto pecador en su Iglesia! Jesús nos previno muy claro y nos dijo al pie de la letra:
“El Reino de los Cielos se parece a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos, y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”….
Los peces del lago eran todos buenos y comestibles. Los malos eran los que no tenían escamas o aletas y estaban prohibidos por la Ley como impuros. No bastará, nos viene a decir Jesús, ser parte de la Iglesia, sino vivir como hijos de mi Iglesia.
¿Qué hacer ante el Reino que propone Jesús? Acaba con dos parábolas tan sencillas como sabias. ¿Vale la pena arriesgarlo todo y meterse decididamente en el Reino? La parábola del tesoro en el campo es curiosa. Se trata de un jornalero, trabajador a sueldo y no propietario. Da un golpe con el azadón y se tropieza con un objeto duro, resistente. Ahonda un poco más, y aparece una caja o jarra de metal, llena de monedas de oro, piedras preciosas, un auténtico tesoro de vete a saber qué precio.
Jesús no dice el origen pero el auditorio de Jesús lo adivinaba todo. Al echarse una guerra encima, el dueño del campo encerró toda aquella riqueza, la enterró en sitio seguro con un secreto total hasta que pasara la guerra…, sólo que el dueño murió antes de que la guerra acabase. Y allí estaba enterrada aquella riqueza sin que nadie lo supiera. ¿Qué hace el que la ha encontrado? Semejante tesoro no es suyo, sino del dueño del campo. Pero, judío listo, supo componer su conciencia con su ambición. Vende y empeña todo lo que tiene, aunque se queda en la calle, pero reúne lo necesario para comprar el campo y el tesoro ya era suyo…
La parábola de la perla preciosa es igual. Un tipo entendido se da cuenta de que aquel vendedor ambulante lleva una joya de valor incalculable.
-¿Cuánto vale?…
-Mucho, porque ésta es única.
Pero el comprador no se da por vencido. Vende hasta la casa, se queda sin nada, y se hace con una perla que vale muchos miles.
Solo Marcos trae una parábola bella, la del grano que germina solo, y nos dice la tranquilidad y la paz con que hemos de esperar el cumplimiento pleno del Reino de Dios, contra ese llegar tan repentino que los judíos se figuraban. Dice Marcos: El Reino de Dios es como la semilla que el campesino mete en la tierra. Tanto que el dueño esté despierto o se vaya a dormir por la noche, la semilla germina sola por su cuenta y sin que el sembrador sepa cómo: viene el tallo, la espiga, el grano y el recogerlo en la cosecha. Todo llega, sin prisa alguna. El Reino de Dios no se consumará hasta el fin del mundo.
Esto era el Reino de Dios que proponía Jesús. Nada que ver con armas y ejércitos victoriosos. Y es lo que seguirá predicando Jesús con tantas parábolas que nos esperan. Lucha contra el mando de Satanás, eso sí, y no contra las legiones romanas. Dominio sobrenatural de Dios en el mundo. Seguimiento de Jesús y su doctrina. Aspiración a la vida eterna.
¿Habrán entendido los judíos las parábolas de hoy, y entenderán las que vengan? Jesús lo hacía con prudencia suma, indicada con palabras tan conocidas de Marcos: “Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender; pero a sus discípulos se lo exponía todo en privado”.