47. El siervo del Centurión

47. El siervo del Centurión

Jesús se dirige ahora a Cafarnaún por unos pocos días nada más. Y antes de llegar, una agradable sorpresa. Ciudad importante por su situación comercial tan estratégica, tenía una guarnición militar reducida, pero vigilada de lejos por Siria. Eran soldados de la tierra, dependientes de Herodes Antipas, pero con un capitán romano de su confianza. Aunque pagano, aquel militar era de buen corazón, simpatizaba con la religión judía, y hasta les había construido a sus expensas la sinagoga que enorgullecía a los judíos. Ahora tenía en cama muriéndose a un pobre criado, un esclavo del que otro no haría ningún caso, pero a él le estaba partiendo el corazón.

Conocía por referencias a Jesús; y ahora manda una comisión de ancianos judíos que le expongan a Jesús el caso de su criado. “Voy”, dice sin más Jesús.

Al saber que viene a su casa, el centurión, pagano, se asusta:

-¿Un hombre de Dios como él a mi casa? No…

Y sale con unos amigos a su encuentro:

-Señor, no soy digno de que vengas a mi casa. Di una sola palabra, y mi criado quedará sano. Pues yo mismo tengo soldados a mi cargo, y le digo a uno: ‘Ven, y viene’…, a mi siervo: ´Haz esto’, y lo hace…

Jesús se queda pasmado.

-¿Un pagano habla así?… ¿Se dan cuenta de que en Israel no he encontrado semejante fe?

 

Y le viene a Jesús en la mente el milagro que hizo en Caná curando al hijo de aquel oficial judío, del mismo rango que el centurión, y que tan mal regusto nos dejó a todos por las exigencias con que lo pedía, aunque Jesús le atendió benigno. Ahora añade Jesús algo severo:

-Les aseguro que vendrán muchos de oriente y de occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

 

Advertencia grave a los judíos de entonces, e igualmente severa a muchos hijos de la Iglesia de hoy. ¿No hay muchos paganos que nos ganan en fe y en obras dignas?… Jesús despide gozoso al centurión:

-Anda, que te suceda como has creído.

Y en aquella hora sanó el criado. El buen centurión, pagano, estaba lejos de sospechar que sus palabras se harían inmortales: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”…