47. La avalancha del islam

47. La avalancha del islam

Echamos una mirada a los musulmanes que se lanzaron como un alud y de manera fulgurante sobre las Iglesias de Asia y África y pusieron en peligro gravísimo a las de Europa, en especial a la de España.

 

El año 632 moría Mahoma dejando bien instalada su religión en Arabia. De momento, sus seguidores estaban quietos, pero permanecía firme la consigna del fundador: “Hagan la guerra santa a los que no crean en Alá y en su profeta”. Y así fue. El año 639 se lanzan sobre Siria y Palestina. Egipto cae el año 640. Entre los años 642 y 651 se adueñan del Imperio Persa. El año 661 ponen su Capital en Damasco. Y el 672 se lanzan contra el Imperio Romano de Oriente, aunque Constantinopla, magníficamente fortificada, resiste la embestida. El año 698 arrasan la ciudad de Cartago y al cabo de poco dominaban todo el norte de África y llegaban al Atlántico.

España era la presa más codiciada. Convertidos al islamismo los bereberes, habitantes afroasiáticos del norte africano, con siete mil de ellos y cinco mil soldados más que les regaló el traidor conde de Ceuta, atraviesan el estrecho de Gibraltar y ponen el pie en la Península. Era el año 711. Acude precipitadamente el rey Don Rodrigo, pero traicionado por los partidarios del rey Witiza y por los judíos ─que jugaron un papel determinante a favor de los árabes─, sucumbe el rey en la batalla del Guadalete y en el 716 había caído toda España bajo el dominio musulmán. Culpa, en gran parte, de las divisiones que tenían entre sí los reyes visigodos. Unidos éstos, nada hubieran podido los invasores.

Años más tarde pasan por el noreste a Francia, conquistan Narbona y se adentran hasta el río Loire en mitad oeste del país. Pero el año 732 se les lanza Carlos y los vence en la famosa batalla de Poitiers, por la que se hizo acreedor del sobrenombre de Martel, o martillo de los herejes. Carlomagno proseguirá las batallas, los volverá hasta España y los situará como frontera en el río Ebro.

En Italia fue muy grande el peligro musulmán. Invadida Sicilia en el 827, los árabes se lanzaban sobre Roma con la intención expresa de desbancar al Papa: la Media Luna tenía que absorber a la Cruz. El año 846 atracaba una enorme flota con 10.000 hombres en la desembocadura del Tíber. Saquearon bárbaramente las basílicas de San Pedro y San Pablo, aunque no penetraron en la urbe, y se retiraron a Gaeta. Bajo el papa León IV (847-855) ─el que amuralló la ciudad leonina desde Sant’Angelo hasta el Gianicolo y el Tíber─, aliado con el emperador Ludovico II, se logró rechazar a los invasores.

A partir de estos años, toda Europa tendrá como meta reconquistar sus tierras dominadas por los árabes. Vendrán en su día las Cruzadas. Pero será España la que hará de la clásica “Reconquista” el fin primario de todos sus esfuerzos. Sin embargo, antes de llegar a ella, vamos a dar una mirada a la dominación musulmana sobre el suelo español.

 

La Iglesia no sucumbió en España por providencia grande de Dios, ya que la persecución religiosa fue implacable. El rey Witiza y sus seguidores se arrepintieron pronto de su traición, pues la conquista árabe se estaba caracterizando por las ruinas, incendios y asesinatos de los que pretendían un dominio absoluto. Desde el principio, la capital musulmana fue la andaluza ciudad de Córdoba, cuyo califato gozó después del mismo esplendor que el de Bagdad en Siria. En cuanto a la religión, muy condescendientes al principio, los musulmanes tenían como meta la implantación de la fe en Alá y su profeta.

Los cristianos ─la inmensa mayoría─ que se mantenían en su fe católica y estaban bajo el dominio musulmán, se llamaron mozárabes. Los obispos seguían en sus diócesis, aunque les faltaba fuerza ante el Islam al carecer de una autoridad civil que los defendiera, y, por más que le guardaran absoluta fidelidad al Papa, se sentían algo independientes de Roma debido a la distancia y aislamiento de la Península ibérica.

La persecución religiosa tuvo caracteres muy diferentes, según los lugares y épocas. Como premisa, hay que decir que los católicos se veían tentados por el favor que el califa y los emires dispensaban a los muladíes, los cristianos que se habían pasado al Islam, colocados siempre en los mejores puestos civiles y con todas las ventajas para la vida. Podían los católicos asistir a sus iglesias, pero no edificar nuevos templos, y mantenían ciertamente escuelas para sus hijos, algunas de mucho prestigio, aunque el hijo del califa Abderramán fue astuto en un punto tan fundamental como es la educación. Si prohibió el latín para el culto católico, para las escuelas dictó una ley algo peor: obligó a los niños a frecuentar las escuelas árabes, con el fin de hacerles perder su educación hispano romana a la vez que sus tradiciones y fe cristianas.

 

Pero con Abderramán II (822-852) se llegó ya a la persecución sangrienta. Dos valientes sevillanos, Adolfo y Juan, dieron el grito de alarma contra las vejaciones musulmanas y  fueron ajusticiados; el sacerdote Perfecto era degollado en el 850, y con él comenzaba la era de los mártires mozárabes. Corrió abundante la sangre cristiana, y se conservan muchos nombres de aquellos héroes, aunque quizá lo más terrible de la persecución se manifestó en el trato inhumano que se dio a los presos en las cárceles y en los insultos que continuamente recibían los cristianos nada más salían a las calles. Aunque hubo apostasías, los más se mantenían firmes católicos. Abderramán se dio cuenta de que no hacía nada con tanto castigo y tanta muerte y se puso en contacto con los obispos para llegar a un acuerdo.

 

La persecución siguió todavía mucho más violenta bajo Mohamed I (853-886), que amenazó con pasar a cuchillo a todos los cristianos. Son de San Eulogio estas palabras: “Repletas están las mazmorras de catervas de clérigos; las iglesias se ven huérfanas, sin el sagrado ministerio de los obispos y de los sacerdotes; descuidados quedan los tabernáculos y en la mayor soledad; todo yace en silencio. Y en tanto que faltan en las iglesias los himnos y cánticos celestiales, resuenan los calabozos con el murmullo santo de los salmos”.

A San Eulogio, con su libro “Martirial”, debemos las historias más ciertas de aquellos días tan aciagos como gloriosos. Fandilla fue uno de los que rompieron la marcha en esta confesión cristiana. Joven y gallardo sacerdote, anima a los cristianos a confesar sin miedos su fe. Le cortan la cabeza, y cunde su ejemplo. Atanasio y Félix le imitan, los degüellas también, y, al saberlo, aquel mismo día se presenta ante el juez una joven religiosa, Digna, que cae bajo el golpe del alfanje. Columba, igual. Sale de su escondite, se presenta ante el tribunal, niega la misión divina de Mahoma y su ley, y paga su temeridad con la cabeza cortada. Se entera Pomposa, y se escapa por la noche silenciosamente de su convento, comparece ante la autoridad musulmana, se ríe del impúdico Mahoma, y una mártir más…

Y es que durante las persecuciones musulmanas se dio en España un hecho, curioso por una parte, y por otra bastante discutido. Muchos mozárabes, firmes en su fe católica, no esperaban a ser buscados para ir a la muerte, sino que se ofrecían voluntarios a profesar su fe y sufrir así el martirio: les bastaba denostar con gritos a Mahoma y tenían segura la palma, como acabamos de ver ¿Hacían bien?… Lo peor fue que unos obispos, reunidos bajo el Arzobispo de Sevilla en la misma Córdoba, declararon que la Iglesia no reconocería como mártires a los que voluntariamente se ofrecían a confesar con aquella valentía su fe. Esta manifestación de aquellos obispos no favoreció nada a los cristianos, pues lo que esperaban de sus pastores era decisión generosa y no un espíritu cobarde.

 

Siguen y siguen las listas de los mártires. Mohamed I estaba furioso con la audacia de aquellos confesores de la fe católica que se reían burlonamente de Mahoma. Pero, entre tantos, descuella el mismo San Eulogio, sacerdote de Córdoba, prestigioso por su saber, que se lanzó hacia el norte de España para animar a todos los cristianos a mantener su fe católica. Regresa a su ciudad y en el año 858 le llega el nombramiento de Arzobispo de Toledo. Acertadísima la elección, pues no existía figura tan brillante como la suya. Pero no llegará a ser consagrado. La señorita Leocricia, una mora convertida al catolicismo, viene a visitarlo, la recibe Eulogio contra todas las leyes, y se lanzan en la casa los emisarios del emir. Llevado al tribunal con la joven, le bastaba una palabra a Eulogio para salvarse, pero empieza a burlarse de Mahoma y junto con la ahijada se hace con la gloria del martirio.

Con Abderramán III (912-961), califa grande de verdad, siguieron las persecuciones auque no fueran tan despiadadas como las anteriores. El borrón mayor que echó sobre sí fue hacer matar entre refinados tormentos a San Pelayo, jovencito de trece años llegado de Galicia, por negarse el muchachito a satisfacer los bajos instintos del califa, que por lo visto no tenía bastante con las abundantes mujeres de su harén…

Continuaban esporádicas después las persecuciones según el humor de los califas o emires que vinieran. Pero el tráfico de esclavos cristianos hacia el África siguió durante siglos, y sabemos que ello dio origen a Órdenes tan beneméritas como la de La Merced, con San Pedro Nolasco de Barcelona, la cual produjo héroes de la caridad como San Ramón Nonato (+1240), cuya vida parece casi novelesca.

 

Los españoles, generosos por naturaleza, se habían mezclado anteriormente con pueblos invasores en una fusión que a la postre resultaba muy beneficiosa. Baste recodar a los romanos, ya que España fue en el Imperio una Provincia profundamente romana. Y con los árabes hubiera sido igual. De hecho, muchos mozárabes llevaban el turbante, hablaban el árabe y aceptaban costumbres árabes dignas. Pero ahora no vendría ninguna unión, y no por causas políticas sino por el único obstáculo de la diferente religión. Aquí va a estar la razón suprema de la Reconquista. España va a luchar durante siete siglos por su fe, hasta que expulse del todo a los “moros” y logre mantenerse ella totalmente católica.