Las comparaciones geniales, la poesía más encumbrada, la exhortación más cariñosa, los estímulos más enardecedores, todo se conjuga con una autoridad que no admite réplica: cualquier objeción que se le quisiera oponer chocaría inflexible contra ese “Pero yo les digo” que no admite discusión. Y entonces Jesús, el legislador más severo, se convierte para todos en el amigo más entrañable.
En medio de tanta seriedad, Jesús iba imprimiendo su charla amigable en los corazones, que la recibían felices como “yugo suave y carga ligera”. Hay momentos en los que Jesús hace gala de ser un poeta único, e impone preceptos muy graves sobre la caridad y pasa a prosas de la vida usando comparaciones que son imposibles de olvidar. Basta que traigamos algunos de sus dichos y leamos después a placer el texto entero en los evangelios de Mateo y Lucas.
-Miren lo que son ustedes que me siguen: sal que sazona la sociedad en la tierra, luz que alumbra a todos que caminan en la oscuridad, ciudad bella en la cima del monte que todos contemplan embelesados.
-Como yo, que cumplo hasta el último detalle la voluntad de mi Padre, sean ustedes la flor y nata de la fidelidad a Dios, porque no dejan escapar el punto de una “i” o una coma “,” del texto de la Ley.
-¿Matar, injuriar, ofender al hermano? Ni se les ocurra. Por eso sus ofrendas le agradan tanto a Dios.
-¿Impureza con una mujer, coqueteo malsano con un hombre? Siendo muy hombres y muy mujeres, sepan ustedes vivir como ángeles, que no profanan a otra persona ni con un pensamiento.
-Respeten tanto el Nombre de mi Padre que jamás se dibuje en sus labios un perjurio y menos una blasfemia, inventada por Satanás.
-El “ojo por ojo y diente por diente”, que son ley muy justa, sepan ustedes cambiarlos por otra fórmula: cuanto más mal me hagas, más bien te voy a hacer yo.
-No sepan ustedes ni que existe la palabra “enemigo”. Hagan el bien a todos por igual. Como mi Padre, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre el campo del malo igual que sobre el del bueno: hagan ustedes el bien a todos sin distinción. Sepan ser “perfectos”, bondadosos como Dios.
-Y sean humildes. Tengan bastante con agradar a mi Padre. Si dan limosna, que su mano izquierda no sepa lo que hace la derecha… Si ayunan, perfúmense la cara y se la pinten para aparecer más elegantes y felices que nunca… Recen, y se escondan para que nadie los tenga por santos.
-Eso, sí; no escondan tontamente sus buenas obras, para que el Padre sea glorificado y arrastren a los otros al bien.
-Se lo enseñé yo, ¡y recen continuamente el Padrenuestro! Que no se les caiga de los labios.
-¿Les dan miedo los ladrones? Sean listos, y almacenen bienes para el Cielo, donde no hay ladrón que entre ni donde la polilla corroe nada. Dios y dinero no se compaginan. Miren dónde tienen su tesoro, pues allí está su corazón.
-Observen los pájaros del cielo, no siembran ni cosechan, y el Padre los alimenta… Contemplen las flores del campo: no se fatigan hilando y tejiendo, y el rey Salomón con toda su pompa no se vistió jamás como una de ellas.
-Confíen ustedes en su Padre celestial, y dejen que cada día tenga su propia preocupación.
-Te empeñas en sacar la pajita que tu hermano lleva en el ojo y no te das cuenta de la viga que llevas en el tuyo. ¡Hipócrita! Saca y quema primero esa viga tan enorme tuya y entonces verás la pajilla del ojo ajeno.
-No juzguen y no serán juzgados, porque serán medidos con la medida que ustedes usen… No envidien a los que se divierten mucho, porque caminan por una autopista muy cómoda que lleva a la perdición; ustedes vayan por el camino estrecho y entren por la puerta angosta de los mandamientos, que es la que lleva a la vida eterna… Y al tanto con los falsos profetas, que les vienen con mil mentiras: un árbol malo, como son ellos, nunca da frutos buenos.
-¿Y quieren no equivocarse sobre cuanto les he dicho? Pues no olviden que gritar “¡Señor, Señor!” con mucha fe sin cumplir mis palabras es engañarse a sí mismos: ¡Vivan lo que les enseño y mando!
-Sean todos arquitectos e ingenieros sabios. Hay personas imprudentes y necias que edifican su casa sobre arena movediza. Sopla el huracán, viene el aguacero, y desaparece la casa de tantas ilusiones: son los que me escuchan y no me hacen caso. Otros más inteligentes la edifican sobre roca firme, arremete contra ella una tempestad furiosa, y la casa se mantiene en pie, no hay miedo de que caiga. Estos son ustedes, los que me escuchan y guardan mi palabra. No teman, que tienen muy asegurada la vida eterna.
Acabó Jesús de hablar y la gente se dispersó entusiasmada.
-¡Esto es autoridad! Fariseos, escribas, aprendan…
Nosotros decimos igual. Aunque la autoridad de Jesús es una autoridad que nos lleva instintivamente del monte de Galilea al monte del Sinaí. El espíritu del Sinaí era temor, el de Galilea es amor. El uno, con tablas de piedra, no conseguía sino infidelidad y castigo, de modo que Ezequiel profetizó:
-Les arrancaré el corazón de piedra, y les meteré en sus pechos un corazón de carne.
Y eso es lo que Jesús ha hecho hoy. Al miedo de la antigua Ley, dictada por Moisés, le suceden la fidelidad y el amor, compendio de todos los mandamientos que Jesús promulga de parte de su Padre, y de los que sale garante el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones.