38. El paralítico de la camilla

38. El paralítico de la camilla

Pasada esta segunda Pascua o fiesta de Jesús en Jerusalén, entramos en el año más denso del ministerio de Jesús en Galilea. El primer año ha sido poco llamativo y el tercero será el de la gran crisis. La popularidad de Jesús va a llegar ahora a su apogeo por el fervor de las gentes, aunque nos encontraremos siempre con la hostilidad de escribas, fariseos y jefes de sinagogas que no van a  dejar parar al Maestro de Nazaret, instigados sin duda desde lejos por el alto mando de Jerusalén. 

 

El paralítico de la camilla

Es la primera y simpática curación que se produce nada más llegado Jesús a Cafarnaún e instalado en su casa. Se amotina la gente dentro, en los alrededores, en todos los rincones, y sin embargo logran hacerse paso cuatro que en una camilla traen a un paralítico. Imposible llegar adentro, miden el punto exacto donde está Jesús, alcanzan la escalera exterior que conduce al techo, hacen un boquete quitando las ramas y argamasa de barro con paja y descuelgan la camilla con el enfermo delante mismo de Jesús, que se emociona:

-Pero, ¿cómo hacen esto?

 

Para todo judío, cada enfermo era un pecador que expiaba sus culpas o pagaba las de sus padres. Así que Jesús le dice:

-Hijo mío, tus pecados te quedan perdonados.

Nadie se extraña de estas palabras. Solamente los escribas allí sentados se escandalizan de manera muy grave:

-¿Quién es este que habla así? ¡Blasfema! Pues nadie puede perdonar pecados sino solo Dios.

Y no se equivocaban; juzgaban rectamente. Sólo que no sabían quién era Jesús, el cual, adivinando sus pensamientos, les habla tranquilo:

-Puedo yo perdonar pecados, ¿sí o no? Pues, para que vean que puedo, les pregunto: ¿Qué es más fácil, decirle “Tus pecados te quedan perdonados”, o decirle: “Levántate, y anda?”. Pues, para que vean que puedo perdonar pecados, miren lo que hago:

-Tú, escúchame, levántate, toma tu camilla, y vete.

Da un brinco el paralítico, toma su camilla y sale gritando como un loco entre todos, que oyen y miran estupefactos, mientras comentan, como dicen los tres evangelistas:

-Jamás hemos visto algo parecido… Gloria a Dios, que da tal poder a los hombres. Hoy hemos visto cosas admirables.  

¿Adivinaban los escribas que Jesús era algo más que hombre? Poco a poco, y con qué finura, se lo iba enseñando Jesús.

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