32. Un milagro con una queja

32. Un milagro con una queja

Dejada Samaría, Jesús visita de nuevo Caná, y aquí nos pone Juan el hecho de otro milagro de Jesús. Se le acerca un funcionario de la casa real de Herodes pidiéndole con insistencia:

-Baja corriendo a Cafarnaún y cura a mi hijo, que está muriendo.

Jesús se compadece, pero expresa su primera queja:

-Si no ven señales y milagros, no creen.

El otro no está para razones:

-¡Baja, baja pronto para que no muera mi hijo!

-Vete, que tu hijo está curado.

Ya en Cafarnaún el oficial, el día siguiente:

-¡Es la misma hora, la misma, en que él me dijo que mi hijo vivía!

Ese primer fracaso de Jesús le viene de judíos y galileos: ¡para creer, milagros, milagros!…, al revés de lo que le ha ocurrido con los odiados samaritanos, que han creído por solo su palabra.

 

Pasa Jesús a su pueblo de Nazaret, en cuya sinagoga se presenta el sábado. Todos le miran con curiosidad inmensa, porque se levanta para leer, le entregan el rollo, y le sale “casualmente”, decimos nosotros, el pasaje de Isaías:

-El espíritu del Señor está sobre mí; por lo cual me ha ungido, me ha enviado para evangelizar a los pobres, para predicar a los cautivos la liberación, y a los ciegos la curación. Para dar la libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor.

Devuelve el rollo al ayudante, y añade ante el pasmo de todos:

-Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de todos ustedes.

El entusiasmo de sus paisanos no tiene límites, que se dicen: Pero, ¿no es éste el hijo de José?…

Sí, hoy mucha alegría. ¡Qué orgullo con semejante hijo del pueblo! Pero no estará mal que nosotros recordemos esta primera visita a Nazaret cuando haga una segunda dentro de un año.

 

Mateo y Marcos nos introducen sin más a Jesús en Cafarnaún, predicando:

-El tiempo se ha cumplido, y ya está presente el Reino de Dios. ¡Conviértanse, y crean en el Evangelio!

Hay que pensar en esta palabra: “Evangelio”. La “Buena Nueva”, o “Buena Noticia”, es Jesucristo, Palabra del Padre encarnada, hecha hombre; Jesucristo anuncia esa Palabra, al anunciarse a Sí mismo con sus dichos y sus hechos; y entonces Jesucristo es a la vez las tres cosas: el Evangelio, el Evangelizador, y el Evangelizado.

Es lo que va a hacer la Iglesia a través de los siglos: anunciar a Jesucristo en su Persona; proclamar su Palabra, es decir, todo lo que Él enseñó o mandó; y proponer, hacer amar y seguir a Jesucristo como camino, como verdad y como vida.

 

Como primer acto evangelizador de Jesús, lo vemos pasear por la orilla del lago de Genesaret, ese lago que nos va a decir tantas cosas. Si nos subimos a la ladera del Monte de las Bienaventuranzas, se nos ofrece a la vista un paisaje espectacular: todo el lago de Genesaret con sus 21 kilómetros de largo por 12 de ancho, con una profundidad que llega a los 45 metros.

Entra en el lago el río Jordán, nacido de varias fuentes a partir del monte norteño el Hermón; en el fondo sur del lago vuelve a salir la misma corriente del Jordán, que aumenta su caudal con varios afluentes, ofreciendo un paisaje lleno de fertilidad y poesía, hasta que el río va a morir en el Mar Muerto.

 

Ahora se encuentra con cuatro amigos que ya conoce y que le siguen desde hace un año, pero que están ocupados en su oficio de pescadores. Son Simón y Andrés, Juan y Santiago, al que vemos por vez primera. Viene una llamada definitiva:

-Simón, Andrés, dejen de echar las redes. Vénganse conmigo, que los voy a hacer pescadores de hombres.

Y ellos lo dejan todo al instante, ¡y con Jesús que se van!… Sigue paseando con ellos, y ve a Juan y Santiago, remendando las redes con su padre Zebedeo:

-Juan, y tú también, Santiago, vénganse conmigo, que los necesito.

Y los dos, sin pensárselo más, con Jesús también. Allí se quedaban la barca y las redes con los criados.

 

¡Cuidado que el arte, el pincel y el canto, se han desatado con esta escena! Y también ha hecho pensar a muchos equivocadamente, cuando afirman: eligió “unos pobres pescadores”. Al tanto. No eran ricos, pero tampoco unos pobretones. Tenían barca, redes propias y hasta jornaleros. En el entorno social de entonces eran gente acomodada, y tuvieron la valentía de dejarlo todo y seguir a Jesús con generosidad total, sin volver la vista para atrás.

De momento ya tiene seguros a estos cuatro, además de Felipe y Natanael. Jesús sabía a quiénes elegía.