Queridas familias, saludos cordiales. Estamos en el corazón del Adviento, en el “Domingo de la Alegría”, muy cerca de la gran fiesta de la Natividad. La fuerza de este tiempo de gracia nos regocija y compromete a compartir con todos la Buena Noticia del Dios-con-nosotros.
En la Liturgia de la Palabra se presenta de nuevo a Juan el Bautista; esta vez como el profeta que da testimonio del Mesías. El pueblo de Israel, conmovido por sus palabras, quiere saber quién es él; si es el Enviado, Elías, o el profeta. Juan declara de sí con plena humildad: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (v.23). Su bautismo es un signo, una llamada a la conversión… no pretende sustituir el bautismo en el agua y el Espíritu que inaugurará Jesús. Para el Bautista, sólo en el Mesías hay salvación y vida nueva y, por ello, él mismo no se siente digno de desatar la correa de sus sandalias (v.27). El que viene detrás es mayor que él.
Juan es el mensajero; no el mensaje, ni el autor del mensaje. Comparte con el pueblo la verdad que ha escuchado del mismo Dios que se le ha revelado en la historia. No acapara nada para sí, es totalmente libre y generoso para ofrecer a Dios a los demás. Su palabra se convierte en bálsamo para las muchedumbres heridas, acostumbradas sólo a escuchar falsas promesas en su vida. La palabra del Bautista es alegría verdadera para los pobres.
Nos quedan pocos días para celebrar la Navidad, y el profeta Juan nos enseña hoy a compartir y a consolar; dos actitudes llenas de compasión que nos asemejan al mismo Dios. Aprovechemos la oportunidad que tenemos de irradiar en el mundo la fuerza del amor, no dejemos que los afanes de este mundo egoísta y frío nos roben la atención. Ocupémonos en ser creativos en la caridad. Que nuestro testimonio familiar resplandezca en estos días por la alegría de sentirnos salvados.
Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.