28. Irlanda católica

28. Irlanda católica

Interesante. La apartada Isla fue católica pura sin mezclas heréticas de arrianos u otros. Además, desde sus principios fue evangelizadora de otros países europeos. San Patricio es la figura emblemática de esa Iglesia admirable.

 

Decir “Historia del Catolicismo en Irlanda” es igual que decir “Vida de San Patricio”. En la Eire Verde no habían ingresado las legiones romanas como en la Gran Bretaña y, si por casualidad hubo algunos cristianos al final de los años 300, se debió probablemente a algunos creyentes originarios de Inglaterra y de Francia que llegaban a Irlanda a través de las rutas comerciales marítimas con estos países. El obispo de Escocia, Paladio, entró en Irlanda con otros cuatro misioneros el año 413, aunque no consiguieron ningún éxito, de modo que Paladio se regresó a Escocia donde murió. La conversión de la Isla tendrá que esperar algunos años más, hasta que aparezca Patricio, su gran apóstol.

Los nativos celtas y los feroces druidas eran paganos politeístas, pero, al aceptar la evangelización cristiana, no tuvieron en adelante más que al verdadero Dios y a Jesucristo, con una Iglesia totalmente católica y libre del arrianismo y las demás herejías que tanto mal hicieron en los otros países. Sin consecuencias, les rozó algo el pelagianismo.

 

¿Y quién era aquel Patricio a quien se deberá la conversión de Irlanda? Su vida la escribió él mismo en sus “Confesiones”, y hay que atenerse a ellas, pues su figura está rodeada de historias legendarias difíciles de interpretar. Lo más probable es que había nacido en Gran Bretaña, de padres católicos, hacia el año 389. Su padre, funcionario municipal, era diácono cristiano y terrateniente. Muchacho joven, Patricio fue hecho prisionero por piratas y llevado a Irlanda, a la que pudo conocer y aprender su lengua durante el duro cautiverio que le detuvo allí seis años, en los que ejerció como esclavo oficios humillantes.

Pero Patricio, aventurero por naturaleza, logró fugarse y embarcar hacia Francia en un viaje que resultó tragicómico. Una tempestad furiosa arrojó el barco a lugares solitarios y desconocidos, donde los viajeros se hallaron en la desesperación. Paganos, que habían aceptado en la embarcación a Patricio gratuitamente por pura compasión, ahora, muertos de hambre, se le enfrentaban al muchacho: -Y ese tu Dios, ¿dónde está y por qué nos trata así?

Patricio narra:

-Yo les hube de responder: Vuelvan sus miradas y sus corazones a mi Dios, para quien nada es imposible.

El caso es que, de repente, apareció una manada de cerdos que salvó aquella situación de hambre ya inaguantable.

Patricio regresó a su familia en Gran Bretaña. Por su carácter afectivo y lo que amaba a su familia, que lo quería retener consigo, hubo de luchar para seguir la vocación, como narra él mismo: “Por tantas oraciones y lágrimas, Dios me concedió muchos dones. Como Dios era mi guía, yo no consentí en ceder ante los deseos de los míos. No fue por mérito mío, sino porque Dios me había conquistado y reinaba en mí. Fue Dios quien me fortaleció y me hizo resistir los ruegos de los que me amaban, de suerte que me aparté de ellos para morar entre los paganos de Irlanda”. Era Irlanda concretamente el país de donde le llegaban aquellas voces misteriosas que escuchaba en la oración:

-Me gritaban los que moran más allá del mar del oeste, y me decían, como salidas de una sola boca: ¡Te llamamos a ti, joven, para que vengas a nosotros!

 

Pero no se dirigió al oeste, es decir, a Irlanda, sino al este, a Francia, donde se formó en la ciencia y la más austera y auténtica vida cristiana dentro de los famosos monasterios de San Martín de Tours en Marmoutier, el de Lerins y el de San Germán de Auxerre. Fue en este tiempo cuando recibió la ordenación sacerdotal. San Germán, en una expedición misionera, se llevó consigo a Gran Bretaña al joven Patricio el año 423, y, regresado al continente en el 426, fue a Roma, donde acabó su preparación misionera. Sabiendo el papa San Celestino I que Paladio había fracasado en sus intentos de evangelización en Irlanda, dispuso que fuera allí Patricio. Consagrado obispo en las Galias por San Germán, el papa San Celestino lo mandó a Irlanda en el año 432 para emprender su gran misión.

 

Las dificultades para la evangelización fueron enormes. Como las tribus indígenas vivían dispersas, Patricio estableció su centro en Armagh, que sería después la sede Primada de la Iglesia en Irlanda. En vez de diócesis con sus obispos respectivos, optó por fundar monasterios, cuyo Abad supervisaba también las Iglesias recién fundadas.

Pero, hablemos primero de cómo Patricio evangelizaba a las gentes.

Parece que empezó por el norte, donde había sufrido de joven aquel cautiverio. Como tenía experiencia de lo que eran los monasterios de Francia, empezó por fundar uno en el Ulster para tener pronto ayudantes en su apostolado. Los magos y hechiceros druidas fueron los primeros a los que hubo de oponerse en su evangelización. Resultaban irreductibles, aparte de que le hacían guerra implacable.

Patricio entonces, con intuición certera, quiso conquistar ante todo al rey Langhaire, que no se convirtió, rodeado como estaba por los druidas tan temidos. Se cuenta lo que fue aquella reunión famosa. Patricio, al que acompañaba el don de milagros, predicó en toda su desnudez la fe en Jesucristo. Cómo todos los hombres habrán de morir, pero cómo todos habrán también de resucitar al final de los tiempos. La perspectiva de la Vida Eterna fue eficaz. Los magos y hechiceros temieron, y Langhaire, si no se convirtió, al menos dio amplia licencia a Patricio para que predicara con libertad el Evangelio.

 

Los druidas armaron asechanzas para acabar con el predicador. Como la sucedida con el compañero de viaje. Manejaba Patricio. Por una sospecha inexplicable, el buen hombre se empeñó en cambiar de puesto en el carruaje:

– Déjeme las riendas, por favor. Ya conduciré yo. Patricio, de mala gana, pero cedió. Avanzaban los caballos, cuando, de repente, una lanza salida de la espesura se clavó en el pecho del conductor, y que sin duda iba destinada a Patricio en vez de su cochero. Eran los gajes del apostolado, como dice él mismo:

– Al predicarles el Evangelio, hube de soportar una cantidad grande de insultos por parte de los incrédulos, que me hacían continuos reproches y que desataban grandes persecuciones contra mí, mientras yo sacrificaba mi libertad en provecho suyo. Si se me considera digno, estoy dispuesto a dar hasta mi vida a Dios, sin vacilaciones y con gozo. Me propongo pasar aquí mi vida entera, hasta que se extinga, si el Señor me concede esta gracia.

 

Había que contar con la persecución, como es natural. Sobre todo cuando Patricio se atrevía a realizar actos tan decisivos como derribar en Leitrim el ídolo de Crom Cruach para edificar sobre el mismo solar una iglesia cristiana. Y las mismas persecuciones había que suponer cuando conseguía conversiones que a unos llenaban de gozo y a otros de furor, como cuando aceptaron la fe cristiana las dos hijas del rey Langhaire, Ente y Fredelm, las cuales en un monasterio consagraron su virginidad a Cristo.

 

La evangelización seguía su ritmo ascendente e Irlanda se iba transformando en cristiana, por más que el paganismo, el vicio, la rapacidad no podían desaparecer en un día y seguían campando en el país, aunque se hablaba de que “toda Irlanda” se había convertido al cristianismo. Hay que valorar las palabras del mismo Patricio, que habla de “multitudes”, “innumerables”, “muchos miles” a los que había predicado y bautizado. Y sigue:

“¡Ah! Donde jamás se había tenido conocimiento de Dios, allí, en Irlanda, donde se adoraba a los ídolos y se cometían toda suerte de abominaciones, ¿cómo ha sido posible formar un pueblo del Señor, donde las gentes puedan llamarse hijos de Dios? Ahí se ha visto cómo hijos e hijas de los reyezuelos se transforman en monjes y en vírgenes de Cristo”, y añade un antiguo biógrafo, “sin que se les pueda numerar”.

 

Acaba Patricio de nombrar a los monjes y vírgenes consagrados, y hay que decir una palabra sobre sus célebres monasterios. Era muy difícil en Irlanda establecer sin más las diócesis, y en vez de diócesis con sus obispos respectivos, optó por fundar monasterios, cuyo Abad supervisaba también las Iglesias recién fundadas. Durante todo este siglo V fueron muchos los monasterios fundados en Irlanda, por el mismo San Patricio o por su sucesor Benen, o Benigno. Eran innumerables los candidatos que acudían a esos remansos de paz, de oración, de cultura. Como el famoso de Bangor que llegó a albergar 3.000 monjes.

De esos monasterios iban a salir los evangelizadores de todos los rincones de Irlanda y tantos misioneros que, rompiendo las costas de la Isla Verde, se lanzaron por el resto de Europa. En la misma Irlanda, cuando la muerte de Patricio, existían ya varios obispos y suficientes sacerdotes, salidos de estos monasterios tan acertados como providenciales.

 

Patricio murió, según parece, el año 461, después de haber pasado cuarenta días en oración y penitencia en el monte Aigli, donde recibió gracias extraordinarias de Dios, que le hizo contemplar en visiones las almas de tantos que se iban a salvar en Irlanda. Eran santos y santas en grupos innumerables que subían montaña arriba a saludar al que era el padre de todos en la fe. Y acaba el biógrafo:

-Desde aquella montaña, Patricio bendijo al pueblo de Irlanda, y el objeto que perseguía al subir a la cima era el de orar por todos y el de ver el fruto de sus trabajos. Después, en edad bien avanzada, fue a recoger su recompensa y a gozar de ella eternamente. Patricio es uno de los mayores apóstoles de la Iglesia en todos los tiempos.

 

 

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