MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 634
Cuando Jesús envía a sus apóstoles a predicar el evangelio, les recuerda que lo han recibido gratuitamente y que deben darlo gratuitamente (cf. Mt 10,8). Pablo manifestó en varias ocasiones que su mayor honor era anunciar gratuitamente el evangelio (cf. 1Co 9,18). En un mundo en que todo parece hacerse por interés económico, Claret actúa también de manera desinteresada desde los primeros días de su predicación misionera, procurando dos cosas al mismo tiempo: no ser una carga para los demás y ser un signo del amor gratuito con que Dios ama a todos.
Impresiona ver que a lo largo de su vida administró enormes cantidades de dinero. Pero siempre en beneficio de los demás, en proyectos sociales, humanitarios, evangelizadores, de formación; nunca en beneficio propio. De este modo, los que lo conocían y trataban podían entender que su interés no era personal o egoísta, sino que estaba totalmente a servicio del Reino de Dios.
Impresiona ver en la Iglesia la cantidad de personas que sirven gratuitamente a los demás, atendiendo a enfermos o necesitados, en proyectos sociales o de educación de base, de acogida de emigrantes, o en dedicación directa a la evangelización, en la catequesis o en otros servicios apostólicos. Otros crean organizaciones no gubernamentales de promoción humana y social.
Éste es el signo de nuestra gran riqueza: la capacidad de darnos y de servir gratuitamente a los demás. Y éste es también uno de los mejores testimonios que podemos ofrecer actualmente: mostrar con nuestro actuar que la felicidad y la vida plena se reciben gratuitamente cuando somos capaces de darnos a los demás por pura gracia. ¡Ojalá toda la Iglesia pudiera dar este testimonio, actuando con un estilo de vida y unas estructuras ejemplarmente sencillas!
¿Hasta dónde llega mi generosidad a la hora de actuar a favor de los demás? ¿Cuál es la recompensa que espero cuando sirvo a mis hermanos?