MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 287
En medio de tantas actividades que atraviesan nuestras vidas, muchas veces nos sentimos extenuados y con necesidad de detener la marcha para encontrar espacios de sentido, de encuentro, de crecimiento y de descanso. Una de las mayores necesidades es la de descubrir momentos de cultivo interior y de una reflexión apropiada.
Aunque experimentamos esta exigencia que brota de nuestro interior, no siempre hallamos o favorecemos los espacios para darle respuesta. El vértigo que rodea nuestra cotidianeidad se puebla de innumerables teorías, opiniones y criterios que muchas veces van dejando sin consistencia lo que alguna vez recibimos de nuestros padres o de la catequesis y que se convirtió en el “suelo nutricio” de nuestra fe.
Esta situación genera crisis de fe, hasta tal punto que se hace necesario recomenzar la catequesis, sobre todo la de adultos. Las respuestas que en otro tiempo nos dieron ya resultan insuficientes o inadecuadas. A veces las preguntas han cambiado; surgen dudas y quizá llegamos a pensar que fuimos unos ingenuos, o incluso que nuestros educadores en la fe nos hayan podido engañar o estuvieran equivocados ellos mismos.
La predicación que muchas veces se oye en nuestros templos supone, al igual que lo dice el P. Claret en otro contexto, una comunidad formada por personas que han asumido el discipulado cristiano. De esta manera, se nos incentiva a crecer; pero para ello es indispensable garantizar la solidez del cimiento, que es Jesucristo (cf. 1Cor 3,10-15). Con tal base, se podrá construir vidas cristianas adultas a la altura de los desafíos que se nos presentan. El proceso de catequesis de adultos deberá imprimir en nuestra fe un mayor arraigo en la Palabra y en la comunidad, permitiéndonos descubrir modos nuevos de ser “sal y luz” en cada contexto en que estemos situados (cf. Mt 5,13-16).
¿Qué valoración puedes realizar de tu propio camino catequístico? ¿Has cultivado tu formación para que tu fe y tus expresiones de la misma sean realmente de adulto?