Domingo 27 de agosto de 2017
21º Domingo Ordinario
San Mateo 16,13-20: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Queridos hermanos y hermanas, reciban mi cordial saludo y mi deseo sincero de que en este domingo la luz de Dios llegue a sus vidas como un nuevo amanecer.
La Liturgia de la Palabra de este día nos presenta a Jesús acompañado de sus discípulos en Cesarea de Filipo, fuera de las fronteras de Israel. Es en ese contexto donde Jesús lanza a los discípulos una pregunta trascendental sobre su propia identidad: “Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo?”, “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Los discípulos responden a Jesús sobre las distintas ideas que tiene la gente sobre Él, pero es Pedro quien responde personalmente con una profunda fe “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
La respuesta a esta pregunta del Señor la debemos ir actualizando cada uno de nosotros, pues de esa confesión personal depende toda nuestra vida. Se trata de una profesión de fe irrenunciable e intransferible: si hemos sido transformados por la fuerza del Espíritu seremos capaces, como Pedro, de responder con un corazón lleno de fe quién es Jesús para nosotros, y estaremos dispuestos a cargar la cruz de cada día desde nuestro compromiso bautismal.
De esta pregunta de Jesús sobre su propia identidad podemos inferir personalmente para nosotros la misma cuestionante: ¿Quién soy yo? En esta época de crisis identitaria la respuesta no puede dejarse pasar por alto. La sociedad de hoy ha vaciado de sentido la vida humana y la religión misma. ¿Quién soy yo como persona y como cristiano? ¿Quiénes somos como familia? ¿Cuál es el proyecto que Dios tiene sobre la historia del mundo? ¿Cómo debemos construir nuestro presente y cuál es el futuro que esperamos? La persona que carezca de estas respuestas dirige su vida desde la superficialidad y está destinada al fracaso.
Una vez más Jesús nos llama a seguirle con radicalidad. Su voz se dirige a nuestro corazón, en lo profundo de nuestra conciencia, donde se gestan las decisiones importantes de la vida. Debemos arriesgarnos a cargar con la cruz de cada día, reproduciendo en nuestros contextos vitales las palabras y las acciones de nuestro Maestro. Vivir como familias cristianas en un mundo adverso es una carga pesada y a veces heroica; sin embargo, si anhelamos experimentar la fuerza de la resurrección debemos perseverar en nuestros buenos propósitos, con la ayuda de la gracia divina. Llenémonos de amor y de fe para confesar sin vacilación: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo; en tu vida, Señor, cobran sentido nuestras vidas”.
Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.