Domingo 20 de agosto de 2017
20º Domingo Ordinario
Mateo 15,21-28: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo”.
Estimados hermanos, mi saludo y bendición para ustedes, deseándoles paz en el núcleo de sus hogares. ¡Somos familias bendecidas! Dios se ha hecho presente en nuestras vidas, nos ha mostrado su amor y nos ha hecho personas nuevas por la fuerza de su Palabra. Sigamos confiando en ese amor divino y nos sentimos urgidos a comunicarlo al resto de la sociedad.
En el Evangelio que se proclama este domingo nos encontramos con la conmovedora escena de una madre que suplica por la sanación de su hija. Jesús está con sus discípulos en la frontera de Israel; pocas veces ha salido del país. Una mujer extranjera, de religión cananea, se acerca a Jesús pidiendo que sane a su hija, que “está atrozmente atormentada por un demonio” (v.22). Ella le invoca de una manera muy peculiar con el título mesiánico “Hijo de David”; la cananea conoce sorprendentemente lo que estaba oculto a los compatriotas del nazareno. Jesús no contesta y los discípulos, por su parte, se molestan por la insistencia de la mujer. La comprensión nacionalista del Mesías limitaba su misión a “reunir a las ovejas dispersas de Israel” (v.24); la postura de los profetas, sin embargo, tiene un acento universalista, pues para ellos todos los pueblos del mundo se congregarán en la adoración del único Dios verdadero: “Mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos” (Is. 56, 7).
La madre se acerca y pide ayuda. Jesús le contesta que no está bien quitar el pan a los hijos y darlo a los perrillos. La mujer acoge con osadía la palabra de Jesús: los perrillos también reciben algo de lo que cae de la mesa de su señor (cf. v. 27). Casi parece humorística la manera como esta madre se vale de la metáfora y la invierte en su favor. A pesar de todo Jesús sana a la hija enferma. El motivo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (v.28). Dios es misericordioso y benévolo con aquellos que tienen una fe de estas dimensiones: “Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre (Mt. 7, 7-8).
Queridos hermanos, nuestras familias están llamadas a ser transmisoras de la fe. Y esta fe, que es confianza absoluta en Dios, se cultiva cada día en siendo fieles a su Palabra. Urgimos de familias nuevas que comuniquen la bondad divina a las nuevas generaciones. Se necesitan hombres y mujeres de fe como esta cananea, que sean capaces de rogar con insistencia por sus hijos para que sean liberados de los males de nuestro tiempo. Dios no cierra sus oídos a la súplica confiada y comprometida que le dirijamos en nombre de nuestros pequeños.
Preguntémonos, ¿qué hacemos como familias, para liberar a las nuevas generaciones de los males de nuestro tiempo?
Que el Señor continúe siendo compasivo y escuche nuestra oración. Este es el tiempo oportuno.
Cordialmente, P. Freddy Ramírez Bolaños, cmf.