18. Las tentaciones de Jesús

18. Las tentaciones de Jesús

La humildad de Jesús es mucha y, nada más bautizado, después de aquel fenómeno del Cielo, se retira con paso firme a un lugar escondido lejos de quienes pretendiesen buscarlo. Y se retira al desierto para prepararse con la oración y penitencia durante los cuarenta días clásicos de los grandes profetas, como fueron Moisés y Elías. Era invierno, pues el bautismo de Jesús debió ser a finales de Diciembre o principios de Enero del 27, los días más fríos del año.

¿Cuál es el lugar escogido por Jesús? No lo sabemos con certeza, pero siempre se ha tenido por tal el llamado “Monte de la Cuarentena”, entre la derecha del Jordán y el desierto de Judea, a cuatro kilómetros al noroeste de Jericó, montaña de soledad impresionante sin un simple rincón habitado. Sin embargo, bien pudo ser, el desierto de Judá que limita con el valle del Jordán, morada incluso hoy de chacales y hienas, pues Marcos señala que Jesús vivió rodeado de “fieras salvajes”.

 

Sin embargo, lo de menos es el lugar, sino el significado simbólico de desierto según la tradición bíblica. El desierto era la morada clásica del demonio. Este es el significado que tiene el macho cabrío del Kippur, el día grande de la Expiación. El Sumo Sacerdote imponía sobre el animal las manos echándole encima todos los pecados del pueblo, inspirados y cometidos a impulso del demonio, y, sin matarlo, se llevaba el animal al desierto, se le soltaba, y que se fuera a vivir con su dueño…

Ahora el Espíritu empujaba a Jesús a que se enfrentara a Satanás en su propia casa, le venciera y nos enseñara a nosotros a luchar y vencer. Y en el desierto pasó Jesús los cuarenta días de oración altísima, en contemplación con el Padre, sin comer ni beber nada, de modo que al final, como la consecuencia más lógica, sintió hambre. Porque este ayuno de Jesús fue total, y milagroso sin duda, no como el ordinario de los judíos o el del ramadam de los musulmanes: no comer durante el día, pero, puesto el sol, una buena comida.

 

Al final de esa austera cuaresma, llegamos al hecho de las tentaciones de Jesús por el demonio, lo cual es ciertamente un misterio muy grande, porque hay que decir que Jesús fue tentado realmente. Atrevimiento sin igual del demonio, y, respecto de Jesús, una humildad admirable: verse cara a cara con el demonio, que considera a Jesús un posible pecador. Y aunque las tentaciones fueron objetivas, verdaderas, a Jesús no le podían inclinar interiormente al mal, pues era por naturaleza impecable.

 

¿Y por qué Jesús se dejó tentar? Hemos de pensar en la Iglesia como tal, como la Iglesia de todos los siglos. El demonio la quería desviar del camino que le iba a señalar Jesús, y Dios la quiso entrenar con las mismas tentaciones de Cristo.

Y hay un hecho muy cuestionable, y es: ¿cómo en las dos últimas tentaciones es Jesús agarrado por el demonio y llevado al pináculo del Templo de Jerusalén y a una montaña alta? Hay dos suposiciones para este punto.

La primera, por inimaginable que nos parezca a nosotros, es que, efectivamente, Jesús se dejó agarrar y llevar físicamente por el demonio. Increíble, pero ésta fue seguramente la realidad.

La segunda, más sencilla, es que hizo pasar ante la imaginación de Jesús aquellos hechos, el solicitado milagro del Templo  y la visión de la gloria y poder de todos los reinos de la tierra. Posible, pero convence más la primera opinión, por dura que parezca.

 

Pero, cabe preguntarse también: ¿son históricas estas tentaciones o son simplemente un símbolo? Digamos que es cierto que Jesús fue tentado por Satanás, algo que supieron los apóstoles contado por el mismo Jesús al grupo.

Los tres Evangelios cuentan lo mismo, aunque Marcos con sólo unas palabras y Lucas con orden invertido al de Mateo, quien lo cuenta con detalles más precisos, porque lo debió oír de labios del mismo Jesús. Pero no olvidemos que la “historia” de las tentaciones pudo ser escenificada por la catequesis primitiva y que está cargada de grandes simbolismos doctrinales.

 

Satanás no sabe quién es Jesús, pero lo sospecha, le interesa saberlo, y a esto van ante todo las tentaciones, pues se teme lo peor para él, y se pregunta:

-¿Y si este Jesús fuera el Mesías? Esa austeridad, esa humildad, esa lejanía del dinero y del poder no me hacen gracia alguna en este tipo tan misterioso. Hay que ponerlo a prueba y tratar de torcer la senda de ese mesianismo tan peligroso. La ocasión propicia es ésta. Ese Jesús está muerto de hambre después de semejante ayuno, y voy a empezar por lo más fácil.

 

Dicho y hecho, camina por entre los peñascos como un cualquiera, se acerca a penitente tan extraño, y le propone amigablemente:

-¿Cómo puedes encontrarte bien sin haber comido nada en tantos días? Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. ¡Pásala bien, hombre!

Jesús se da cuenta de lo primero que le pide el demonio: buena vida, placer, nada de austeridad, nada de lucha contra una naturaleza rebelde. Mal le iría a la obra de Jesús, que será su Iglesia, con un espíritu sin nada de sacrificio o con comodidad de ricos, así que responde al tentador:

-¡No quiero! Porque está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

 

Pierde el demonio el primer round. Pero sabe ir por grados. De manera sorprendente agarra ahora a Jesús y lo lleva hasta el Templo de Jerusalén. Pudo colocarlo en el pináculo más alto que daba al torrente Cedrón -dicen que tenía ochenta metros de altura-, pero lo más probable es que lo puso en algún alero de los patios interiores, colmados de gente, y le dice con atrevimiento:

-¿Por qué no te lanzas de aquí abajo? Cuando la multitud vea que caes y no te haces ningún daño, porque está escrito que Dios mandará a sus ángeles, los cuales te agarrarán en sus manos para guardarte, todos comenzarán a aplaudir con grandes alabanzas: ¡Qué Mesías tenemos!… ¡Tírate!…

A Jesús no se le engañaba fácilmente, ni tan siquiera con la Palabra de Dios interpretada torcidamente, así que contesta:

-¡No quiero! Porque también está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios”.

Antes proponía el demonio un mesianismo de placer; ahora de ostentación, de relumbrón, de lucimiento, de apariencias pomposas, de burla a la gente sencilla, de desprecio a los pobres. Quiere el demonio un mesianismo de milagrería o brujería, mientras que Jesús exige la fe en Él, la confianza en su poder, la fidelidad a su palabra, la humildad, el servicio, la entrega generosa a los más necesitados, sin brillantez ante el mundo.

 

Tampoco se ha rendido Jesús esta vez. Aunque tampoco lo hace el tentador. Y con el descaro máximo, Satanás propone a Jesús el pecado más horrendo contra Dios. Lo sube a una altísima montaña, y, en un abrir y cerrar de ojos según Lucas, le dice con descaro sumo:

-¿Ves todos esos imperios y reinos, con todas su riquezas y esplendor? Pues, mira, todo es mío, porque todo se me ha entregado. Y todo te lo doy, si, postrado en tierra, me adoras.

Ahora Jesús sacó toda su enorme energía, y respondió:

-¡Retírate de aquí, Satanás! Porque está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios, y a él solo le servirás”.

 

Despareció Satanás, pero Lucas añade una palabra misteriosa: “temporalmente”, hasta otra ocasión más propicia. Lo cual se ha entendido siempre de Getsemaní, cuando Jesús se puso a pedir al Padre que le ahorrase el amargo cáliz de la pasión.

Marcos añade unas palabras bellas: “Y los ángeles le servían”. Premio del Padre al valiente de su Hijo. Se deduce de aquí que Jesús, sin que fuera al poblado más cercano que encontrara y pudiera comer algo, vinieron efectivamente ángeles mandados por el Padre y le brindaron lo necesario para reponer sus fuerzas.

 

En las tentaciones de Jesús se adivina su conexión con la conducta de Israel en el desierto, que, contra las promesas de Moisés, el delegado de Dios, se muestra infiel, descreído, exigente ante la roca del agua, aburrido de aquel pan “sin sustancia” y, más que nada, adorador del becerro de oro ante el que baila, se divierte y reniega de Yahvé.

Contra lo que hizo el antiguo Israel, en los Evangelios se muestra lo que ha de ser la Iglesia, el nuevo Israel de Dios: austera, humilde, modesta, creyente, alejada del dinero y del poder, confiada en Dios, fiel en absoluto a Cristo que es infinitamente más grande que Moisés.

 

Decir que las tentaciones de Cristo fueron para enseñarnos a nosotros, y no a la Iglesia como tal, a cómo vencer las tentaciones que nos quieren separar de Dios, es una razón laudable.

Llegará ocasión en que Jesús nos dirá: -¡Vigilancia, con oración y ayuno!

Y nos enseña Jesús además a emplear la Palabra de Dios, utilizada contra todos los artilugios del demonio. Quien lee, estudia y domina la Biblia, tiene siempre a punto en la mente y en los labios una respuesta ante cualquier situación de pecado, sea por desesperación, por halagos carnales, por ambición y avaricia, y hasta por soberbia que le enfrenta con Dios.

Dándole una importancia grande, la Liturgia de la Iglesia nos pone ante los ojos cada año esta página del Evangelio en el Primer Domingo de Cuaresma, como lección insustituible contra las asechanzas del Maligno.