MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 585
El atentado de Holguín dio ocasión a Claret para redimensionar algunas realidades. No es que él no lo tuviera claro, por supuesto. Pero las circunstancias del atentado le brindaron la oportunidad de reflexionar aún más en profundidad sobre el sentido de la vida, la felicidad o infelicidad de sus prójimos, su propia identidad como sacerdote, prelado, ministro de Jesucristo.
Nadie es más que nadie. Ni menos tampoco. Todos tenemos la misma dignidad de hijos de Dios y también somos ciudadanos de este mundo. El “infeliz hombre” que atentó contra la vida de Claret no lo hizo –según interpretación del propio Claret- sino por inspiración diabólica; pero es probable que estuviera muy confundido y empujado inconscientemente por quienes, desde otros ámbitos, tramaban contra la vida y la obra del santo arzobispo. Claret perdona de corazón al asesino. Y reflexiona que el atentado no va simplemente contra él en cuanto ser humano, sino que va, sobre todo, contra su condición de hombre de Dios: sacerdote, prelado, ministro de Jesucristo.
Es importante reconocer y asumir nuestra vocación en la vida. Toda vocación es un llamamiento al servicio, al cumplimiento de una tarea, a la realización de un proyecto que Dios encarga a todo ser que llega a este mundo. No solamente somos organismos vivos; somos seres hechos a imagen y semejanza del Creador, que tenemos el encargo de llevar este mundo a su destino final: ser un hogar para todos los hijos de Dios. Para ello es de suma importancia conocer qué responsabilidades tenemos en la vida social. Porque lo que realicemos o dejemos de hacer redundará en beneficio o en perjuicio de nuestra propia vocación y de la calidad de vida de otros.