7 de enero | Viernes después de Epifanía | Ciclo C

7 de enero | Viernes después de Epifanía | Ciclo C

1 Jn 5, 5-13
Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Así pues, los testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Y los tres están de acuerdo.
Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios vale mucho más y ese testimonio es el que Dios ha dado de su Hijo.
El que cree en el Hijo de Dios tiene en sí ese testimonio. El que no le cree a Dios, hace de él un mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado la vida eterna y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida.
A ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, les he escrito estas cosas para que sepan que tienen la vida eterna.

Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20
R.(12a)  Demos gracias y alabemos al Señor.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
a Dios ríndele honores, Israel. 
El refuerza el cerrojo de tus puertas 
y bendice a tus hijos en tu casa. 
R.  Demos gracias y alabemos al Señor.
El mantiene la paz en tus fronteras, 
con su trigo mejor sacia tu hambre. 
El envía a la tierra su mensaje 
y su palabra corre velozmente.  
R.  Demos gracias y alabemos al Señor.
Le muestra a Jacob su pensamiento, 
sus normas y designios a Israel. 
No ha hecho nada igual con ningún pueblo, 
ni le ha confiado a otros sus proyectos. 
R.  Demos gracias y alabemos al Señor.

Mt 4, 23
R. Aleluya, aleluya.
Predicaba Jesús la buena nueva del Reino
y sanaba toda enfermedad en el pueblo.
R. Aleluya.

Lc 5, 12-16
En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero. Queda limpio”. Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió: “Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio”.
Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.

 

 

Palabra del Señor.