2 de agosto | Martes de la XVIII semana Tiempo ordinario

2 de agosto | Martes de la XVIII semana Tiempo ordinario

Jer 30, 1-2. 12-15. 18-22

Estas palabras le fueron dirigidas a Jeremías de parte del Señor: “Esto dice el Señor, Dios de Israel: ‘Escribe en un libro todas las palabras que te he dicho’ ”.

“Esto dice el Señor:
‘Tu quebranto es irremediable
e incurables tus heridas.
Estás desahuciado.
Hay heridas que tienen curación,
pero las tuyas no tienen remedio.

Todos tus amantes te han olvidado
y ya no preguntan por ti.
Como si fuera tu enemigo, te herí
y te impuse un cruel castigo
por tu gran culpa, por tus enormes pecados.
¿Por qué te quejas de tus heridas?
Tu dolor es irremediable.
Por tu gran culpa, por tus enormes pecados
te he tratado así’ ”.

“Esto dice el Señor:
‘Yo cambiaré la suerte del pueblo de Israel:
lo haré volver a su patria;
me apiadaré de sus casas,
la ciudad será reedificada
sobre sus propias ruinas
y el templo será reconstruido
tal como era.
Se escucharán himnos de alabanza
y los cantos de un pueblo que se alegra.

Y los multiplicaré y ya no serán pocos,
los honraré y ya no serán despreciados;
sus hijos serán como eran antes,
la comunidad que está delante de mí,
y yo castigaré a todos sus enemigos.

Un príncipe nacerá de mi pueblo,
uno de ellos mismos será su jefe.
Yo lo haré acercarse y él vendrá hasta mí;
porque, si no, ¿quién se atreverá a acercarse a mí?
Ustedes serán mi pueblo
y yo seré su Dios’ ”.

 

Salmo 101, 16-18. 19-21. 29 y 22-23

R. (17) El Señor es nuestro Dios.
Cuando el Señor reedifique Sión,
y aparezca glorioso,
cuando oiga el clamor del oprimido
y no se muestre a sus plegarias sordo,
entonces al Señor temerán todos los pueblos,
y su gloria verán los poderosos. R.
R. El Señor es nuestro Dios.
Esto se escribirá para el futuro
y alabará al Señor el pueblo nuevo,
porque el Señor, desde su altura santa,
ha mirado a la tierra desde el cielo,
para oír los gemidos del cautivo
y librar de la muerte al prisionero. R.
R. El Señor es nuestro Dios.
Bajo tu protección, Señor,
Habitarán los hijos de tus siervos
y se establecerán sus descendientes.
Tu nombre en Sión alabarán por eso,
cuando en Jerusalén, a darte culto,
se reúnan, Señor, todos los pueblos. R.
R. El Señor es nuestro Dios.

 

Jn 1, 49

R. Aleluya, aleluya.
Maestro, tú eres el Hijo de Dios,
tú eres el rey de Israel.
R. Aleluya.

 

Cfr Hechos 16, 14

R. Aleluya, aleluya.
Abre, Señor, nuestros corazones,
para que comprendamos las palabras de tu Hijo.
R. Aleluya.

 

Mt 14, 22-36

En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.

Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.

Terminada la travesía, llegaron a Genesaret. Apenas lo reconocieron los habitantes de aquel lugar, pregonaron la noticia por toda la región y le trajeron a todos los enfermos. Le pedían que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y cuantos lo tocaron, quedaron curados.

 

Mt 15, 1-2. 10-14

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos escribas y unos fariseos venidos de Jerusalén y le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros mayores y no se lavan las manos antes de comer?”

Jesús llamó entonces a la gente y le dijo: “Escuchen y traten de comprender. No es lo que entra por la boca lo que mancha al hombre; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre”.

Se le acercaron entonces los discípulos y le dijeron: “¿Sabes que los fariseos se han escandalizado de tus palabras?” Jesús les respondió: “Las plantas que no haya plantado mi Padre celestial, serán arrancadas de raíz. Déjenlos; son ciegos que guían a otros ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en un hoyo”.

 

Palabra del Señor.