11 de julio | Martes de la XIV semana Tiempo ordinario | Memoria de San Benito, abad

11 de julio | Martes de la XIV semana Tiempo ordinario | Memoria de San Benito, abad

Gn 32, 22-32

En aquel tiempo, se levantó Jacob, tomó a sus dos mujeres con sus dos siervas y sus once hijos y cruzó el arroyo de Yaboc. Los hizo cruzar el torrente junto con todo lo que poseía.

Jacob se quedó solo y un hombre estuvo luchando con él hasta el amanecer. Pero, viendo que no podía vencerlo, el hombre hirió a Jacob en la articulación femoral y le dislocó el fémur, mientras luchaban. El hombre le dijo: “Suéltame, pues ya está amaneciendo”. Jacob le respondió: “No te soltaré hasta que me bendigas”. El otro le preguntó: “¿Cómo te llamas?” Él le dijo: “Jacob”. El otro prosiguió: “En adelante ya no te llamarás Jacob sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has salido victorioso”. Jacob le dijo: “Dime cómo te llamas”. El otro le respondió: “¿Por qué me preguntas mi nombre?” Y ahí mismo bendijo a Jacob.

Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues se dijo: “He visto a Dios cara a cara y he quedado con vida”. El sol salió después de que Jacob y los suyos pasaron Penuel, y Jacob iba cojeando, por haber sido herido en el nervio del muslo. Por eso los israelitas no comen, hasta el día de hoy, el nervio del muslo.

Salmo 16, 1. 2-3. 6-7. 8b y 15
R. (15a) Señor, escucha nuestra súplica.
Señor, hazme justicia 
y a mi clamor atiende;
presta oídos a mi súplica,
pues mis labios no mienten. 
R. Señor, escucha nuestra súplica.
Júzgame tú, Señor, 
pues tus ojos miren al que es honrado. 
Examina mi corazón, revísalo de noche, 
pruébame a fuego y no hallarás malicia en mí. 
R. Señor, escucha nuestra súplica.
A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes. 
Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras; 
muéstrame los prodigios de tu misericordia,
pues a quien acude a ti, de sus contrarios salvas. 
R. Señor, escucha nuestra súplica.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos, 
Bajo la sombra de tus alas escóndeme, 
pues yo, por serte fiel, contemplaré ti rostro 
y al despertarme, espero saciarme de tu vista. 
R. Señor, escucha nuestra súplica.

Jn 10, 14
R. Aleluya, aleluya.
Yo soy el buen pastor, dice el Señor;
yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
R. Aleluya.

Mt 9, 32-38

En aquel tiempo, llevaron ante Jesús a un hombre mudo, que estaba poseído por el demonio. Jesús expulsó al demonio y el mudo habló. La multitud, maravillada, decía: “Nunca se había visto nada semejante en Israel”. Pero los fariseos decían: “Expulsa a los demonios por autoridad del príncipe de los demonios”.

Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.

 

Palabra del Señor.