LA ASUNCIÓN DE MARÍA

LA ASUNCIÓN DE MARÍA

Al celebrar hoy la fiesta de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al Cielo, se me ha ocurrido una cosa: ¿por qué no le preguntamos a Jesucristo las razones que tuvo para resucitar anticipadamente a su Madre y no esperó al final de los tiempos?
Nosotros aceptamos sin más lo que nos dijo el Papa Pío XII al definir esta verdad como revelada por Dios y nos recordaría después el Concilio.
Pero, con un poco de atrevimiento —un atrevimiento que glorifica mucho a Nuestro Señor— podríamos meternos ahora en el pensamiento del mismo Jesucristo, a ver cómo se puso a discurrir cuando llegó el momento de la muerte de su Madre.
Le vamos a dejar que hoy nos hable Él. Porque, de seguro, nos va a convencer con lo que nos diga, a saber, cuando nos exponga las razones que tuvo para resucitar a su Madre sin esperar al final de los tiempos…

* Bueno —se dijo el Señor—, mi Madre está para morir. ¿Y qué van a hacer mis Apóstoles, Juan sobre todo, a quien se la encomendé de modo especial? Pues, ya lo sé. La van a enterrar. La van a llorar, porque todos la llaman La Madre del Señor Jesús, y saben además que es la Madre de toda la Iglesia, como la declaré yo desde la Cruz.
Todos la van a honrar, y harán bien.
Mi Espíritu Santo le hizo decir a Isabel que todas las generaciones llamarían bienaventurada a María, dichosa y bendita entre todas las mujeres, y lo realizarán a perfección.
Pero, ¿se van a encontrar siempre en su sepulcro con un cadáver, con unos huesos áridos, resecos, con carnes convertidas en polvo?… ¡No! Eso no lo puedo consentir.

Primero, porque mi carne es carne de María. ¿Y la carne de mi Madre, la que tomé yo mismo para mí, se va a pudrir en el sepulcro?… Ya se ve que eso no puede ser.
Mi propia resurrección, que exige la resurrección de todos los míos, la exige especialmente mi Madre. Y yo no puedo esperar con Ella hasta el final del mundo.

Segundo, porque mi Madre es Inmaculada, sin mancha, sin tan siquiera el pecado original de Adán. Así la quisimos las Tres Personas de la Santísima Trinidad para que María fuera digna Madre de Dios.
La conservamos Virgen, ¿y vamos a ver profanado su cuerpo por la corrupción?…
Encargamos al Ángel que la llamase La Llena de Gracia, ¿y cómo va a estar llena de gracia si se corrompe en el sepulcro? Si la muerte vino por el pecado de Adán, y mi Madre no contrajo ese primer pecado, ¿por qué ha de contraer la corrupción del sepulcro, consecuencia de aquel pecado?
Está bien que Ella muera como yo, para que se asemeje del todo a mí, que morí por todos. Pero, así como habrá muerto conmigo, conmigo quiero que esté resucitada en la Gloria.

Tercero, mi Madre es la imagen de la Iglesia y modelo de todos mis seguidores en su peregrinación de la fe. En su Inmaculada Concepción tienen mis seguidores el ideal de la santidad cristiana, ¿y por qué no han de tener en su resurrección anticipada, en su Asunción al Cielo, lo que les espera a todos si perseveran hasta el fin?
La promesa mía —“Yo resucitaré en el último día a todo el que crea en mí”— les ha de entrar por los ojos, y no sólo por la letra del Evangelio… Por lo mismo, eso de la resurrección anticipada de mi Madre y su Asunción al Cielo, tiene que ser un hecho. ¡Y lo haré, no faltaba más!…
Yo estoy seguro que la Asunción de mi Madre en cuerpo y alma al Cielo será para mi Iglesia el mejor complemento de la esperanza que les infunde mi Resurrección y Ascensión. La resucitaré, pues, y estoy bien seguro que no me equivoco en esta mi previsión…

Cuarto, si mi Madre ha compartido conmigo todo el misterio de la salvación, desde la Anunciación hasta la Cruz, debo asociarla ahora a mi reinado universal, elevándola sobre los Ángeles y los Santos, pues, por ser la Madre de Dios, tiene una dignidad mayor que la de todos ellos juntos.
Entonces, ¿Cómo puede estar su Reina y Soberana aquí en la Gloria con sola su alma, mientras el cuerpo es pasto de gusanos y reducido a polvo? No lo puedo tolerar en modo alguno, ¡y mi Madre tiene que resucitar ya, ya, pronto!…*

¿Pensó así Jesucristo?…
Algo demasiado ha corrido hoy nuestra imaginación, hasta meterse en el mismo cerebro del Señor.
Pero sabemos lo que esto significa.
No es otra cosa que ver, a la luz de la Biblia y de la fe de la Iglesia, las razones de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo.
El Espíritu Santo fue enviado por Jesús para que guiase a la Iglesia en su fe, para que nos enseñara toda la verdad. Lo que hemos hecho no es más —como nos dice el apóstol San Pedro— que saber dar razón de nuestra fe.

¡Madre María! ¡Qué orgullosos estamos tus hijos al verte ensalzada así en Cielo! ¡Y cómo soñamos en ir un día a felicitarte personalmente y participar de tu misma gloria!
Hoy hemos discurrido sobre las razones que tuvo Dios para glorificarte de una manera tan excelsa.
La Iglesia ha llegado ya en ti a su perfección última, la que nos aguarda a todos los creyentes.
Esta es nuestra fe, esta es nuestra esperanza. Dios nos ha dado en ti la imagen de lo que un día vamos a ser todos tus hijos. ¿Cuándo llegará ese día, cuándo?…

P. Pedro García, CMF.