¿Es cierto eso que desde niños hemos cantado muchas veces: Corazón santo, Tú reinarás?… ¿Será posible tanta belleza? ¿No estaremos soñando más de la cuenta? Si hoy, fiesta del Sagrado Corazón, volvemos a repetir la devota canción, ¿la vamos a decir muy convencidos?…
No dudemos que sí. Que en el mundo, falto de amor, se sienten ansias de amor, y que el amor de Jesucristo, simbolizado en su Corazón, se va a imponer un día.
Aunque, como no somos demasiado soñadores, sabemos que en el mundo habrá siempre mucho mal; que abundará el egoísmo; que los hombres seguirán odiándose y matándose unos a otros; que el mismo Dios se verá abandonado por muchos; que habrá tantos y tantos —utilizamos una comparación bíblica— que abandonarán la fuente de agua cristalina para construirse cisternas y pozos resquebrajados, incapaces de guardar las aguas de los amores puros, sustituidas por aguas emponzoñadas de amores engañosos…
Todo esto lo sabemos. Pero sabemos también que el amor de Jesucristo se irá imponiendo cada vez más. Fue éste un sueño divino de Jesús, que dijo:
– He venido a traer fuego a la tierra. ¡Y qué ganas tengo de que se incendie toda!…
En la Ultima Cena nos pidió con acento conmovido, y sigue repitiendo ahora:
– ¡Permanezcan en mi amor!
¿Y creemos que no se cumplirá su sueño dorado?… ¿Y pensamos que no habrá cada vez más corazones que se rendirán del todo al Señor?…
Hoy Jesucristo, poniéndose la mano en el pecho rasgado por la lanza, nos señala la fuente del amor, y nos dice con las palabras de la célebre aparición a Margarita María:
– ¡He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres!
Almas innumerables han escuchado estas palabras, han entendido el acento del Señor, y se han dado a Jesús con pasión verdadera.
En el Corazón han visto la fuente del amor eterno que impulsó al Hijo de Dios a hacerse hombre para salvar al mundo que se había perdido.
En el Corazón han adivinado las llamaradas que abrasaban el corazón de un Niño que lloraba en el pesebre.
En el Corazón han intuido el amor de un joven que se hace hombre trabajador para solidarizarse con sus hermanos más sufridos.
En el Corazón han visto el motor de unos pies que no se cansaban por los caminos de Galilea en busca de la oveja perdida.
En el Corazón han entendido lo ininteligible de la Pasión y la Muerte de un Dios, el Señor que se entrega para salvar al esclavo vil y al criado rebelde.
En el Corazón miran al Mediador que, en el Cielo, “está siempre intercediendo por nosotros”, que nos sigue con ojos atentos, y que no se dará descanso hasta ver seguros a todos los elegidos en su misma gloria.
En el Corazón de Jesucristo entienden todo el misterio de la salvación, sin que les quede duda posible sobre el amor que un día ha de reinar de manera definitiva en todo el mundo.
Por eso cantan —lo cantamos todos, plenamente convencidos— el “Corazón Santo, Tú reinarás”…
Esto es lo que necesitamos en nuestros días: entusiasmo ante el problema del amor. Si el amor es tan profanado modernamente, miramos al Corazón de Jesucristo y nos encontramos con el amor verdadero, que no miente ni falla, porque es el amor de un Hombre-Dios.
Jesucristo nos enseña a amar.
Y nos enseña a cantar al amor limpio y santo, lo mismo al amor de Dios como al amor de todo lo que El ha creado y bendice, como el amor del hombre y de la mujer, el amor de los hijos, de los hermanos, de los amigos y el amor universal a todos los hombres…
El Evangelio de hoy nos presenta al Jesús Pastor, que se vuelve loco de alegría después de haber sentido un disgusto formidable…
Regresa al aprisco con todo el rebaño después de pasar el día apacentándolo en verdes praderas… Cuenta las ovejas tal como van entrando en el redil: una…, dos.., tres…, veinte…, cincuenta…, noventa…, noventa y ocho…, noventa y nueve… Hasta que se detiene y se pregunta consternado: ¿Y la que falta?…
Deja seguras a las noventa y nueve, desanda todo el camino, y no para hasta dar con la oveja tonta que se había quedado entre los matorrales a merced de las fieras. Se la carga en el hombro, y ahora vuelve locos con su alegría a los otros pastores:
– ¡Alégrense conmigo! ¡Que he encontrado a la oveja que se me había perdido!…
Si éste es el Corazón de Cristo, ¿Quién tiene derecho a desconfiar del Corazón de un Dios, que así se porta con el peor de sus enemigos cuando se vuelve a él?…
Los santos y los culpables, los inocentes como los que nos sentimos pecadores, todos le aclamamos hoy por igual:
– Corazón Santo, Tú reinarás… Corazón abrasado en amor, Tú eres quien puede incendiar el mundo… Corazón que así nos amas y así nos salvas, confiamos en Ti… Corazón divino, que buscas amor, nosotros te amamos con todo el poder de amor que Tú mismo nos das…
P. Pedro García, CMF.