DOMINGO DE PENTECOSTÉS

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

¡Estamos en Pentecostés!
Un día esperado por tantos movimientos apostólicos y tantas asociaciones católicas, que han descubierto en nuestros días lo que el Espíritu Santo significa en la vida cristiana. Con el Espíritu Santo, se explica todo; sin el Espíritu Santo, no se explica nada.

El Espíritu Santo es el gran regalo que Jesús nos hace nada más resucitado, pues, como nos dice el Evangelio de hoy, al presentarse el Señor en medio de los apóstoles, les dice, a la vez que sopla y exhala su aliento sobre ellos:
– ¡Reciban el Espíritu Santo!…
Tanta importancia daba Jesús al Espíritu Santo, que llega a decir a los apóstoles cuando los ve tan preocupados en la Ultima Cena:
– Les conviene que yo me vaya. Porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá sobre ustedes; pero, si me voy, se lo enviaré y estará siempre con ustedes sin dejarlos ya más.

Es Lucas quien nos cuenta en los Hechos de los Apóstoles cómo ocurrió todo aquello del día de Pentecostés. La Iglesia, se ha dicho siempre, nació del costado de Cristo pendiente de la cruz, igual que había salido Eva del costado de Adán dormido bajo las frondas del paraíso. Pero la manifestación de este nacimiento de la Iglesia se va a realizar en este día con la efusión clamorosa del Espíritu Santo.

Jerusalén hervía de gente venida de todas las partes del Imperio. De repente, se sintió un viento huracanado y bajaron del techo a la sala donde estaban los seguidores de Jesús unas como lenguas de fuego que iluminaron y abrasaron a los apóstoles, reunidos allí con María, la Madre de Jesús.
¿Qué ocurre después? Todos lo sabemos.
Los cobardes se convierten en unos valientes que empiezan a predicar sin miedo, dando testimonio de Jesús, el Crucificado y Resucitado.
Los ignorantes pescadores y campesinos, que no han cursado en las escuelas superiores de Jerusalén, desarrollan las Sagradas Escrituras de modo que dejan tapada la boca de los sabios de Israel.
Sin poder humano alguno, realizan milagros resonantes, como el del paralítico a la entrada del Templo, o con los enfermos que la gente saca a la calle para que les toque al me-nos la sombra de Pedro al pasar, y quedan curados.
Se reaviva la oración y la piedad en el templo, al que acuden los creyentes como los más fieles del pueblo. La oración ahora es algo vivo, y no un formulismo muerto.
Todos ven cómo los discípulos se aman y no tienen más que un solo corazón.
Escuchan sin cansarse la doctrina del Señor Jesús, enseñada por los Apóstoles.
La Fracción del Pan celebración de la Eucaristía en las reuniones hace presente al Señor en medio de la Iglesia naciente.
Contra todo lo que ocurría antes en el pueblo, ahora en los bautizados se da una gran fidelidad a la Ley, pero con una libertad muy grande también, pues, como dirá posteriormente Pablo, “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”.
¿Quién obra semejantes maravillas? ¿Quién es el causante de este cambio de vida? ¿Quién está impulsando y animándolo todo?…
Es el Espíritu Santo, el que bajó sobre la Iglesia naciente el día de Pentecostés;
el que la lanzaba por el mundo, empezando por Jerusalén, para renovar la faz de la tierra;
el que santificaba a todos sus miembros, llenándolos de la Gracia de Dios;
el que glorificaba al Señor Jesús, abriendo la boca de los apóstoles que lo anunciaban, igual que abría los oídos de los oyentes para que aceptaran el mensaje de salvación;
el que distribuía los dones en la Iglesia, dando a cada uno su misión particular, para santificación propia y bien de toda la comunidad;
el que llenaba de vigor a los escogidos para dar el supremo testimonio de la sangre, como a Esteban, el primer mártir de la Iglesia;
el que se adelantaba incluso a la predicación de los Apóstoles y al mismo Bautismo, y bajaba sobre el militar Cornelio en la ciudad de Cesarea, indicándole a Pedro:
– “También para los paganos y extranjeros es el mensaje de la salvación, y tú debes admitirlos en la Iglesia”…

¿Para qué seguir enumerando las obras y obras que los Hechos de los Apóstoles nos señalan como inspiradas y llevadas a cabo por la acción del Espíritu Santo?… Este libro tan bello de Lucas ha sido llamado con razón el Evangelio del Espíritu Santo, ¡y hay que ver cómo sus páginas nos hacen conocer y amar al Espíritu divino que mora dentro de nosotros!

¡Espíritu Santo! ¡Espíritu Divino! ¡Huésped de nuestras almas!…
Eres la sombra que cubrió a María. ¡Envuélvenos y guárdanos limpios con pureza celestial!
Eres viento impetuoso. ¡No nos dejes en paz, e impúlsanos a obrar siempre el bien!
Eres fuego ardiente. ¡Ilumínanos la mente y abrásanos el corazón!
Eres paloma inocente. ¡Danos la paz, la paz de las armas a la vez que la paz de las almas!
¡Ven, Espíritu Santo, y quédate siempre con nosotros!…

P. Pedro García, CMF.