MEDITACIÓN DEL DÍA:
Reflexiones sobre la Agricultura, en StClar 10 (1992) 144 y en EP BAC, Madrid, 1998, pp. 293-294
Este texto retrata la multifacética personalidad del P. Claret, que no sólo fue predicador, escritor, administrador de sacramentos y sanador, sino también experto en agricultura; ello nos muestra hasta dónde llegaba su flexibilidad y su entrega poliédrica con tal de cooperar al bien de los demás. Tuvo un talento especial para comprender las necesidades de las gentes y para buscar la respuesta adecuada.
Claret no aprendió agricultura en la casa paterna, ya que su familia vivía de la fabricación textil. Pero en Cuba tuvo que ampliar conocimientos, precisamente para acudir en ayuda de aquellas gentes, mayoritariamente campesinas. Posiblemente pensó que aquello era el apostolado más urgente y oportuno en aquel momento, pues sabía muy bien que es difícil ofrecer ideas y criterios religiosos a estómagos vacíos.
Cierto que no es corriente que un obispo se ocupe de asuntos agrícolas. Pero desde muchos contextos misioneros puede entenderse fácilmente: hay lugares en que el misionero lo es todo; le toca hacer de cartero, enfermero, banquero, abogado… especialmente donde la organización sociopolítica no atiende todo eso. Claro que no está preparado cualquiera; Claret tampoco lo estaba; pero ¡se tomó la molestia de capacitarse!
Afortunadamente ya sabemos que la salvación no es la mera “salvación de las almas” (¡como se decía en la época de Claret, aunque él superó su propio lenguaje!). La evangelización tiene como objetivo la realización del plan de Dios, la gloria de Dios, la cual consiste en “que el hombre viva” (San Ireneo). Y esto no es asunto intimista.
Sólo el amor permite este acercamiento “encarnado”, esta comunión con los gozos y las esperanzas de los destinatarios de la evangelización. Sólo el amor hará que el misionero no sea un burócrata acomodado en un status superior. ¿Qué sensibilidad social y evangelizadora tenemos tú y yo? ¿Necesitaremos acrecentarla o rectificarla?