MEDITACIÓN DEL DÍA:
Carta ascética… al presidente de uno de los coros de la Academia de San Miguel. Barcelona 1862, p.10
“Quien bien te quiere te hará llorar”, dice el refrán, para indicar que el verdadero cariño no consiste sólo en dar satisfacción, contentar, consentir; también a veces se debe reprender y corregir a aquel a quien queremos cuando se equivoca, aunque ello sea motivo de dolor. Un adagio latino decía: «Quien bien ama, bien castiga». Para san Agustín, un hombre puede ser piadoso castigando, y puede ser cruel perdonando. El padre ama aun cuando castiga; el hijo no quiere ser castigado, pero el padre no atiende la voluntad momentánea del hijo, porque mira a lo que es útil al hijo; en cambio, es cruel perdonando aquel padre que tiene un hijo indisciplinado y, sin embargo, disimula y teme ofender a su hijo con la normal aspereza de la corrección (Sermón 13, 9).
La corrección es necesaria; no pretende humillar, obligando a reconocer el error o el pecado para darme satisfacción. No se debe corregir a nadie porque nos molesta lo que hace o dice, o porque no responde a nuestras expectativas. La corrección debe buscar el bien de quien es corregido, debe ayudarle a reflexionar, a tomar conciencia de sí mismo. En ese caso es una muestra de caridad, de amor, porque demuestra que esa persona realmente me interesa, no me es indiferente. Cuando se hace así, con delicadeza, con respeto, quien recibe la corrección generalmente lo reconoce y lo agradece. En cambio, nadie acepta de buen grado las críticas cuando descubre en ellas malevolencia, o cuando las perciben como ataque o como crítica interesada. En tales casos el que es corregido reacciona con agresividad y la corrección resulta contraproducente.
¿Cuándo haces una crítica, una corrección, o discutes con alguien, quieres ayudar a la otra persona o lo que buscas es imponer tu razón o criterio?