MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 494
Claret fue un cristiano y un misionero totalmente centrado en la persona de Jesús. Su único objetivo era seguirle e imitarle en sus actitudes, en su manera de predicar, en su ir de una población a otra… En algunos puntos casi diríamos que Claret era un fundamentalista, un lector literalista del evangelio que deseaba hacer suyo hasta el rasgo más insignificante del modo de vivir y morir Jesús. Es que, para él, en Jesús no había nada “insignificante”: la mirada amorosa embellece y engrandece todo.
Claret se pregunta cómo comía y vestía Jesús, cómo era su hábitat, cómo hacía los viajes, cómo era su economía, quiénes eran sus amigos, cómo organizaba la jornada, cómo se comportaba con su madre, y con su Padre Celestial; nada deja escapar (cf. Aut 428-437). Pero no se queda en la materialidad de las cosas, sino que va al fondo, pasando de la mera “imitación” a la “configuración”. Nos ha dejado unos textos admirables que expresan un deseo muy profundo de identificarse totalmente con Cristo, hasta poder decir con san Pablo: “ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).
Esta identificación con Cristo, por tanto, no se limita a su “acción” (“trabajar”, “orar”), sino también a su “pasión” (“sufrir”), es decir a la totalidad de su persona, que tiene como único objetivo el amor a Dios y al prójimo.
Asombra la radicalidad que rezuma toda la definición del misionero, peso especialmente este fragmento: “no piensa sino”, “siempre y únicamente”. Realmente el P. Claret centró toda su persona, todas sus energías en ese seguimiento de Cristo evangelizador, y quiso que sus hijos hiciesen el mismo camino.
¿Siento yo también deseos de que Cristo sea el centro de mi vida?