MEDITACIÓN DEL DÍA:
Aut 21
Es obligado y verdaderamente encomiable ser agradecidos a Dios y a los demás por todo lo que han hecho y hacen por nosotros: ser conscientes de que somos lo que somos gracias al Dios de la vida, gracias a nuestros padres, a nuestra familia, a nuestros maestros, a nuestros amigos y a tanta gente que nos ha mostrado su amor, se ha sacrificado por nosotros, nos ha dado confianza, formación, apoyo y un largo etcétera.
Ciertamente, empezando por Dios, todo esto se nos ha ofrecido sin pedirnos nada a cambio, de forma gratuita, por amor.
Pero no hay duda de que los dones recibidos nos hacen responsables ante Dios y ante los demás. No son dones para que nos aprovechemos sólo nosotros, sino para el bien “de todo el cuerpo”, como diría san Pablo. Por eso, debemos sentirnos impulsados a corresponder a tanto amor, como el Padre Claret. Primero, con nuestro agradecimiento. Después, haciendo fructificar generosamente los bienes recibidos.
Claret, en medio de su gran humildad, se reconocía como un “borrico cargado” de joyas, es decir, portador de una riqueza que no le pertenecía. Y consideró que aquellos dones y habilidades no podían quedar infecundos; de ahí su increíble laboriosidad. Parece demostrado que durante largas épocas de su vida no dormía más de tres o cuatro horas diarias. Sólo así pudo componer más de 120 obras literarias, siempre de carácter educativo- pastoral, a pesar de dedicar la mayor parte de sus jornadas a la predicación, dirección espiritual y atención de penitentes en el confesionario.
¿Cómo agradecemos y correspondemos a tanto bien recibido?