MEDITACIÓN DEL DÍA:
Soy de corazón tan tierno y compasivo que no puedo ver una desgracia, una miseria, que no la socorra.
Aut 10
La ternura y la compasión son sentimientos muy nobles y evangélicos, porque expresan que el dolor ajeno nos afecta y nos impulsa a poner de nuestra parte todo lo que podamos hacer para eliminarlo o, al menos, para aliviarlo. Nos mueve también a luchar contra sus causas. Y nos afecta porque sentimos que el otro, de alguna manera, forma parte de nosotros, es nuestro hermano.
No hay duda de que la misericordia fue uno de los sentimientos que marcó la vida de Jesús. Varias veces se dice en los sinópticos que Jesús sintió compasión y misericordia ante el dolor ajeno, sobre todo ante el dolor de las mayorías sencillas que lo acompañaban: “Vio a mucha gente y, compadecido de ellos, curó a sus enfermos” (Mt 14, 14). Se dice que sintió compasión de un leproso (cf. Mc 1,41), de dos ciegos (cf. Mt 20, 34), de quienes no tenían qué comer (cf. Mc 8,2; Mt 15, 32), de quienes estaban como ovejas sin pastor (Mc 6, 34; Mt 9, 36), de la viuda de Naím, cuyo hijo acababa de morir (cf. Lc 7, 13). Y al menos en cuatro narraciones de milagros, Jesús cura tras la petición “ten misericordia de mí” (Mt 20, 29-30 par; 15, 22).
Claret, pues, fue en eso, como en otras cosas, fiel discípulo de Jesús. Por su biografía conocemos muchos actos de compasión. Desde grandes empresas de promoción humana, como la granja-escuela de Camagüey, en Cuba, que construyó con sus recursos personales (no con fondos de la diócesis), hasta vender una cruz pectoral para costear un viaje a un pobre, pasando por su costumbre de visitar y predicar a los enfermos de los hospitales, a los presos, etc. Cuando marchó al exilio, en el cajón de su mesa se encontró que tenía sus pocos ahorros distribuidos en tres bolsitas, cada una con su rótulo; el de una de ellas era “para los pobres”.
¿Y yo?, ¿siento misericordia ante la necesidad del otro?