MEDITACIÓN DEL DÍA:
Religiosas en sus casas o las hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María. Barcelona 1850, p. 24. Ed. crítica, en Madrid 1990; p. 73s
Para ser un escrito de un eclesiástico del siglo XIX, no es poca la estima que se expresa hacia la mujer. Bien podría haber dicho: “una mujer para hacerse santa es preciso que se valga de los medios propios de su condición”. ¡Pero no! Seamos varones o mujeres, la vocación a la santidad se nos ofrece a todos por igual. Los medios son variados; incluso pueden y deben ir modificándose con los tiempos; pero el fondo y el fin seguirá siendo siempre el mismo: “estar atenta a ver cómo puedo agradar a Dios en todo”. No sobra ni una letra. Se nos invita a vivir despiertos, no superficial ni inconscientemente.
Que nuestro mayor interés sea cómo agradar a Dios. Y no en algún momento o en los ámbitos más “religiosos”. No; se nos dice: “en todo”. En nuestras relaciones, afectos, uso del dinero y los bienes, sexualidad, estudios, trabajo, ocio, compromisos, oración, ascesis personal, comunión eclesial… En fin, la lista puede ser interminable. De hecho, conviene que seas tú mismo, tú misma, quien hagas tu lista propia y personal para ver dónde estás llamado o llamada a agradar a Dios en todo.
Sin duda, este modo de vida, este deseo de santidad, tendrá su precio y sus consecuencias, pues “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24). Y difícilmente podemos luchar simultáneamente en varios frentes. La libertad es un bien preciado. Libres de opiniones, modas, juicios, tendencias… “libre hasta de Dios”, canta un poeta, pues Dios quiere tu entrega libre. ¿Hay algo en mi vida o en mi entorno que me resta libertad para crecer en santidad, es decir, para vivir atenta a la voluntad de Dios y diligente para hacerla realidad?